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Sobrevivir en Alepo

Alepo, 16 de agosto de 2012

Amina Ramadan y Yamila Asad se cobijan bajo una sombra, sentadas en el bordillo de la acera. Las dos mujeres rondan los cuarenta. Un taxi se acerca, Amina se incorpora, lo para y habla con el conductor. El taxista hace un gesto con la cabeza y sigue su camino. “Nadie nos quiere llevar. Llevamos más de dos horas intentando volver a casa, pero ningún taxi quiere ir a Aouya (en los suburbios de Alepo) porque hay enfrentamientos en Jandul (un barrio aledaño)”, se queja la mujer.

Ambas trabajan en una fábrica gubernamental y desde hace dos meses no han recibido su salario.

“No se que pasa. Todos los días venimos a trabajar y el encargado nos dice que esta semana no nos puede pagar. Y así llevamos desde hace dos meses”, denuncia Yamila, madre de cuatro hijos y cuatro hijas. “Somos una familia numerosa y apenas tenemos para comer. Las frutas y las verduras han subido mucho, y la carne también es muy cara y escasa”.

Los vendedores de Alepo tienen que ir a comprar las verduras y las frutas a Idlib (noroeste de Siria) y la gasolina que se han convertido en un bien preciado, ahora cuesta casi cuatro veces más. Un litro de carburante ha subido de 75 céntimos de euro a tres euros, por lo que los precios de los alimentos básicos se han disparado. A la escasez de gasolina se suma la del gas para cocinar y una bombona de butano cuesta cerca de cuarenta euros.

Las reservas de harina empiezan a agotarse y las panaderías gubernamentales abren un día si y otro no. “A veces tienes que aguardar hasta cuatro horas haciendo cola y , a lo mejor, ya no queda pan”, lamenta Yamila.

Al Shaar, al sur del centro de Alepo,  está controlado por el Ejército Libre de Siria. En este barrio las fuerzas sirias han bombardeado escuelas, mezquitas, farmacias y hospitales. Ayer las fuerzas del régimen atacaron con granadas de mano una panadería en el distrito aledaño de Kadi Aska, matando a 25 personas que estaban haciendo cola para comprar el pan.

“Por las noches es muy peligroso. Después del Iftar (la ruptura del ayuno de ramadán) los MiG-21 nos bombardean y el barrio está lleno de shabihas (matones del régimen) y muhabarat (servicios de Inteligencia)”, asegura Ali, que viven en la zona de Karm al Jabal.

Ali tiene una tienda de telefonía móvil, pero debido a que las comunicaciones por móviles están cortadas en Alepo, no hay clientes. “Nadie viene a recargar el saldo o a comprar un teléfono porque no lo pueden usar”.

“Desde hace una semana vivimos en casa de mi cuñado”. La familia de su esposa es pro-régimen y vive en el barrio de Sirian (norte de Alepo). “Yo no apoyo al régimen, pero temo por la seguridad de mi mujer y mi hijo pequeño. Por eso nos hemos marchado a casa de su hermano”, puntualiza.

“Los que apoyan a Asad son cómplices de las matanzas del régimen. Ellos prefieren su bienestar y seguridad, y miran hacia otro lado, mientras las fuerzas sirias matan a mujeres y niños inocentes”, continúa Ali, antes de agregar que “sino fuera porque es la familia de mi mujer, nunca iría a Sirian porque me detendrían o me matarían allí”.

“Mi mujer y mi hijo tenían mucho miedo por las noches. Así que dormíamos todos juntos en la sala de estar, que están más resguardada”, comenta Ali, mientras precisa que “aquí ya no se puede vivir. No hay comida, no tenemos electricidad ni agua. Vivimos en el sexto piso y temo que mi casa pueda ser bombardeada”.

Los cortes de luz, a veces son de 24 horas, por lo que las tiendas de ultramarinos y las carnicerías no pueden conservar en los refrigeradores la carne u otros  productos que requieren temperaturas frías.

Su madre viuda ha decidido quedarse en casa de uno de sus hermanos en el barrio de Fardus, aledaño a Saladino. “Yo le dije de venir con nosotros, pero mi madre no quiso marcharse. Ella me dijo que no iba a marcharse, que su destino está en las manos de Allah”, relata Ali.

En Fardus, los vecinos apoyan a los rebeldes. Hace dos noches, un MIG-21 bombardeó otra escuela en el barrio. En la calle principal, donde se encuentran los establecimientos comerciales, hay escrito en los muros o puertas metálicas de los garajes: “Irhal ya Bashar” (márchate Bashar). Hay muy pocos comercios que abren todo el día. “Por la noche, después del Iftar, la calle está desierta, ningún vecino se atreve a salir de su casa”, comenta Ismail, que trabaja en un ultramarinos.

“Todas las fábricas en Alepo han dejado de funcionar. Los productos los traemos desde Idlib o desde Turquía por el paso fronterizo de Bab Al Salam”, explica Ibrahim para justificar la subida de los precios.

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