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Revista 5W: Un estigma llamado coronavirus

, 16 de mayo de 2020

Un estigma llamado coronavirus.

 

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Fasal vuelve a mojarse las manos en el barreño de latón y se las seca bien con el delantal, para que, al amasar, la harina no se le quede pegada entre los dedos. Son tiempos difíciles y no se puede desperdiciar ni un grano de trigo.
Como en la cadena de producción de una fábrica, Fasal y una docena de refugiadas sirias como ella se organizan para amasar las obleas de pan sin levadura, pegarlas en las paredes del saj (horno tradicional árabe) para hornearlo, y una vez enfriado distribuirlo en bolsas.
Todas ellas, viudas o con esposos desaparecidos en Siria, han sacado solas a sus hijos adelante en el Líbano. Pero, en los últimos dos meses, además, se han convertido en el sustento de otras familias de refugiados. A medida que se dilata el estado de alarma en el Líbano por el covid-19 crece la curva del hambre, que afecta tanto a la población libanesa como la refugiada. Según datos de ACNUR, hay un millón de refugiados sirios en Líbano, 200.000 de ellos repartidos entre un total de 1500 asentamientos informales, y el resto vive en viviendas de alquiler.
Desde que se diagnosticó el primer caso de coronavirus el 20 de febrero, una mujer libanesa que había viajado a Irán y dio positivo, las autoridades han endureciendo las medidas preventivas, incluyendo, desde el 15 de marzo el toque de queda entre las 19:00 y las 05.00 hora local, y en el caso de los refugiados se les ha prohibido salir de los campamentos.
Los refugiados, por ley, no pueden trabajar en el Líbano, pero muchos consiguen trabajos informales, en el campo o la construcción, pero ahora con las restricciones a la movilidad ya no pueden abandonar los campamentos para buscar trabajo.
A Fasal y sus compañeras, en cambio, sí se les permite salir para ir a trabajar a la panadería, al tratarse el pan de un bien de primera necesidad. El horno fabrica diariamente entre 900 y 1000 bolsas de pan que se distribuyen en 4 asentamientos informales entre Zahle y Bar Elias (Valle de la Bekaa). La furgoneta con tres repartidores enfundados en un traje especial con visera para tapar toda la cara y guantes depositan el lote de bolsas de pan en la entrada del campamento y el “sawhish”, el encargado, supervisa la repartición. Solo un miembro de cada familia se acerca a coger el pan y el siguiente tiene que esperar su turno.
Antes de la pandemia, las bolsas de pan se repartían en proporción al tamaño de la familia de refugiados; las familias numerosas recibían hasta cuatro bolsas y dos para las que son entre cinco o seis miembros. “Cuando comenzó la crisis del covid-19 queríamos duplicar la producción de pan para llegar a más refugiados, pero, en lugar de eso, hemos tenido que racionar para que pueda llegar a todos”, lamenta Mahmud, coordinador de la ONG local SAWA para el Desarrollo y la Ayuda, que 2019 abrió este horno de pan. panadería.
El trabajador humanitario sirio explica que hay escasez de suministros de harina y con la recesión económica el valor de la libra libanesa se ha reducido a la mitad frente al dólar, lo que significa que “cuesta el doble un kilo de harina”.
“No sabemos hasta cuando va a durar esta situación ni cómo vamos a poder seguir afrontándolo”, exclama.
“Dejar a los refugiados aislados, marginalizarlos es muy peligroso. Es cuestión de tiempo que la situación se vaya de las manos y acabe en violencia”, advierte Mahmud.
“Las autoridades locales se están aprovechando del confinamiento para hacer lo que quieran con los sirios, porque quieren echarnos a la fuerza del Líbano” denuncia el trabajador humanitario sirio.
Recientemente, hubo un caso sospechoso de coronavirus en un refugiado que vive en Zahle (Bekaa) en un piso de alquiler de un edificio, habitado mayoritariamente por sirios. “Las fuerzas de seguridad aislaron el edificio entero y dejaron a las familias incomunicadas durante 36 horas, sin comida ni agua, hasta que salieran los resultados, que dio negativo. Esto provocó el pánico entre los vecinos libaneses que pensaron que iban a contagiarse con el coronavirus”, exclama Mahmud.
Los refugiados están en una encrucijada. Por un lado, el confinamiento total ha ayudado a que el virus no se haya propagado aún en los campamentos, ya que de detectarse un solo caso entre los refugiados el efecto sería devastador por el hacinamiento y falta de agua potable. Por otro lado, la prohibición de poder salir a buscar trabajo ha llevado a medidas desesperadas como en el caso de Basam al Hallak, un sirio que decidió acabar su vida el seis de abril, y se quemó a lo bonzo, después de que las fuerzas de seguridad le echaran a la fuerza de su vivienda por no poder pagar el alquiler.
Hasta la fecha hay 640 contagios y 19 muertos por covid-19, según datos oficiales. El problema, no obstante, es que muchos casos no se reportan por temor a que el enfermo “sea estigmatizado”, y “el problema se queda en casa”, asegura a 5W Ayat Al Kursi, portavoz de la Cruz Roja libanesa.
“Por miedo a ser rechazados por sus propios vecinos, los familiares de un contagiado ocultan el caso, porque se sienten avergonzados de tener un enfermo con el covid-19”, puntualiza Al Kursi.
“Cuando recibimos la llamada de un familiar pidiendo una ambulancia para llevar a su padre o madre enfermo al hospital, nos piden por favor discreción y que no digamos a la comunidad de vecinos que tiene covid-19”, señala.
Uno de los casos más extremos, recuerda el portavoz de la Cruz Roja libanesa, es que llegaron a sacar el cuerpo de un anciano que llevaba muerto una semana, después de recibir la llamada de un vecino que “se quejó del fuerte olor”. “En todo ese tiempo ningún vecino se preocupó por el anciano que estaba enfermo”, lamenta.
La pandemia unida la crisis económica está haciendo estragos en el país del cedro, donde cada vez hay más personas empobrecidas.
En el mes de noviembre, el Banco Mundial predijo que por la recesión económica la población bajo la línea de la pobreza iba a crecer del 30% al 50% en 2020. Es decir que la mitad de los 4,5 millones de libaneses iba a pasar hambre, esto sin contar con los dos millones de refugiados entre sirios palestinos e iraquíes que precisan de las ayudas humanitarias.
El Líbano, que se declaró en bancarrota, después de no haber podido pagar, por primera vez, la deuda de los 1.2 mil millones de dólares en Eurobonos, cuando venció el plazo a principios de marzo, a duras penas puede afrontar la emergencia sanitaria por el COVID-19.
“Ahora el porcentaje de pobres ha aumentado drásticamente debido el confinamiento impuesto por el gobierno libanés desde el 15 de marzo y que se alargará hasta el 26 de abril por el coronavirus” advierte a 5W Hussein Abdelmajid, coordinador regional de Ministerio de Asuntos Sociales.
“Estamos diciendo que la mano de obra, que representa al 80% de los trabajadores independientes, se ha quedado sin empleo. Esto afecta tanto a los que tienen un salario precario como a los temporeros que cobran a jornal”, lamenta Abdelmajid.
El 1 de abril, el gabinete libanés anunció un paquete de ayudas de hasta 400,000 LL (150 dólares) por familia a los más pobres. Una semana antes, había prometido 75 mil millones de LL (alrededor de 50.000 dólares, según la tasa oficial) para asistencia alimentaria y sanitaria. Sin embargo, hasta la fecha no han sido distribuidas ninguna de las ayudas.
“Cada día tenemos más gente a la que ayudar”, exclama el párroco Jad de la iglesia de San Jorge, en el barrio capitalino de Geitawi, feudo de la falange libanesa.
Antes de la pandemia, la iglesia asistía a 20 individuos sin recursos y sus familias. “Solo en la primera semana desde que se decretó el confinamiento obligatorio llegamos a recibir 60 peticiones de ayuda”, indica el párroco, que ha ayudado a personas como Nour que, de la noche a la mañana, se han quedado sin ingresos y no pueden hacer frente a los gastos de alquiler, comida y otras necesidades.
Nour vive con su madre, seis hijos y esposo, que era el único sustento familiar, pero desde hace dos meses no tienen trabajo, como muchos otros libaneses. Gracias a la caridad del padre Jad y las donaciones de los feligreses de su iglesia, Nour ha podido pagar el alquiler de la vivienda. “El casero nos amenazó con echarnos si nos retrasábamos otro mes más en pagarle”, explica la mujer a 5W.
El párroco consiguió que no echaran a un anciano sin recursos de su casa porque los vecinos no querían que viviera allí al tratarse de un caso de riesgo. “Hable con los vecinos y les aseguré que iba a estar todos los días visitándole para ver que estaba bien y que me encargaría de todas sus necesidades”, explica el padre Jad.
Además de todas estas dificultades, hay que añadir otro problema que es el propio tejido sociopolítico sectario del país. En cada municipio, o incluso barrio, se han tomado unas medidas u otras para hacer frente a la pandemia del coronavirus, dependiendo de que grupo político-sectario domina la administración local. E incluso, ciertos partidos-milicia, como es el caso de Hezbolá, tiene una estructura de salud paralela, que se ocupa de sus propias víctimas, lo que es preocupante ya que gobierno no tiene acceso a los datos de estos pacientes.
En sus feudos del Líbano, Hezbolá, consciente de que “esta guerra” no la puede ganar con las armas, ha desplegado sus mejores equipos médicos y clínicas móviles con los mejores sistemas para protegerse con trajes de protección e incluso mamparas de plástico para evitar los contagios, y ha invitado a la prensa internacional a “tours” mediáticos para exhibir lo bien capacitada que está la milicia proiraní para “combatir” la epidemia.
“Tenemos desplegando 1.500 médicos, 3.000 enfermeras y paramédicos, y 20.000 voluntarios” declaró recientemente a la televisión Al Manar, altavoz de Hezbolá, Sayed Hashem Safiedine, jefe del consejo ejecutivo del partido milicia proiraní.
El partido milicia chíi ha anunciado la asignación de 3.500 millones de libras libanesas (unos 2.3 millones de dólares, al cambio oficial) de sus propias arcas y donaciones para ayudar a combatir la propagación del coronavirus, mientras el ejecutivo libanés está luchando para mantener a flote el país porque literalmente no puede ni pagar las facturas de su único hospital público en Beirut, al que se han remitido todos los casos de covid-19 del país.
La falta de fondos y la escasez de suministros médicos están afectando la capacidad de los hospitales públicos y privados para responder al brote de covid-19. En un informe reciente, Human Right Watch (HRW) alertó de que la crisis financiera, que asola al país desde septiembre, ha restringido la capacidad de los importadores de material y equipo médico para importar suministros vitales como máscaras, guantes y otros equipos de protección, así como ventiladores y repuestos.
“El Gobierno ha pagado solo el 40 por ciento de las cuotas que le debe al hospital (Rafic Hariri) desde 2019 y no ha hecho ningún pago en 2020”, se queja una fuente médica anónima de este hospital público universitario.
Sin embargo, Hezbolá, se jacta de que en Beirut, Baalbek o Tiro, feudos del grupo chií, tiene sus propios hospitales privados para trata a sus pacientes de covid-19, que dicho de paso, son imperceptibles.
“En todo Baalbek solo hay cinco casos confirmados, dos están siendo tratados en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y los otros están en observación”, explica a 5W Habib, jefe de enfermería para la unidad del covid-19 en el hospital privado Dar el Amal. Este centro hospitalario ha aislado un edificio entero para tratar exclusivamente a los pacientes de coronavirus.
El confinamiento decretado por el gobierno central no se siente en los barrios de Dahiyeh, al sur de la capital, feudo de Hezbolá. Es como si el coronavirus no fuera con los vecinos de los suburbios del sur de Beirut. La gente va sin mascarillas ni guantes, muchos negocios están abiertos, y los vendedores ambulantes de frutas y verduras exhiben sus productos al aire libre y todo el mundo los toquetea, y sin embargo, solo hay 23 casos positivos, según Husein Fadallah, responsable de Hezbolá para el distrito de Beirut.
“Queremos mostrar que siempre estamos listos y que apoyamos al gobierno libanés en esta guerra contra el Covid-19”, explica a 5W Ahmad, chií de 31 años, que lleva 4 años trabajando como voluntario de la Defensa Civil.
“No tenemos miedo porque esto no es nada nuevo. Siempre estamos afrontando el peligro. En la guerra y aquí, siempre se ha de estar preparado”, exclama en tono de arenga.
A pesar de que Hezbolá controla la cartera de Salud, y es aliado del primer ministro Hasan Diad, amenazó con retirarse del gobierno si no se restablecía el trafico aéreo para permitir a los expatriados libaneses regresar al país.
Diab tuvo que ceder y hacer la vista gorda entre el 05 y 07 de abril para el “desembarco” de varios aviones, procedentes de Irán, entre otros destinos. Los pasajeros, literalmente, entraron por la puerta trasera, y los casos sospechosos fueron redirigidos a los hospitales que gestiona Hezbolá.
El Líbano camina desde hace tiempo por un túnel oscuro, cada vez más largo, con una revolución contra la élite política a medio gas, una profunda crisis económica y ahora la pandemia del covid-19. Qué explote el país es cuestión de tiempo. ¿Cuánto más aguardarán confinados en sus casas los libaneses, mientras ven como menguan sus ahorros, los más privilegiados, y los otros, esperando que se obre el milagro de los panes y los peces, cada vez que abren la nevera vacía?

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