Rompiendo barreras con la risa

Beirut, 23 de mayo de 2012

Unos enormes zapatos de charol, de color rojo y verde, claquean en el suelo de madera del salón de actos. Unos ágiles dedos se deslizan por los agujeros de la trompeta mientras los labios soplan el metal. El sonido de la trompeta da paso al resto de los payasos que, con andares desgarbados, caminan hacia el centro del escenario, mientras tocan al unísono la guitarra y los timbales. Se ha creado la magia que envuelve a un particular público de niños deficientes mentales.  “Denguito” (Albert Grau) con su humor;  “Peshosho” (Moi Queralt) con su talento musical; “Birutilla” (Christian Olivé) con su con sus malabares y “Fufur” (Oriol Liñán) con sus trucos de magia les regalarán risas y juegos con su espectáculo lleno de diversión.

Omar, de 13 años, intenta seguir cómo puede, con una mano paralizada, el ritmo que marcan los payasos con las palmas . Su gran esfuerzo lo vale todo, al ver una enorme sonrisa en su rostro. Excitado por la actuación, se balancea, de atrás hacia delante con su silla de ruedas. Está en primera fila, y no se pierde detalle…ríe, se estremece y sus ojos brillan de emoción.

La actuación ha terminado y los payasos de despiden de su público, que se resiste a abandonar la sala.

La ONG catalana “Payasos sin Fronteras” ha recorrido el Líbano durante 18 días para devolverle la candidez, la ilusión y la sonrisa a miles de niños que viven la exclusión social, el trauma de la guerra y  las difíciles condiciones en los campos de refugiados.

Viajaron de norte a sur, Tiro, Saida, Beirut, Trípoli, el valle de la Bekaa; actuaron en campos de refugiados, patios de escuelas, teatros, plazas y parques… incluso llegaron muy cerca de Siria, a tan solo 15 kilómetros de la frontera, intentando que “las risas sonaran con fuerza, soñando con la ilusión de que crecieran y apagaran los disparos”, recuerda Grau, porque para eso -subraya – “somos Payasos Sin Fronteras, para hacer reír sin barreras”.

“Hay que venir, reír con ellos y contar lo que vivimos”, asegura Grau, responsable de la expedición de la compañía “Mabsutin Fikum” (contentos de estar aquí).

Con el compromiso de creer en “los sueños imposibles”, este cuarteto de payasos ha llevado sonrisas y soporte emocional a las poblaciones de refugiados en el país (palestinos, iraquíes, sirios),  y a los grupos de niños hijos de emigrantes que son víctimas de la explotación laboral.

En el Líbano hay 422.000 refugiados palestinos registrados por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA), distribuidos en 12 campos por todo el país, sin que se les reconozcan derechos sociales y civiles, y con un acceso muy limitado a los servicios públicos.

Entre las múltiples leyes libanesas que discriminan a los palestinos, el parlamento libanés aprobó en 2002 una medida que prohíbe la posesión de propiedades fuera de los campos para quienes no tienen un Estado reconocido; es decir los palestinos.

En los campamentos casi no hay espacios de juego, la población ha ido aumentando desde los primeros refugiados del 48 y los pisos han crecido de forma vertical sin ningún orden, formando espacios laberínticos y enjambres de cables que cubren el cielo.

Además de los palestinos, miles de iraquíes han tenido que refugiarse en el Líbano ante la violencia que sigue reinando en su país.  Los refugiados iraquíes comenzaron a llegar en el 2003 y se calcula que hay 50.000 iraquíes en el país, aunque solo 10.000 están inscritos en el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Para los iraquíes a diferencia de los palestinos, el Líbano era un lugar de paso a la espera de ser acogidos en un tercer país.

Sin embargo, desde hace unos años ACNUR ha empezado a rechazar las peticiones de salida y muchos familias iraquíes se han quedado atrapados en el Líbano, sin apenas recursos económicos, y ven imposible regresar a Irak por la inseguridad y la violencia sectaria. Las autoridades libanesas ven con preocupación la situación de estancamiento de los iraquíes en su país y temen que a la larga se convierta en una situación similar a la de los palestinos.

El Líbano es un caso excepcional, un país de cuatro millones de habitantes en el que cohabitan dieciocho confesiones religiosas, representadas proporcionalmente en el Parlamento. Los libaneses, que sufrieron una larga guerra civil (de 1975 a 1991), han aprendido a convivir con los otros credos, pero de ahí a la reconciliación nacional hay un largo camino.  La crisis en Siria ha provocado el éxodo masivo de cientos de miles de civiles que han encontrado refugio en los países vecinos.

Según ACNUR,  más de 26.000 sirios que han huido de la violencia en su país han encontrado cobijo en el Líbano. La mayoría de ellos son musulmanes suníes que se han instalado en las localidades del norte del país, de mayoría suní. El aumento de ciudadanos sirios de este credo en Trípoli y otras localidades fronterizas del norte del país ha atizado el fuego de la división sectaria y en las últimas semanas se ha levantado la alerta sobre un posible conflicto religioso en el Líbano.

Cada año emigran al Líbano, miles de mujeres de Etiopía, Filipinas, Bangladesh, Sri Lanka, Nepal o Madagascar para trabajar en el servicio doméstico. Se calcula que el número total de empleadas del hogar asciende a 250.000, y dependen

totalmente de la familia que les ha contratado si no quieren encontrares en situación de ilegalidad. Las leyes laborales libanesas no cubren a las trabajadoras domésticas, y sin ninguna protección legal, las inmigrantes son vulnerables a la explotación laboral. Sus hijos sufren las secuelas de la exclusión social y la marginalidad. Desgraciadamente, la mayoría de libaneses muestra una total pasividad ante los problemas sociales. Las organizaciones que luchan por mejorar las condiciones de estás pobres mujeres se pueden contar con los dedos de una mano.

Para Payasos Sin Fronteras, “la risa es un bien necesario al que todos tenemos derecho”, insiste Denguito, jefe de la expedición en el Líbano, que vino al país con la intención de “cambiar por un momento las realidades, de transformar por un instante  el día a día, de hacer reír con el poder de la tontería y la nariz roja”.

Tras su experiencia como payaso en los territorios palestinos, donde conoció “el dolor, la injusticia y la dignidad del pueblo palestino”, Grau quería conocer de cerca la vida de los refugiados palestinos en el Líbano.

Lo más asombroso es que los refugiados siguen construyendo sus vidas, generación tras generación, conservando la ilusión de volver a Palestina, “manteniendo la memoria de algo que muchos nunca conocieron, soñando porque es la única forma de seguir siendo libres”, manifiesta Grau.

Pero la memoria contra el olvido traumatiza a la infancia en los campos de refugiados. Los niños palestinos dibujan tanques y aviones israelíes,  soldados israelíes apuntando con un arma, imágenes que reinventan por lo que les cuentan los mayores y que jamás han visto.

Estos niños crecen con la violencia histórica y por ello, una de las prioridades de Payasos Sin fronteras es ofrecer espectáculos para “reducir la vulnerabilidad emocional de la infancia de los campos de refugiados palestinos”.

Uno de los mejores recuerdos de su expedición en el Líbano fue compartir una actuación con abuelos y abuelas palestinos, que habían huido siendo niños hacía el Líbano y nunca mas volvieron a sus hogares. “Con ellos compartimos historias, canciones y poemas de escuela, de cuando eran pequeños, mantenían el recuerdo vivo de sus pueblos palestinos”,  explica Grau.

De nuevo, la trompeta marca la sintonía de despedida al final del último show, pero los acordes seguirán sonando en la memoria de estos niños hasta la próxima actuación de los payasos.

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