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Refugiados de Irak: las voces olvidadas de la Guerra

Ruwaishid, 31 de mayo de 2006

11052006006_2_webEn medio de ninguna parte, entre la carretera que atraviesa el desierto jordano y la árida tierra deshabitada, a unos cincuenta kilómetros del paso fronterizo Al-Karama, que separa este país de Irak, se levanta el campamento de refugiados de Al-Ruwaishid. Durante las primeras semanas de la invasión estadounidense de Irak, en marzo de 2003, el Gobierno jordano abrió sus fronteras y permitió la entrada a cientos de refugiados que fueron acogidos por la organización Jordanian Hachemita Charity y realojados en tiendas de campaña, en este yermo paisaje. Más tarde se abrió como campamento  y quedó bajo la protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Desde entonces, ha sido el hogar transitorio de más de un millar de refugiados -palestinos, iraníes persas, iraníes de etnia kurda , turcos kurdos e iraquíes- que abandonaron Bagdad cuando estalló la guerra. Dentro de unos meses, y después de tres  largos años de espera, los últimos 498 refugiados de Al-Ruwaishid dejarán el campamento para marcharse a un tercer país de acogida. Tras su partida, se apagarán también sus voces y se perderán en este desierto los últimos testimonios vivos de la guerra de Irak.

Al -Ruwaishid representa, a pequeña escala, el mapa geopolítico de Oriente Medio.  En un espacio, que no supera el kilómetro cuadrado, viven un total de 311 iraníes kurdos procedentes del campamento de Al-Atash , en Ramadi (norte de Irak),  149 refugiados palestinos, 20 iraníes de la organización Muyahidín Al-Halq (grupo armado opositor al régimen de Teherán) y 18 iraquíes solicitantes de asilo político. El campamento a su vez  se divide en dos secciones, la zona A para palestinos, la B para iraníes -kurdos y persas- .

Estos “eternos” desplazados,  condenados a vivir en el exilio, intentan conciliar su asfixiada realidad con una vida normal.
Fais Ahmed Abbas y su mujer Salha Mohamed Nasser, palestinos oriundos de Haifa, llegaron a Bagdad en 1967, al igual que otros miles de palestinos que tuvieron que abandonar sus hogares tras la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania. Desde entonces han vivido en Bagdad Al Jadida, que junto con Al-Baladiyat, son las zonas donde se concentraron la mayoría de refugiados palestinos. Tras la caída de Bagdad, el nueve de abril del 2003, varios grupos de insurgentes involucraron a los palestinos en la insoluble crisis derivada de la invasión norteamericana, llevaron a cabo agresiones contra esta comunidad y expulsaron a cientos de familias de sus hogares.  “Una noche llegó el dueño de la casa con cinco hombres armados y nos echó  a la fuerza, después de llevar treinta años pagando el alquiler. Por unos días pudimos quedarnos en casa de mi hijo, que vive en una zona más segura de Bagdad.  La violencia aumentó y empezaron los asesinatos, por eso tuvimos que huir  a la frontera de Jordania”, explica Fais Ahmed, mientras recuerda con nostalgia que antes “la vida en Bagdad era buena y tranquila. Nosotros éramos felices”. Su mujer Salha se queja de que las condiciones en Ruwaished están “lejos de la perfección”. “No tenemos comida suficiente, sólo alimentos básicos. No hemos comido carne desde que llegamos, nosotros somos mayores y nos da igual, pero hay muchos niños en el campamento que están débiles  por no llevar una alimentación equilibrada, de vitaminas y proteínas”,  dice preocupada con ojos cargados de resignación.

PA040040_3_webEsta pareja de más de sesenta años ha sido aceptada por el Gobierno de Canadá para ser acogida en este país. Salha no quiere oír hablar de Palestina. “¿Volver a Palestina?, no gracias. Primero que se arreglen entre ellos, dice en referencia a la inseguridad que se vive en los territorios palestinos desde que entró el Gobierno de Hamás. “No vamos a salir de una guerra para meternos en otra”,  añade su esposo, sin poder ocultar la rabia.

Assam Ali, palestino de 22 años, vive solo en el campamento, sin sus familiares. Este palestino, nacido Bagdad, huyó de Irak el 17 de abril de 2003 por temor a que lo detuvieran las fuerzas americanas, como hicieron con su hermano Bassam. “Un vecino denunció a mi hermano al Ejercito norteamericano y le acusó de ser terrorista. Entonces, un grupo de cuatro soldados entraron por la fuerza en la casa y después de registrarlo todo se lo llevaron detenido. Yo no estaba en aquel momento. Así que cuando regresé me encontré a mi madre y a mis hermanas llorando y me pidieron que me fuera antes de que volvieran a por mi también”, recuerda.

Assam es el mayor de sus cuatro hermanos. Su padre fue oficial de Ejercito iraquí y murió en 1980, cuando empezó la guerra de Irán e Irak.  Para él su país es Irak y no Palestina. “Si pudiera regresar, volvería a Irak. La lógica me dice que Palestina es mi patria, pero yo nunca lo he sentido así”,  manifiesta. Ahora, al igual que el resto de los palestinos refugiados que viven en Ruwaishid , se marchará a Canadá.

Los gritos de los niños que corretean por el lugar y las mujeres reunidas, sentadas a la sombra, en la entrada de las tiendas, hacen que este árido paisaje se humanice. Pero detrás de ese amasijo de estructuras de metal cubiertas por lonas hay un hombre solitario, lleno de pasiones y furia, que ha querido  llevar una vida al margen de la comunidad. Este pintoresco personaje es Salam Kibakesh, un iraní persa de 28 años que colaboró con el grupo armado Muyahidin Al-Halq a finales de los noventa.

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Salam ha excavado su casa  y un pozo de más de 25 metros de profundidad, golpeando con fuerza la tierra, durante doce largos meses, con una pesada barra de metal con punta roma. Con la mirada perdida, como ocurre con todos los genios, nos relata su intrincada existencia: “Me encarcelaron durante ocho años en la prisión de Abu Ghraib, por pertenecer a esta organización. Nosotros estábamos en una sección especial, aislados del resto de los prisioneros. Durante esos años viví bajo una gran presión. Me pegaban sin justificación y luego me encerraban en celdas de castigo. Desde entonces, no he conocido la felicidad”.

Después de dejar la prisión lo trasladaron al campamento de  refugiados Al Tash, a 120 kilómetros al norte de Bagdad. Cuando entraron las tropas norteamericanas en Irak se marchó  junto con otros 20 iraníes persas y 743 iraníes kurdos al campamento de refugiados “Tierra de Nadie”, en la frontera entre Irak y Jordania. “Toda mi vida ha sido una cárcel”, denuncia irritado. “Me trajeron a la fuerza a este campamento”, prosigue, mientras aclara que una noche entraron al campamento unos militares del Ejercito jordano y los metieron en un furgón -a él y a los otros 20 iraníes persas- y los trajeron a Ruwaishid,  donde estuvieron durante meses bajo vigilancia policial. Estados Unidos para restablecer las relaciones con el Gobierno de Mohamad Jatamí en Irán firmó un acuerdo de colaboración con el monarca Hachemita, Abd Allah, para que los miembros de esta organización terrorista quedasen bajo el control de los servicios de inteligencia jordanos.

“Fue un año terrible, nadie habló con nosotros hasta que llegaron los kurdos”, lamenta. En mayo de 2005 cerraron el campamento de Tierra de Nadie tras ser  atacado por insurgentes y trasladaron a 311 iraníes kurdos a Ruwaishid. “Todo el día estaba encerrado, el viento me estorbaba, golpeaba  la tienda y eso me enloquecía. Por eso, decidí escaparme de la prisión en la que se había convertido aquella tienda de campaña y construí fuera esta casa y el pozo, para vivir en libertad”, dice desconsolado.

Salam se marchara a Australia en un par de meses y  tendrá que enfrentarse a un mundo desconocido, fuera de las alambradas de los campos de refugiados y los barrotes de su celda.

FAMILIA_2_webFahima Ahmandi , iraní de etnia kurda de 35 años, lleva más de dos décadas viviendo en campos de refugiados. A principios de los años 80 se instaló con su familia en al campamento de refugiados de Al-Tash, al norte de Irak. La inseguridad de la zona, después de la caída de Sadam Huseín, obligó a la mayoría de refugiados iraníes Kurdos a abandonar Irak y buscar un nuevo hogar en la frontera de Jordania. Después de dos años en “Tierra de Nadie” vino a vivir a Ruwaishid. Las duras facciones de su rostro reflejan la desesperación y el sufrimiento de años de injusticia contra el pueblo kurdo. “Llevamos reclamando un autonomía desde hace 27 años. Todos los gobiernos nos han rechazado. En Irán el ayatolá Jomeini emitió una fatwa contra la comunidad kurda y fuimos perseguidos por blasfemos; en Irak, durante el régimen de Sadam Huseín, nos atacaron con armas químicas; en Turquía nos llamaron gitanos; en Siria cometieron crímenes atroces contra nosotros”, denuncia indignada. “También ACNUR nos ha ignorado durante años. Hasta agosto del año pasado no se nos concedió el estatuto de refugiados reprocha, mientras sentencia “el pueblo Kurdo sólo ha saboreado lo amargo de la vida”.

Fahima está ahora embarazada de dos meses. En septiembre, se marchará con su marido Omar a Suecia y podrá ofrecerle a su hijo una vida que ella nunca conoció.

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