Los médicos, víctimas de la represión en Bahrein

Manama, 08 de marzo de 2011

La abarrotada Plaza de la Perla da paso a un desfile de edificios modernistas y carteles de rostros monárquicos no deseados que conducen al hospital Salmaniya, refugio improvisado que atiende gratuitamente a los heridos por la violencia del régimen monárquico. Una hilera de fotografías de heridos se entremezcla con unas madres que protestan a las puertas del edificio, mientras un niño pequeño juega a sacar fotos de los restos de munición empleadas durante estos días en las revueltas.

Los heridos se agolpan en los pasillos por falta de camas hospitalarias. Sadeq Alquir ha vuelto a nacer. Sus heridas reflejan la pesadilla vivida hace unos días. Un coágulo de sangre en su ojo izquierdo apenas le permite ver con claridad,  mientras Abdul, su padre, junto con el resto de médicos del hospital,  no se separan de él.

El jueves de madrugada la policía entró en la rebautizada “Plaza de los Mártires”, a las tres de la mañana, cargando contra mujeres, niños e indefensos manifestantes. De nada le sirvió mostrar su acreditación de médico voluntario.  Cuando la densa nube de humo envolvió la plaza, no hubo tiempo para nada.

“De repente me vi rodeado de amenazas, preguntas y coacciones. Me tiraron al suelo, me apalearon  y,  tras cubrirme la cara con un trozo del pantalón,  me subieron a un autobús. No veía nada. Caí al suelo. Al no perder la consciencia siguieron insultándome. Al poco rato me soltaron”,  explica Sadeq a un público perplejo y añade: “es mi país, es mi pueblo. Moriría por él”.

Abdul mira con preocupación a su hijo. Sus ojos se le iluminan a medida que va hablando de él. Se siente orgulloso de sus acciones y de su convicción: “Mi hijo simboliza la lucha, el ideal de acabar por una vez con todas con esta pesadilla. Estoy muy orgulloso de él”

Bajando las escaleras se repite la misma historia. Las mismas heridas que recuerdan esa noche trágica. Abdul Ridha no ha tenido tanta suerte como Sadeq. Una bala le impacto en su cara. Los médicos aún guardan la esperanza. Su familia reza al lado de su cama. Sólo tiene 32 años.

Mariam Ibrahim Abdalá, pudo escapar gracias a su hijo de la carnicería de aquella noche. Mariam acompañó a su hijo a los servicios de un centro comercial cercano al lugar de las protestas minutos antes de que la policía atacara a los manifestantes. “Oí una fuerte ráfaga de disparos y las sirenas de los coches de policía que cercaron la zona. Fue una emboscada. Regresé al campamento asustada y tuve que caminar sobre cuerpos de gente que yacían en el suelo”, explica la mujer.

“Aquella noche desaparecieron mujeres e incluso niños”, agrega Aisha, que fue testigo del desalojo del campamento. “Encontré abayas (túnicas largas negras con las que se cubren las chiies) tiradas en el suelo”, detalla antes de explicar que vio cómo  metían en un furgón a unos adolescentes y se los llevaban detenidos a la comisaría Al Galaa, contigua a la Plaza.

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