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Las reinas de la noche kabulí

Kabul, 25 de diciembre de 2010

Cae la tarde en Kabul y, como si fuera un toque de queda, la multitud congregada en la plaza de Masjeed Polikhis, el mayor bazar de la ciudad, desaparece por entre las laberínticas callejuelas.  Al gentío lo sustituye el claxon de los coches y las luces de neón de los hoteles baratos y restaurantes populares a lo largo de la avenida Miawand. Como una visión, Zabi  sale de un oscuro callejón, camina decidida, exagerando el contorneo de sus caderas, y se detiene bajo los focos del hotel Badawaty, al acecho de clientes.

Zabi tiene 25 años, nació en Herat (noreste de Kabul) pero vive en Kabul,  y es “ezak”, transexual. Va discretamente vestido, con pantalón verde militar, una camisa blanca y lleva el pelo recogido bajo una gorra;  su aspecto demacrado le hace mayor. Sabe que tiene que pasar desapercibido en la calle para protegerse de los guardias.  Sin embargo, sus gestos dramáticos cuidadosamente ensayados, le delatan.

Un coche se detiene; el copiloto, un joven de unos 20 años, baja la ventanilla  y le hace una señal con la mano para que se acerque. Zabi, de mala gana, se aproxima a su posible cliente, y tras inspeccionarlo con la mirada, rechaza la invitación.

No le interesa, ya ha visto antes a esos jóvenes pululando por la zona y no pagarán bien sus servicios.

“Yo soy la mejor bailarina de Kabul y mi precio es alto”, afirma con aire orgulloso, mientras precisa que en el centro de la capital kabulí  hay una treintena de ezak, pero las más famosas son “Mirwais , Nik Mohammad, y yo misma”.  Por actuación suelen cobrar entre 5000 y 10.000 afganis (entre 50 y 100 euros) , pero Zabi no actúa por menos de 10.000.

TransKabul_web“Miro mucho a casa de quien voy a bailar”,  puntualiza Zabi, que ya ha tenido varias experiencias desagradables por confiar en sus clientes. “Me han intentado pegar, atacar, apuñalar y violar antes, durante o después de una actuación”. Una vez, dos hombres le invitaron a una fiesta para bailar y antes de llegar al lugar fue atacado por uno de ellos con un cuchillo. “Estás son las marcas que me dejó mi agresor”, dice mostrándonos unas pequeñas cicatrices en el brazo derecho.

Las ezak o “hijras”, como se las conoce en Pakistán,  ocupan una posición marginal dentro de la sociedad sudasiática, aunque hayan sido una parte arraigada de la cultura indo-pakistaní. Las transexuales son consideradas parias sociales y, a menudo,  son objeto de risa, desprecio o incluso de miedo. Su oficio se considera ilegal a pesar de que es una tradición contratar a los ezak para bailar en bodas u otros festejos. La Policía no los protege ante una agresión e incluso abusa de ellos, sin recibir ningún tipo de sanción.

Así es la hipocresía de esta sociedad que se las da de estrictamente religiosa y considera ilegales estas actividades, según el Islam,  pero al mismo tiempo contrata a los transexuales para que bailen en los eventos sociales.

El travesti relata que dos compañeras suyas han sido asesinadas después de actuar en una fiesta. “En Afganistán es tan común pagar por nuestros servicios como pegarnos una paliza”, denuncia Zabi, que retrae sus dedos para cerrar el puño.  “Cuando tengo que pelear lo hago como un hombre”, advierte, frunciendo sus tupidas cejas negras.

Nuestra conversación vuelve  a ser interrumpida por el timbre de un móvil que no para de sonar.  Zabi responde la llamada, que parece de trabajo por la seriedad del tono de su voz. “lo siento, tengo que ir a prepararme para una boda esta noche”,  se disculpa, antes de aceptar nuestra propuesta de continuar la entrevista en su casa mientras se arregla para  la actuación.

Recorremos un par de calles mal iluminadas de la avenida Miawand hasta que llegamos a su casa: una habitación de alquiler en el segundo piso de un motel.  El cuarto es tan pequeño que entramos con dificultad.  Únicamente hay un colchón en el suelo con cojines, un baúl donde guarda sus vestidos y un hornillo de gas junto a una repisa con un par de platos y tazas,  y unos tarros con varios tipos té.  No hay ventanas, sólo una lámpara de neón para iluminar la habitación. Zabi comparte el cuarto de baño con otros inquilinos.  Tomamos un té recién hecho, recostados en el colchón. Zabi saca de su baúl un “shalwar qamis” (vestimenta tradicional de mujer) de color amarillo y una dupata (chal) a juego para cubrirse el pecho.  Tanto en Afganistán como en Pakistán es costumbre que la mujer se tape con un pañuelo el escote como signo de respeto.  Orgulloso nos enseña su vestimenta que el mismo ha diseñado. “Desde pequeño me encantaba perderme por los bazares en las tiendas de confección de telas y pasamanerías. Imaginaba que era una novia comprando las telas y encajes para mi vestido de bodas”,  rememora Zabi con cierto aire de tristeza.  “Mi padre me castigaba y me pegaba para que dejara mi manía de vestirme con ropa de chica”,  explica el travesti.  Zabi reconoce que le gusta vestir con la burka. “Estoy muy a gusto con ella, porque es una forma de pasar desapercibido”.  Aunque, ahora, las cosas han cambiado mucho desde que los suicidas se enfundan bajo la burka para esquivar los controles de seguridad y cometer atentados. “De hecho, la policía podría arrestarte al considerarte sospechoso. Una amiga mía pasó varios días en la cárcel por vestir con burka”,  comenta Zabi.

Confiesa que en varias ocasiones ha recibido amenazas por parte de los talibanes.  No en Kabul pero sí en la región donde viven sus padres que está controlada por los insurgentes. “No puedo ir a visitar a mi familia porque ellos (los talibanes) han amenazado con matarme”, afirma el transexual.

“Tenemos miedo de ir solas por la calle, por eso siempre vamos en grupo. Y si vemos alguna pelea salimos corriendo.

Zabi desearía vivir en otro país, lejos del fanatismo donde pudiera desarrollar su arte. “A veces sueño en convertirme en una actriz de Bollywood. Irme a India para triunfar como bailarina y que mis películas se vieran en toda Asia”,  explica emocionada, antes de hacernos asistir a su transformación.

Entonces, Zabi se suelta la melena que cepilla con un peine rosa, cambia sus pantalones por un chillón “shalwar kameez” con remaches de lentejuelas y se maquilla los ojos con una sombra azul turquesa y  los labios de rojo carmín con la destreza de una maquilladora profesional.

Los destellos de su traje se asemejan al titileo de las estrellas en la noche.

Antes de abandonar su habitación, Zabi nos obsequia con una corografía de baile mientras con su desafinada voz canta una pegadiza canción india.

Enfundado en un largo chal de lana de color oscuro baja por las tenebrosas escaleras del edificio y desaparece en un coche con otros dos tipos.  Zabi volverá a ser reina por una noche, dando vueltas sobre si mismo al ritmo de cánticos tradicionales y música popular, mientras un grupo de hombres barbudos con Kalashnikov le acompañan con palmas y  silbidos. Por unas horas, todos ellos se dejarán hipnotizar por los seductores movimientos de esta bailarina erótica con unos enormes y ennegrecidos pies.

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