Las pirámides de Dahshur, el secreto mejor guardado de Egipto
Dahshur, 15 de febrero de 2009
España se compromete con el turismo sostenible en las zonas arqueológicas de Egipto
Uno de los tesoros mejor guardados del Antiguo Egipto es el conjunto arqueológico de Dahshur, situado en pleno desierto, a unos dos Kilómetros de la necrópolis de Sakara y a 40 de El Cairo. Este impresionante complejo funerario, construido hace 4.500 años en la época del faraón Snefru -padre de Keops y fundador de la IV dinastía- está formado por cinco pirámides, dos de ellas majestuosas (la roja y la acodada). Hasta hace once años esta área arqueológica estaba dentro de una zona reservada para maniobras militares y únicamente se permitía a los investigadores el acceso a las pirámides, después de duras negociaciones con las autoridades egipcias. Pero en febrero de 1996 el Gobierno egipcio decidió abrir al público el recinto de las pirámides. Sin embargo, su alejada ubicación y el difícil acceso al abrasador desierto han hecho que sean pocos los turistas que se aventuran a visitar el lugar y entrar hasta el interior de la cámara funeraria de la pirámide Roja, la más antigua de estas construcciones. Sólo se puede acceder allí atravesando la base militar o desplazándose en vehículos “todoterreno” por el desierto desde la carretera de Alejandría. A diferencia de otros lugares, en Dahshur no existen vendedores que persigan al visitante para ofrecerles agua o refrescos, ni ningún paseo en burro o camello por las dunas que rodean al complejo arqueológico.
Tal vez por eso, al ver que se desperdiciaba una nueva oportunidad de explotar su potencial turístico y engrosar las arcas del Estado, el secretario del Consejo Superior de Antigüedades, Zahi Hawas, ideó un proyecto para promocionar el patrimonio cultural, basándose en los principios de protección y conservación del área arqueológica y del lago que la rodea. Ahora, el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha retomado esta propuesta para gestar un ambicioso plan de acción conjunto para proteger la zona de las pirámides de Dahshur y su ecosistema, así como fomentar el desarrollo sostenible de la comunidad local, mediante la gestión de sus propios recursos y generar ingresos. El proyecto de Cooperación de Desarrollo Comunal de Dahshur fue inaugurado por la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, el pasado 24 de abril. Esta iniciativa cuenta con un presupuesto de cerca de dos millones y medio de euros y está financiado por el Fondo España-ONU para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Su objetivo es reducir las disparidades económicas, educativas e incluso de género de una comunidad de unas 40.000 personas que viven en condiciones precarias, con actividades como la creación de un foro de desarrollo económico local, el desarrollo de capacidades para promover unas condiciones dignas en el empleo, el apoyo a las industrias creativas locales, el aprovisionamiento de microcrédito y la promoción de la actividad turística en la zona. Además, esta iniciativa también contempla la mejora de la gestión del patrimonio cultural y los recursos naturales mediante la ejecución de un plan de desarrollo turístico, y el apoyo para la mejora de la protección medioambiental del lago.
En los alrededores de este idílico paraje, uno puede disfrutar del silencio y contemplar las extraordinarias vistas hacia el enorme palmeral o perderse en el horizonte de dunas de arena detrás de las pirámides. El proyecto del PNUD también afecta a una parte de los palmerales que hay no muy lejos del lago. Se trata de frondosos bosques de palmeras, algunas de casi 20 metros de altura, bien alineadas sobre un terreno en el que también hay huertas. De cada palmera se pueden sacar hasta 200 kilos de dátiles. Para favorecer los campesinos de Dahshur, la ONU tiene previsto introducir la producción de dátiles.
A los pies de las pirámides se encuentra el lago, que se cubre de agua con la crecida del Nilo al final del verano y sirve como lugar de paso de muchas aves migratorias cuando llega el otoño.
Ramadán de 70 años, y su hija Rawah, de 12 años, se encuentran descansando junto al lago. Este lugareño, casado con dos esposas y padre de siete hijos, lleva más de medio siglo trabajando las tierras de un terrateniente local, como la mayoría de los campesinos de Egipto, que no poseen ni un pedazo de tierra, porque la aristocracia militar es su único dueño. Ramadán vive en “El Arab-Barkiye El Malek”, una aldea de unas 500 personas, todas de la misma familia, y gana entre 15 y 25 libras (unos tres euros) por una jornada laboral.
“Hasta las aves que migran de Europa a África y reposan en el lago los meses de otoño son de los militares”, añade con sorna Reda, otro aldeano de 35 años. Los vecinos tienen que pagar una tasa al Ejército para poder cazar en sus tierras, nos dice. Reda trabaja en una fábrica de cementos a las afueras de Dahshur, a unos 10 kilómetros de las ruinas. Muchos de los jóvenes son empleados de esta fábrica y el sueldo es de 600 libras (unos 70 euros) al mes. “Todos tenemos trabajo, pero lo que ganamos en la fábrica no es suficiente”, se queja.
A pesar de las dificultades económicas y de la falta de infraestructuras en las aldeas, la mayoría de las casas no tienen agua corriente y las calles están sin asfaltar, los lugareños no quieren que “nadie de fuera venga a perturbar nuestra tranquilidad”, dice Ramadán en referencia al proyecto de desarrollo sostenible del PNUD. “Aquí casi no vienen turistas. No queremos que esta zona se llene de autobuses con grupos de turistas y se pongan a construir hoteles y restaurantes frente al lago y las pirámides”. Ramadán no conoce el significado de ecoturismo y de desarrollo de turismo sostenible, pero teme que este idílico paraje se convierta en lo que ahora es la necrópolis de Giza (las conocidas Keops, kefren y Micerinos): un lugar atestado de gente, sucio y ruidoso, donde el asfalto de la carretera llega a los pies las pirámides y las construcciones indiscriminadas han engullido el desierto.
