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El martirio antes de la rendición

, 14 de marzo de 2012

El ejército rebelde sin apenas municiones dice que optará por la inmolación para derrocar al régimen.

La mañana está nublada y el cielo amenaza con nubes de tormenta. El vehículo en el que viajamos, por carreteras secundarías, nos deja cerca de un desvío. Se abre ante nosotros un frondoso valle rodeado de montañas a las que debemos llegar.

Nos esperan dos horas de caminata por estrechos y empinados senderos fangosos,  atravesando riachuelos haciendo equilibrios sobre guijarros resbaladizos. Delante va nuestro pasador para indicarnos el camino.  En silencio vamos en fila de uno siguiendo la estela del otro. En más de una ocasión rompemos las reglas del silencio al pedir ayuda a los otros compañeros ante la imposibilidad de subir una  cuesta resbaladiza o llena de zarzas. Casi hemos cruzado al lado de Siria, dividido por una carretera de uso exclusivo militar. Hay que correr, ser muy rápido y ágil para que no te intercepte la policía de la frontera turca. Solo unos metros más…Llegamos exhaustos a Siria. Oculta, por la espesa vegetación, surge la lona de una de las tiendas de campaña del Ejército Libre de Siria.

La satisfacción de haber cruzado la frontera turca y estar en territorio sirio hace desaparecer repentinamente el dolor de pies y pantorrillas tras la dura caminata.

Un centenar de hombres, de todas las edades -incluso un menor que maneja un Kalashnikov con una destreza que hiela la sangre-, resisten y se cobijan bajo lonas de plástico para soportar el frio del invierno.

Son las ocho de la mañana y el día no ha hecho más que comenzar; un día que se antoja largo y complicado. A estos militares desertores no les gusta madrugar y muchos de ellos seguían durmiendo. Aún medio adormilados, nos saludan de forma poca efusiva. “Salam aleikum”,  cabecea un rebelde que está encendiendo una hoguera para preparar el té mientras escuchan el Corán.  Al principio, se muestran poco convencidos de la repentina visita de periodistas extranjeros. Es la primera vez que unos occidentales llegan a su campamento. Poco a poco el ambiente se va destensando y nos invitan a acompañarles en el desayuno. Su dieta es de lo más básica: una taza de te con mucho azúcar y pan de pita caliente con queso en en porciones.  El agua allí es un bien escaso y reutilizan la misma para enjuagar todos los vasos.

Entre té y cigarrillos, sentados alrededor del fuego, van desvelándose las trágicas historias personales de estos hombres.  Estos reclutas del Ejército Libre de Siria desertaron hace siete meses tras la ofensiva del régimen en la ciudad rebelde de Latakia, al noreste del país.

Estos reclutas del Ejército Libre desertaron hace siete meses tras la ofensiva del régimen en la ciudad rebelde de Latakia, al noreste del país.

La mayoría procede del barrio de Ramel -donde se encuentra el campo de refugiados palestinos con el mismo nombre-, uno de los suburbios más castigados por las fuerzas gubernamentales. “Bombardearon por tierra, mar y aire, durante varios días. Fue una auténtica masacre”, recuerda Yumua, cuyo nombre significa Viernes. Según el desertor, las fuerzas de seguridad entraron con furgones al barrio de Ramel y se llevaron a 500 personas, que continúan desaparecidas.

Yumua cree que “los tiraron al mar dentro de los furgones”.

“No hay manera de seguir con las protestas pacíficas, ahora sólo nos queda luchar”, advierte Feras, policía de tráfico, que se cubre el rostro con un pañuelo ajedrezado. Como la mayoría de estos hombres aún tiene familia dentro del país y teme que si reconocen su cara el régimen tomará represalias contra los suyos. “Bashar y sólo él, es el terrorista”, afirma el militar rebelde, que insiste en que el régimen sirio “ataca a los suníes”.

“Durante más de cuarenta años hemos vivido encerrados en una prisión, sin derechos ni libertades. Sólo trabajo y trabajo, mientras todos los cargos de alto rango del Gobierno y de oficiales del Ejército eran ocupados por los alauíes”,  censura  Feras.

Al cumplirse un año del inicio de las revueltas en Siria, la violencia sectaria ha comenzado a aflorar por doquier dando unos tintes oscuros a la revolución.

A los desertores del Ejército Libre de Siria, en su mayoría suníes, se le están acabando las municiones y tampoco pueden adquirir nuevas armas en el mercado negro.

“Los sirios alauíes se han hecho con todas las armas del mercado negro en el sur de Turquía y se las revenden a los sabiha”, confiesa Mustafa, un rebelde de la localidad costera de Latikia, noreste del país,  antes de precisar que “una munición cuesta entre cuatro y cinco dólares,  y un Kalashnikov que antes se vendía por 200 dólares, ahora cuesta 2000 y es difícil de encontrar”.

El militar del Ejército Libre de Siria afirma que gobierno sirio utiliza a “todas las minorías –alauíes, drusos, ismaelitas, y cristianos- para crear un conflicto sectario”

Cuando las fuerzas del régimen no pueden entrar en las zonas urbanas “envían a los sabiha (matones de Asad) en coches con las ventanas tintadas y placas negras y disparan a la gente”, denuncia Yumua.

“No queremos dinero de la comunidad internacional, sólo pedimos armas para seguir luchando”, reclama Abu Hala, otro desertor, que trabajaba como agente de los servicios secretos en Damasco. Tras su deserción, el régimen encarceló a su hermano que recibió severas torturas en la cárcel, que lo han dejado parapléjico.

“Mi madre tuvo que pagar a alguien de dentro de la cárcel para que le permitieran visitar a mi hermano”, indica Abu Hala.

Son las doce del medio día, y como rectos musulmanes cumplen con el rezo del medio día. Uno de ellos se encarga de llamar a la oración, y poco a poco se van incorporando y de forma ordenada hacen las abluciones para ir a rezar.

Colocan improvisadas alfombras, que son sus sacos de dormir, y se colocan en filas de diez, mientras repiten las palabras del que dirige el rezo. Sus voces se entremezclan con el sonido no tan lejano de las explosiones de los proyectiles de los tanques del régimen que están atacando las últimas posiciones rebeldes cerca de la frontera con Turquía.

Los rebeldes se miran los unos a otros en silencio, con resignación. Las fuerzas gubernamentales están recuperando casi todas las área del norte de Siria, que estaban bajo control del Ejército Libre de Siria. Bum, Bum, Bum… Las deflagraciones son escalofriantes.

Un rebelde nos confiesa que es muy peligroso avanzar más allá de las montañas porque el Ejército sirio ha plantado minas por el camino hasta la frontera con Turquía.

Un detector de metales para localizar minas terrestres cuenta alrededor de 9000 dólares, “nosotros no podemos pagarlo, así que lo que hacemos es que uno va en la vanguardia del pelotón para sacrificar su vida por el resto del grupo”, detalla Abu Ismail, licenciado en Farmacia.

“Mejor perder la vida por una mina o por un disparo del régimen y convertirse en shahid (mártir) que morir por un ataque al corazón, de viejo o de un cáncer”,  exclama Gamal, otro rebelde con espesa barba, que agrega “soy un hombre dispuesto a sacrificarme porque Dios está con nosotros”.  “Si no tenemos otra opción, elegiremos el martirio pero no detendremos nuestra lucha hasta que caiga Bashar”, sentencia Gamal.

Estos hombres deben enfrentarse a un ejército que les supera en número en una proporción de setenta a uno, a aviones de combate, carros blindados, artillería pesada, minas antipersona con unos destartalados AK-47, varios RPG-7 y arcaicas berettas.

Pero el problema es que al Ejército Libre se le están acabando las municiones y tampoco pueden adquirir más armas en el mercado negro.

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