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Beduinos en el Sinaí: parias en su propia tierra

Shibana, 13 de julio de 2009

Una fina raya de asfalto separa las dos orillas de este infinito mar de arena de la Península del Sinaí. La zona septentrional de la península está prácticamente ocupada por cerca de 35.000 kilómetros cuadrados de llano desierto. Desde hace milenios esta inhóspita tierra ha estado dominada por el hombre. El Sinaí ha sido tierra de Dios, de faraones, de generales romanos, de cruzados y en el siglo pasado ha sido escenario de las disputadas entre árabes e israelíes en 1956, 1967 y 1973. Israel la ocupó en 1967, pero Egipto recobró el control total tras la firma de los acuerdos de paz de Camp David (1978). Las grandes civilizaciones de la historia han pasado por este árido territorio pero los únicos que han permanecido desde hace más de un milenio son las tribus de beduinos, los moradores del desierto. Ahora son ellos, cerca de 300.000 beduinos, los que reclaman el derecho de poseer la tierra en la que viven desde la época del profeta Mahoma. Más de 12 tribus están asentadas en esta región, situada al noreste de Egipto, y la mayoría de sus miembros se sienten discriminados,  acosados y perseguidos por las Fuerzas de Seguridad  egipcias.

Beduinos“No es una cuestión de tierra, sino de sangre. Nuestros antepasados están enterrados bajo esta arena”, explica Musa Al Dilah, uno de los jefes de la tribu Tarabin, que significa: “vengo de la tierra (del desierto)”. Éste es el nombre que adoptaron los descendientes del primer antepasado de la familia, Ateyya, que huyó de la Península Arábiga en tiempos del Califa Muawiya ibn Abi Sufian, fundador de la dinastía Omeya. La tribu se extiende desde la península del Sinaí, la Franja de Gaza y el desierto de Negev, al sur de Israel, porque para los beduinos “no existen las fronteras políticas”.

Musa reside en Shibana, una aldea de viviendas desperdigadas que se extiende por una llanura semidesértica rodeada por olivos y escuálidos árboles frutales. Los más pobres se alojan en chozas de cañizo, sin agua corriente -cada dos semana tienen que traer un tanque de agua que les cuesta casi 30 dólares- y sobreviven vendiendo lo poquito que les da la tierra en el mercado de Alyura, a 10 kilómetros de la ciudad de Rafah.

Al igual que otros miembros de las distintas tribus, Musa ha pasado varios años en prisiones egipcias. Tras cumplir dos años de cárcel, sin haber sido juzgado por tribunal alguno, las autoridades lo liberaron y le ofrecieron ser el responsable de las Relaciones externas de Asuntos Beduinos, a cambio de que “mantuviera la boca cerrada”.

Según sus informaciones –no he podido verificar otros datos oficiales-, en las prisiones egipcias quedan todavía “unos 1500 beduinos presos -algunos juzgados ante un tribunal militar y otros no- de los mas de 5000 que fueron detenidos tras los atentados de Taba (octubre de 2004), Sharm el Sheij (julio de 2005) y Dahab (abril de 2006).

La excarcelación de todos los presos beduinos y el fin de los tribunales militares son otras de las exigencias al Gobierno.

Algunos de los que ya han sido liberados denuncian que los agentes los han torturado.  “Me esposaron las manos a la espalda y después me colgaron de ellas”, recuerda Mohamed.

Beduinos3Abu Hassan, de la tribu Rumailat, advierte de que policía, de forma sistemática,  “entra en las casas para detener a sospechosos y si no los encuentran se lleva a las mujeres e hijos para que se entreguen”.

“Me siento un clandestino en mi propio país. No puedo ir a El Cairo porque me detienen”, manifiesta enfadado. “Así que, cuando tengo que viajar por negocios, me cambio la chilaba por una camisa y un pantalón y utilizo una identidad falsa”, continúa.

Abu Hassan está acostumbrado a dormir cada noche en un lugar diferente en el desierto para poder estar a salvo. “Aparco mi coche -un flamante 4×4- en la puerta de casa y me voy al desierto. Los beduinos tienen cientos de escondites para no ser encontrados por la policía. Algunos son viviendas abandonadas, en medio de ninguna parte, que utilizan como almacén de armas. Y aunque ninguno reconoce ser traficante, tampoco lo niega. De lo que no hay duda es que los “kalashnikov” son sus fieles compañeros.

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