Los rebeldes retroceden ante la nueva embestida del las fuerzas gadafistas

Brega, 30 de marzo de 2011

“¡Dónde estás Sarkozy!”, imploró Hamid subido en lo alto de la pick up con los brazos alzados hacia el cielo, esperando que los aviones aliados bombardearan las posiciones de las tropas gubernamentales que, en la pasada madrugada, habían avanzado hasta Ras Lanuf.

Rugían las ametralladoras, silbaban los misiles. No había lugar para esconderse. A penas tuvieron tiempo de reaccionar, el instinto les llevó a echar a correr y salvar la vida. Los rebeldes tuvieron que retirarse, huyendo de la artillería pesada de Gadafi que bombardeaba sin tregua por tierra desde los tanques y lanzaderas de cohetes “grad”, y por mar desde barcos de guerra.

“¡Yala, yala! (vamos, vamos)”, gritaban atemorizados. Ya no hay ánimos envalentonados, ni consignas, ni esperanza. Un torbellino de polvo envolvió los ánimos de los milicianos.

La inhóspita carretera que conduce al frente se convirtió, por unos instantes, en volátiles columnas de humo negro que bailaban al compás del sonido de las balas. El ruido de los motores de los Toyota  pasaba inadvertido ante la ráfaga de obuses de las tropas gadafistas. Con duros esfuerzos Hafis Mansur, de 37 años, logró guarecerse en un coche en marcha cuando un misil impactó cerca del puesto de control en la entrada a Brega. Con la mirada le echaba un vistazo al frente perdido, y con el corazón le hacia un guiño a Alá por haberle salvado la vida.

Un río de vehículos cargados de milicianos o familias enteras con maletas, que huían despavoridos en dirección a Bengasi desde Al Aguila y Brega.

“Ha sido un ataque por sorpresa. Gracias a Dios, hemos podido sacar las ambulancias del hospital de Ras Lanuf y a todo el equipo sanitario”, explicó Baker, un voluntario de la Media Luna Roja que tuvo que huir a las dos de la madrugada cuando una lluvia de cohetes sorprendió a esta localidad petrolera. “Hay infiltrados del régimen entre los rebeldes”, denunció Baker, antes de narrar que “soldados de Gadafi vestidos de civiles” habían tomado como rehenes a mujeres en Ras Lanuf.

Con duros esfuerzos Hafis Mansur, de 37 años, logró guarecerse en un coche en marcha cuando un misil impactó cerca del puesto de control en la entrada a Brega. Con la mirada echaba un vistazo al frente perdido, y con el corazón le hacia un guiño a Alá por haberle salvado la vida.

Decenas de milicianos y vehículos se habían concentrado en la única gasolinera que aún suministra fuel y gasolina para toda la zona desde Ajdabiya a Ras Lanuf. Una cola inalcanzable de personas con barriles de plástico vacíos aguardaban pacientes su turno para llenar su bidón de gasolina y poder llegar a Bengasi.

“Solo los soldado profesionales se han quedado en el frente”, puntualizó Ahmed Sakran, un estudiante de bachillerato devenido en rebelde. Sus apenas 15 años y su rostro imberbe parecían no marcar la diferencia con el resto de combatientes que empuñaban viejos kalashnikov o granada de mano casera, fabricadas con latas vacías de tomate. Ahmad tan sólo portaba un oxidado cuchillo. Para él era suficiente porque Alá le protege desde el cielo. “Ni tenemos armas ni lanzacohetes pero Alá está de nuestra parte. Sacrificaré mi vida por la libertad de Libia”, exclamó con vehemencia ante sus compañeros, invocando el coraje.

Sin Armas ni gasolina, los rebeldes son incapaces de atacar a las fuerzas gubernamentales que a toda velocidad están reocupando las ciudades que perdieron hace una semana tras los ataques aéreos de la coalición internacional. En tiempo relámpago, en menos de 24 horas, las fuerzas opositoras perdieron todas sus posiciones hasta Ajdabiya, a 160 kilómetros de Bengasi.

Esta estratégica localidad, clave para la seguridad de la capital de la Libia libre, respiró aliviada durante cuatro días pero ayer de nuevo, el ambiente estaba enrarecido.  Muchos de los que la habían abandonado para refugiarse en Bengasi cuando entraron las tropas de Gadafi, retornaron estos días. El miedo invadió las calles vacías, mientras la carretera se trasformaba en un reguero de coches que se dirigían hacia el este.

Walid Hasan asomó la cabeza por la ventanilla de su coche, atiborrado de bártulos y niños. “Hace tres días que regresamos a Ajdabia desde Bengasi, pero hemos oído que hay células gadafistas que han penetrado en la ciudad y podrían atacar por la noche”,  advirtió Hasan, que decidió hacerle caso a los rumores y hacer las maletas para no tener que lamentarse después.

El sonido de las sirenas, del ir y venir de las ambulancias, rompía el silencio que reinaba en la ciudad. El hospital general de Ajdabia, el único en condiciones que hay entre Ras Lanuf y esta localidad, recibió a los heridos de los ataques de las fuerzas gubernamentales. En una habitación dos rebeldes con las heridas curadas, reposaban en una camilla. A pesar del agotamiento y el dolor, Husein alcanzó a decir que Gadafi ha aprendido a burlar los ataques aéreos internacionales. “Están usando nuevas tácticas. Las tropas del régimen se están desplazando por el desierto en vehículos todoterreno para que los aviones franceses no puedan atacarles”, aseguró este rebelde.

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