Jardin Mujeres

Un Eden reservado a las mujeres

Kabul, Afganistán, 15 de mayo de 2010

Había una vez,  en un país del oriente, un hermoso jardín con árboles frutales que florecían en primavera, plantas de jazmín y glicina,  y multitud de flores que formaban tapices de colores en el suelo. En él, paseaban las mujeres sin tener que cubrirse la cabeza con un pañuelo, o se sentaban en grupo a charlar entre ellas,   bajo la sombra de un árbol,  mientras compartían el té y la merienda.  Aquel edén reservado a las damas de Kabul, conocido como Bagh-e-Zenana (el Jardín de las Mujeres), fue construido por el rey mogol, Habibullah Khan,  para sus dos esposas a principios del siglo XX, y más tarde se abrió para todas las súbditas del reino.  Pero las continuas guerras y conflictos que se suceden en el país desde la década de los 70 destruyeron este idílico recinto, y quedó completamente abandonado.  Además,  para afrontar el duro invierno,  y ante la falta de recursos económicos, los lugareños comenzaron a talar los árboles del parque para combustible.

“Cuando vine, por primera vez, no era más que un basurero utilizado por los vecinos y comerciantes de la zona” recuerda Karima Salik, directora del Ministerio de Asuntos de la Mujer.  Ahora, este oasis de libertad para las mujeres de Kabul, rodeado por el desierto misógino de la capital, está experimentando un renacimiento. Y no hubiera sido posible sin el esfuerzo de Salik y su equipo de trabajo femenino.

“Pensar que hace un siglo las mujeres gozábamos de unas libertades que reclamamos ahora que vivimos, supuestamente, en una democracia ¡Qué paradoja!”,  exclama la directora.

La iniciativa de reconstruir el antiguo Jardín de las Mujeres corrió a cargo de la ministra Hasan Bano Ghazanfar tras firmar un acuerdo de cooperación con la agencia estadounidense para el desarrollo “USAID”,  en 2007, por valor de 574.000 dólares (unos 451.365 euros).

En principio, el proyecto iba a consistir en la rehabilitación del parque; la replantación de un total de 800 árboles y plantas, ofreciendo puestos de trabajo a las mujeres. Ellas se encargarían de las labores de jardinería y albañilería.

Así, el Ministerio de la Mujer contrató un equipo de 70 trabajadoras de diferentes edades y estratos sociales, cada 40 días, para cargar sacos de abono, fertilizar la tierra, plantar árboles y flores,  y revestir el suelo con baldosas.  “Todo hecho por ellas y para ellas”,  manifiesta orgullosa la  asistente de la ministra.

Sin embargo, las demandas de las kabulíes eran otras: más que un lugar de recreo y descanso,  las mujeres solicitaban un centro cultura y social,  dónde poder asistir a conciertos,  conferencias, clases de idiomas, informática y también, formación profesional.

Salik tuvo que replantear la iniciativa y solicitar más fondos internacionales para incluir las nuevas demandas.  La Comisión Europea asignó un millón de dólares para la creación de un centro de formación profesional de aulas y el Gobierno alemán,  a través de la Cooperación Técnica Alemana (GTZ), así como el italiano mediante la Cooperazione Italiana (CI) se encargaron de facilitar formadores y organizar los cursos.

El edificio de color ocre, de una sola planta,  no rompe la armonía del jardín, discretamente arrinconado en una esquina junto al muro que protege el recinto.

El centro ofrece cursos de bisutería, de electricista y  de chef de cocina.

“Más de 100 alumnas han superado los cursos y  una treintena de mujeres han sido contratadas en diferentes empresas”,  explica Yalila Khan, coordinadora del centro.

Aunque el jardín aún no ha abierto sus puertas al público femenino, los cursos de formación empezaron en marzo.

Sohiba no levanta la cabeza, concentrada en sostener un pequeño soplete entre sus manos, a pesar de la presencia de la periodista que altera al resto de sus compañeras de clase.

En el taller de bisutería y abalorios, trece jóvenes sueñan con tener el día de mañana su propio negocio.  “Las piezas de bisutería – collares, pulseras, anillos, colgantes- que hacemos aquí las vendemos a la compañía comercial Sultán Razia y nos pagan 50 dólares al mes a cada una”,  indica Habibia de 17 años.  “Estoy muy agradecida a por esta oportunidad porque además de aprender puedo ayudar a mi familia”, sostiene la aprendiz de joyera.

Un ruido agudo y metálico proviene del cuarto del fondo; se trata del taller de lámparas solares y alargaderas de enchufes que fabrican las mujeres  del centro para una compañía que provee componentes eléctricos las fuerzas de la OTAN.

Junto al edificio hay una cantina, en cuya cocina las alumnas preparan patos sencillos de pasta y pizza italiana.

En el lado opuesto del jardín, una lona cubre las obras del futuro gimnasio, porque “las mujeres también nos gusta estar en forma”,  afirma la asistenta de la ministra.

Un centro deportivo completo con clases de taekwondo, aeróbic,  sala de máquinas y pesas. También, adelanta Salik, vamos a construir una pista de fútbol porque a las afganas “nos vuelve locas el fútbol” .

Cuando, en 1996, las huestes del mulá Omar se hicieron prácticamente con la totalidad del control del país, prohibieron a las mujeres la práctica de cualquier tipo de deporte, argumentando que se trata de una violación de la Sharia (ley islámica). Ese mismo año se prohibió a las mujeres trabajar y se las encerró bajo el burka azul que se convirtió en su cárcel particular.

Trece años después de la caída del Emirato Islámico de Afganistán, la situación de las mujeres sigue anclada en el legado talibán.

“Tenemos muchos problemas con la sociedad. Afganistán es un país muy religioso y hay muchos afganos que tienen pensamientos retrógrados y no entienden que sus hijas practiquen deporte”, lamenta Salik.

Solo las familias de clase social alta apoyan y alientan a sus hijas a que hagan deporte. El resto está en contra. “Es muy difícil. Una mujer que haga deporte no es aceptada por la sociedad afgana, en general, pero no por ello tenemos que rendirnos”, insiste orgullosa la promotora de esta valiente iniciativa .

“El Jardín de las Mujeres de Kabul es un verdadero éxito”,  afirma con rotundidad la directora del departamento de Asuntos de la Mujer,  entre otras razones porque en Kabul “está prohibida la admisión de mujeres en cualquier espacio público a menos que vayan acompañadas de su marido o familiares varones”.

 

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