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Turismo y khat

Sanaa, 15 de julio de 2007

La espectacular ciudad vieja de Saná, calificada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad por sus peculiares edificaciones de adobe que datan de más de cuatrocientos años, se ha quedado vacía de extranjeros, después de que el pasado día 2 un terrorista suicida matara a 7 turistas españoles y dos conductores yemeníes al hacer explotar un coche bomba en las inmediaciones del Templo de Balkis, en la localidad de Mareb a 170 kilómetros de la capital. En la abigarrada Bab Al Yemen, la entrada monumental de la fortaleza, a penas se ve algún que otro rostro occidental. La mayoría de esos extranjeros que caminan por las ensortijadas callejuelas de la medina de Saná, repletas de  puestos de frutos secos o de especias, de hermosas djambias (dagas) y hornos de panes redondos, son expatriados o estudiantes de árabe. El turismo se ha visto seriamente afectado por estos despiadados actos terroristas. Desde hace unos años El Yemen se ha convertido en destino de vacaciones para muchos occidentales que buscan un turismo diferente. Y es que es difícil no dejarse atrapar por las peculiaridades que encierra este milenario país de la Península Arábiga, que fue la capital del Reino de Saba. Pero su más preciado tesoro no son las ruinas de la legendaria reina que enamoró a Salomón, sino el khat o (catha edulis): la droga nacional.  Un arbusto originario de Etiopía, que se ha cultivado desde hace siglos en el Cuerno de África y la Península Arábiga, y cuyas hojas frescas consume el 80 por ciento de la población adulta yemení, unos 10 millones de habitantes –hombres y mujeres- de edades comprendidas entre 15 y 65 años.  Cuando la clara luz del día da paso a los tibios colores del atardecer, la agitada actividad comercial de la ciudad vieja de Saná se paraliza y comienzan las sesiones del khat. Este ritual que empieza después de comer se alarga hasta la noche.  Lo que más llama la atención es ver como el rostro de los yemeníes se deforma por un bulto enorme que sobresale de uno de sus carrillos.  El “Suq al Malh” (el zoco de la sal) se encuentra en el corazón de esta impresionante medina. En una de las estrechas callejuelas adyacentes al zoco se concentran los vendedores de khat. Este estrecho callejón se convierte al medio día en un hervidero de gentes que parecen venidas de otra época, hombres enfundados en largas faldas que sujetan con un cinturón adornado con una djambia. Nerviosos, se agolpan frente a los vendedores para comprar su dosis diaria. Una bolsa de hojas de khat, cuyo consumo puede durar unas tres horas, cuesta desde un dólar -la de peor calidad- hasta cinco, nos explica Abdullah, un joven vendedor. Un gasto que supone una fortuna diaria cuando el sueldo medio no supera los 100 dólares mensuales.  El khat es una de las principales actividades económicas de país. Millones de personas viven del cultivo, el transporte y la venta de esta planta de consumo popular, considerada una droga en Europa. El consumo del khat no es solo peligroso porque causa en el cerebro un efecto tóxico, sino porque la ingesta de las hojas, regadas con pesticidas para acelerar el crecimiento de la planta, provoca cáncer de boca, estómago y colon, previene Toni Milroy, ingeniero agrícola que dirige un proyecto de cultivos alternativos al khat en la isla yemení de Socotra. “El 70 por ciento del agua que se utiliza para regadío se destina al cultivo del khat”, indica Milroy al tiempo que advierte de que la presa de Mareb ha bajado su caudal de agua 400 litros.

Kat I [1600x1200]_webEl “boom” del khat comenzó en 1962, cuando el país consiguió su independencia, hasta entonces protectorado británico, y se proclamó la República Árabe del Yemen. Anwar, un taxista de Saná que nos acompaña, explica -mientras se las arregla para conducir, masticar khat, hablar y fumarse un cigarrillo, todo al mismo tiempo- que en la generación de su padre “apenas se consumía el khat y ahora lo toman hasta las mujeres, aunque en menores cantidades”.  El khat es una costumbre tan extendida entre la población yemení que en todos los hogares hay una habitación exclusiva para el consumo de esta droga.  Se trata de cuarto es amplio con cojines distribuidos por el suelo para recostarse. Las autoridades yemeníes se han quejado de la perdida de millones de dólares por la falta de productividad asociada al consumo de esta sustancia tóxica.  Los funcionarios de la administración pública dejan de ir a trabajar por las tardes para dedicarse al khat. Por este motivo y ante la imposibilidad del Gobierno de poner sanciones, las autoridades han permitido que los trabajadores consuman esta droga durante su jornada laboral.

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