Checkpoint in Taftanaz ( Idlib Province )

Tras las líneas enemigas

Mastume, 22 de marzo de 2012

Mirándolo en perspectiva, nuestra pequeña “incursión” en territorio controlado por las fuerzas de Bashar al Asad fue como jugar a la ruleta rusa. Estábamos tomando té en una de las guaridas del Ejército Libre de Siria (ELS) cuando Adel, un sargento desertor, de 25 años, nos propuso ir a Mastume, a 10 kilómetros de Sermin, donde está el cuartel general de las tropas sirias que operan en la provincia de Idlib.

En esta localidad al noroeste de la ciudad de Idlib se encuentran las instalaciones  militares “Muashkar al Talaya” con 25.000 soldados del régimen y 400 carros de combates. La idea era ir a una vivienda, controlada por los rebeldes, a sólo 500 metros de la base del ejército sirio, desde la que se ve, subiendo a la azotea, una colina tomada por tanques y tropas gubernamentales. Pero para llegar allí teníamos que atravesar la carretera principal bautizada por los rebeldes como “la carretera de la muerte”, donde continuamente están patrullando los blindados que disparan a todo lo que se mueve. Adel nos tranquilizó con el argumento de que su grupo “va y viene todos los días” desde Sermin a Mastume, y viceversa. Tras meditarlo por unos instantes,  nos fiamos de nuestro instinto y aceptamos el reto que se presentaba enorme. Subimos a una camioneta con tres rebeldes armados con su kalashnikov y nos sentamos en la parte trasera del vehículo, con nuestras mochilas replegadas para poder tener espacio por si teníamos que tirarnos al suelo. Adel parece un hombre sensato y por eso confiamos en él. El que no lo parecía tanto era Kamal, el conductor que apretaba el acelerador de tal manera que parecía que nunca iba a soltarlo. Dejamos Sermin y tomamos una carretera secundaria, un camino de tierra que bordeaba los campos de cultivo. Durante el trayecto se oían los detonaciones de los proyectiles de los tanques. Subimos la última cuesta y enfrente de nosotros estaba la carretera de la muerte. Los rebeldes se pusieron en alerta, quitaron el seguro de los kalashnikov y se hizo el silencio dentro del coche. Sólo teníamos que atravesarla no circular por ella. La suerte estaba echada. Kamal apretó el acelerador y cruzamos al otro lado sin correr riesgo, en aquel momento no circulaba ningún blindado.  Los habitantes de Mastume conviven con los soldados del régimen pero muchos apoyan la revolución. En más de una ocasión las fuerzas de Asad han atacado alguno de los vecindarios insurgentes con proyectiles y morteros.

Atravesamos una calle a todo gas para alejarnos lo antes posible porque hay tres tanques apostados en una esquina. Hemos llegado al piso franco del ELS, que utilizan para controlar las posiciones enemigas. Adel baja primero del coche para comprobar que el camino está libre. Nunca se sabe donde habrá un francotirador. Abre el portón de metal y nos hace una señal para que bajemos.  La casa  tiene un amplio patio en el centro, rodeado de un murete de piedra por el que escalamos para subir a la azotea. Agazapados, sin hacer ruido, sólo se escuchan los intensos latidos del corazón, divisamos unos tanques que se mueven en círculo por la colina, incluso se puede distinguir a los soldados.

De regreso al coche nos encontramos a Haj Abdallah, de 75 años, cuya vivienda resultó gravemente dañada. Este anciano vive con unos vecinos que los han acogido en la casa de en frente. “Lo he perdido todo,  mi casa era lo único que tenía”,  se queja Abdallah, que se apoya en un bastón para poder caminar.

En una de las calles hay un grupo de hombres y dos niños sentados en unas sillas de plástico.  Mohamed y Amin, de 12 y 15 años son huérfanos de padre y madre.  El ejército bombardeó con artillería su vivienda y sus padres fallecieron en el acto,  por el derrumbe de una pared que les cayó encima.

Corremos el mismo peligro al regresar a Sermin pero nos sentimos un poco más relajados en el camino de vuelta.

Son las tres de la tarde y sentimos el estómago vacío. Adel propone ir a comer un shawerma, (un bocadillo de pan de pita con pollo trinchado y ensalada). Paramos en el centro de la ciudad de Binnish,  a solo 10 kilómetros, donde la vida sigue como si no pasar nada.  Mientras saboreo el bocadillo, miro a mi alrededor con admiración por el inquebrantable espíritu de los sirios que siguen hacia delante pese a las dificultades, como si nada ni nadie pudiera detenerles.

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