Sanidad privada para una guerra pública

Mogadiscio, 31 de enero de 2007

EE UU cerró dos orfanatos financiados por un saudí al que acusaron de pertenecer a Al Qaida. El conflicto civil de Somalia, que duró más de 16 años, dejó a muchos niños huérfanos y a un país vacío de instituciones.

En este Estado sin Gobierno, todas las instituciones –sanidad, educación, seguridad social– son privadas. Muchos huér- fanos de la guerra fueron acogidos en centros privados, construidos y financiados por donantes árabes. Al Haramein, un acaudalado jeque saudí, fundó en 1993 el orfanato Imam Mushafir para chicos y Um Aisha para chicas en Villa Somalia, en Mogadiscio.

Durante diez años, supervisó y gestionó los dos centros de meno- res, donde fueron acogidos un total de 3.000 niños, hasta que en 2003 Haramein fue identificado por los servicios de Inteligencia de Estados Unidos como presunto miembro de la red terrorista internacional Al Qaida. Entonces, Imam Musharif y Um Aisha tuvieron que cerrarse, porque no había nadie que pudiera hacerse cargo del mantenimiento de los dos orfanatos.

Los pequeños fueron repartidos entre hospitales y algunas familias generosas del barrio. «Los america- nos nos dejaron sin otra alternativa y tuvimos que cerrar», nos dice con tono de indignación Ahmed Djama, director del nuevo orfanato. «Gracias a la colaboración económica de los vecinos y de algunas instituciones escolares pudimos reabrir los centros», continúa.

Djama y su grupo de trabajado- res sociales lanzaron una campaña informativa en las radios locales y pidieron a la gente que donara algún dinero para reabrir los orfanatos. Los dos centros se reabrieron en 2005 y desde entonces viven 300 niños y 350 niñas, con edades comprendidas entre 5 y 14 años.

Mensualmente, reciben 20 dólares por cada niño. Con ese dinero se pagan las comidas (tres al día) y la educación y parte del salario de los 16 profesores, 5 trabajadoras socia- les, 8 limpiadoras, 4 cocineras, una costurera y una enfermera.

Educación diferenciada

Los huérfanos de Al Haramein reciben una educación islámica. Los chicos y las chicas duermen en barracones separados y sólo asisten juntos a las clases. Sobre una de las paredes del despacho de Djama hay colgado un cartel con el estricto y meticuloso horario que siguen los pequeños.

Los niños se levantan a las cinco de la mañana. Entre las cinco y media y las seis rezan la primera oración de la mañana. Entonces los niños se bañan y desayunan y a las siete entran a las clases. Cada día, de domingo a jueves, tienen cinco horas lectivas. Dos horas de educación primaria y tres horas de lectura del Corán. Cuando terminan la escuela, rezan la oración del mediodía y después van a comer. Por la tarde los chavales tienen actividades extraescolares, pero entre ellas no se incluye jugar al fútbol ni ver la televisión.

Este orfanato, como la mayoría de los edificios y viviendas destalados de Mogadiscio, carece de electricidad y agua corriente, por lo que precisan de un generador para el suministro de luz y agua.

Como el consumo de la gasolina es un lujo que no se pueden permitir, recortan el uso del generador a cuatro horas diarias, lo indispensable para cocinar y lavar a los niños.

Somalia es uno de los países de África que más necesita la ayuda financiera para invertir en seguridad social, educación y sanidad. Sólo hay cinco orfanatos, gestionados con fondos privados, en todo Mogadiscio y un único hospital psi- quiátrico en Somalia.

Este insólito centro, que apenas tiene tres habitaciones con 15 camas, asiste a 41 enfermos mentales. Tampoco tiene un médico especializado que se encargue de los pacientes. El equipo está formado por un enfermero (que actúa como director y psiquiatra) y cuatro enfermeras. Abdel KarimYusuf es el fundador, director y «psiquiatra» del Hospital Mental Haber.

El centro se abrió el 25 de noviembre de 2005 y desde entonces el doctor Yusuf ha sanado con «la ayuda de Dios» a 903 pacientes con trastornos mentales como psicosis, epilepsia, depresión y catatonismo, a causa de la guerra. «Mis enfermos gozan al menos de la libertad y el aire libre», exclama orgulloso este peculiar doctor mientras enseña un cartel, escrito en inglés, sobre el marco de la puerta que dice: «Enfermos mentales sin cadenas».

El patio del centro psiquiátrico es un estrecho corredor que rodea la casa, repleto de camas viejas y sillas donde descansan los enfermos.

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