OLVIDADAS EN AFGHANISTAN

Quemarse vivas para reivindicar los derechos de la mujer en Afganistán

Herat, 16 de agosto de 2011

“Cuando te cansas de llamar a todos las puertas y que nadie te responda, a veces, la única solución que te queda es quemarte viva y acabar con todo”, manifiesta Soraya Pakzad que dirige la Ong “Voice of Women Organitation”

Pakzad ha sido en repetidas ocasiones amenazada de muerte por los extremistas por proteger a mujeres desesperadas que huyen de la violencia de sus hogares.

El principal problema, sostiene la activista, es que “hay un vacío legal en los asuntos de la mujer”. La mayoría de veces, los asuntos familiares se resuelven de manera informal, a través de un consejo de ancianos o “shura”, basado en las leyes islámicas. “En nuestra sociedad machista se piensa que las mujeres somos una propiedad, un objeto que se compra, y por lo tanto no tenemos derechos”, critica Pakzad.

En Afganistán queda un largo camino por recorrer para que se reconozcan los derechos de la mujer. Quizás, el “burqa” es el menor de los problemas a los que se enfrentan las mujeres afganas.

OLVIDADAS EN AFGHANISTAN
A unos kilómetros de la sede de Voice of Women Organitation,  en el centro de la ciudad, está el Hospital General de Herat. En uno de los laterales hay un edificio exclusivo para tratar a mujeres quemadas, que ha sido financiado por la “Cooperazione italiana” en Afganistán.

Herat es la provincia con el mayor número de casos de mujeres que han intentado poner fin a sus vidas mediante estos métodos tan dolorosos.

“Desde 2003 hemos recibido cerca de mil mujeres que han intentado quitarse la vida quemándose vivas. Se ha convertido en un grave problema en Afganistán”, afirma preocupado Muhamed Arif Jalali, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos.

La mortandad entre las mujeres se ha elevado hasta cotas insospechadas, alcanzando el 60 y 70 por ciento del total que intenta acabar con su vida.

El doctor Jalali, reconoce que “se le rompe el alma” con cada una de sus pacientes.

Unos quejidos de desesperación que parecen aullidos, retumban en las paredes del pasillo.

Dina, de 17 años, se retuerce de dolor en un camastro, con el cuerpo vendado para que no se le infecten las quemaduras. “Son 48 horas de intenso dolor, si lo supera estará fuera de peligro,  de lo contrario corre el riesgo de caer en estado de choque y morir inmediatamente”,  advierte el cirujano.

Dina se casó hace cinco años, con apenas 12 años. Como aún era niña su esposo le permitió que se quedara durante un tiempo en casa de sus padres. Los años iban pasando y Dina seguía en el hogar familiar. Su marido ni siquiera la visitó una sola vez. Hace unos días, el padre de la joven insistió en que se marchara con su esposo. Unas horas después, Dina regreso a su casa, alicaída. Sin mediar palabra, la joven entró a la cocina tomó un bidón de fuel y meticulosamente se encerró en su cuarto para no levantar sospecha. La vergüenza de haber sido rechaza por el marido y la deshonra familiar se antepuso a la racionalidad. La chica se roció el cuerpo con gasolina y prendió una cerilla. Afortunadamente, su hermana llegó a tiempo, apagó con una manta el fuego y horas más tarde, la llevaron al hospital.

OLVIDADAS EN AFGHANISTANEn este país todos los matrimonios son concertados. No existe una relación de amor; o una relación de amistad entre un hombre y una mujer. Esto no es aceptado socialmente por la sociedad afgana. Los matrimonios se apañan entre dos familias que se ponen de acuerdo y casan a sus hijos por meras cuestiones económicas. Además, existe la tradición de que el hombre tiene la obligación de pagar una dote por la mujer. Una dote que suele ser bastante elevada- entre 3000 y 5000 dólares en un país donde el sueldo medio no llega a los tres dólares diarios. Los hombres que pueden permitirse pagar esa dote se deberán casar con una chica a la que no conocen de nada y a la que, en el mejor de los casos, han visto una vez en su vida.

Zahara tiene 22 años y el rostro desfigurado. Cuando tenía 17 años, su tío la vendió a un vecino por unos 1000 dólares.  El tío de Zahara era su protector porque su madre se quedo viuda cuando ella era una niña. La joven no quería casarse con aquel hombre pero la obligaron. “Era muy infeliz. Mi marido se enfadaba mucho y siempre me trataba mal”,  explica Zahara. Desesperada fue a pedirle consejo al mulá de la mezquita de su barrio porque quería divorciarse. “Él mismo me dio una garrafa de gasolina y las cerillas para que me quemara viva”, declara horrorizada.

“No pude ponerle fin a mi vida y ahora tengo que vivir con esta carga”, lamenta la joven.  “Mi marido no quiere saber nada de mí, se ha casado con otra mujer y tienen un hijo. Le he pedido que nos divorciemos pero él se ha negado en rotundo. Seguiremos casados hasta que uno de los dos muera”, continúa la mujer.

A penas sale del zulo en el que vive, con su madre de 75 años,  porque los chicos  del barrio hacen burla de ella.

Nacer mujer en un país como Afganistán es una condena de por vida.

Sakine Jalal-e-Din, de 17 años, escapó con su novio de casa de sus padres porque la obligaron a casarse con otro hombre de 45 años.

La policía los encontró al día siguiente cuando intentaban cruzar la frontera para ir a Irán.

Ahora, Sakine cumple condena de tres años en el Centro de Rehabilitación Juvenil de Herat por un delito de adulterio. La joven y su novio mantenían una relación en secreto desde hacía tiempo y Sakine estaba embarazada. El bebé nació hace unos tres meses en la penitenciaría.

La menor comparte cuarto con otras seis chicas con cara de niñas y mirada inocente. Pero la vida le ha hecho ser adultas antes de tiempo.  “Cuando cumpla mi condena tendré que casarme con uno de los dos chicos que abusaron sexualmente de mí. No es una decisión agradable pero no tengo otra opción. No sé cuál será mi futuro”, afirma Nefise, con resignación. Sus grandes ojos marrones ocultan una enorme pena. Echa de menos a sus padres y quisiera poder escapar de estos muros que se han convertido en su cárcel.

Nefise es afortunada porque solo tendrá que permanecer en el internado durante un año. Otras de sus compañeras enfrentan una condena mayor por haberse escapado de sus maridos maltratadotes.

Durante el régimen de los talibanes, que gobernaron con puño de hierro el país (1996-2001), a las mujeres se les prohibió trabajar, acudir a la escuela o salir de casa sin la compañía de un varón de su familia. Cuando en octubre de 2001 Estados Unidos decidió invadir Afganistán esgrimió, como una de las razones principales, salvar a las mujeres afganas del trato vejatorio al que los talibán las tenían sometidas. Casi una década después, las mujeres siguen relegadas a un segundo plano en la sociedad afgana.

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