Pakistán: el tercer género

Rawalpindi, 29 de diciembre de 2012

Almas “Bobby” no necesita presentación. Con un desparpajo insultante, este transexual de 32 años “bisiestos” ha logrado que los de su comunidad tengan reconocimiento en Pakistán. Con su incesante lucha por los derechos de los transexuales (Hijra, en urdu),  Bobby ha conseguido ganar una importante batalla en los tribunales para que el “tercer sexo” se reconozca en los documentos oficiales.

“No somos hombres ni mujeres. Ni tampoco, necesariamente, transexuales o travestis. Somos únicos”, insiste Bobby que nos recibe en su vivienda, una construcción de principios del siglo XX de techos altos con artesonado en madera, que sujetan una claraboya, y paredes pintadas de color amarillo limón. El salón principal está decorado con flores de plástico y muebles tradicionales de madera tallada a mano, tapizados con terciopelo barato.  Para dar calidez, viste el frío mármol del suelo con enormes alfombras afganas.

Al contrario de la norma general, Bobby pertenece a la clase acomodada. La mayoría de los transexuales viven en la pobreza y se ven obligados a mendigar en las calles o en las esquinas de los semáforos. A penas tienen educación y se ganan la vida bailando en bodas, u otras ceremonias, debido a que está estrictamente prohibido que las mujeres se exponga en los lugares donde están reunidos los hombres.

Sobre el dintel de la puerta que da a un patio interior hay una fotografía del jefe del Tribunal Supremo, Iftikhar Chaudhry, posando con él.

“No puedo dejar de agradecer al juez Chaudhry su decisión de haber hecho oficial el tercer género”, reconoce la presidenta de la Asociación por los Derechos de los Transexuales de Pakistán.

A Bobby no le gusta hablar de su vida privada. Responde escuetamente a las preguntas sobre su pasado.  A los 12 años regresó con su madre y cuatro hermanos a Pakistán, después de que su padre muriera en un trágico accidente de tráfico en Reino Unido.

Cuando él tenía 15 años, se marchó de casa de su abuela en la localidad punjabí de Gujrat, y se instaló en Rawalpindi, bajo la protección de un gurú ( quien les enseña el canto y la danza y los representa).

“La unión hace la fuerza”, afirma Bobby que recuerda que en 2004 sólo eran veinte transexuales que se atrevieron a manifestarse en las calles para denunciar el trato vejatorio que recibían de la policía y los clientes.

“Siempre nos han tratado mal, sin respeto, porque nos consideran un simple entretenimiento”, se queja este transexual, antes de denunciar que en muchas ocasiones los agentes “nos violan y nos roban el dinero”.

En 2005, medio millar de transexuales se manifestó delante de una comisaría de policía de Rawalpindi y consiguieron que los culpables fueran llevados ante la justicia y condenados por “abuso de autoridad”.

“El movimiento se extendió por todo Pakistán y ahora somos 80.000 transexuales en la asociación”, menciona orgulloso.

Ahora Bobby se encarga de lidiar con las autoridades locales para que los miembros de su comunidad puedan obtener un nuevo carnet de identidad en el que en la casilla de sexo se inscriba “shemale”. Desde hace unos días comenzó la inscripción en el Censo Electoral y un revuelo de hijras se agolpa frente a las ventanillas de las unidades móviles de NADRA para obtener su documento de identidad. “Desde pequeño me he sentido diferente, pero en mi casa no lo aceptaban y por eso mi padre me pegaba para que cambiara”, explica “Tania” Muhamed Yusef, de 28 años. “Ahora ya no tengo que ocultarme,  me respetan por quien soy”, asiente orgulloso con su carnet en la mano.

Sorprende que en una sociedad tan tradicional y religiosa como la paquistaní, los transexuales hayan obtenido unos derechos que no tienen en otras sociedades más abiertas.

A pesar de su condición de pobreza y marginalidad, la figura de la “hijra” está muy arraigada no sólo en Pakistán sino también en India. Se cree que poseen el poder de bendecir o de favorecer la fertilidad, por lo que son requeridas en el nacimiento de un bebé, o una boda. También se acude a ellas para librarse del mal de ojo.

Su existencia data del siglo XVII,  cuando el subcontinente indio estaba bajo el dominio del imperio Mogol.

Por entonces, las hijras eran refinadas y servían de entretenimiento a la nobleza musulmana e hindú. La ciudad vieja de Lahore, rodeada por el fuerte mogol de Shahi Qilla, fue durante siglos el centro de la vida nocturna de los nobles y la burguesía musulmana. Entre sus calles destartaladas y construcciones abigarradas, se encuentra el barrio rojo de “Hira Mandi”, o el Mercado del Diamante, donde ahora viven prostitutas comunes, transexuales y heroinómanos.

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