Otra vez, El Líbano vuelve a está dividido

Beirut, 13 de mayo de 2008

El movimiento chií “Hizbulá” tomó las calles de Beirut el pasado 7 de mayo para transformar el anquilosado escenario político vigente y exigir una mayor presencia en el Gobierno. Los dirigentes libaneses han sido incapaces de sentarse a dialogar para acabar con la crisis política que mantiene bloqueadas las instituciones del país desde que la oposición prosiria, en noviembre de 2006, retiró del Gabinete de Fuad Siniora a sus seis ministros chiís para reclamar un gobierno de unidad nacional.  La inestabilidad política se ha visto agravada por el vacío de poder que ha dejado el ex presidente Emile Lahud.  Desde que finalizó su mandato el 25 de noviembre, el  Parlamento libanés ha sido incapaz, con 19 ocasiones frustradas, de llegar a un acuerdo para elegir a un nuevo jefe de Estado.

En una demostración de fuerza, combatientes del grupo opositor ocuparon el oeste de la capital, de mayoría suní, y sólo necesitaron 48 horas para derrotar a los partidarios de la mayoría parlamentaria antisiria.

El todopoderoso Hasan Nasrala, su aliado opositor, el chií Nabih Berri, y el líder del bloque mayoritario, el suni Saad Hariri, alcanzaron una tregua después de que el Ejército libanés, la única institución neutral, revocara la decisión gubernamental de desmantelar la red de comunicaciones del grupo chií y los milicianos  comenzaron a retirarse de los barrios de Beirut Oeste.  El frágil alto el fuego se rompió la madrugada del domingo pasado cuando los seguidores del Partido Socialista Progresista (PSP), del druso Walid Jumblat, mataron a tres militantes del movimiento chií.

La venganza por el asesinato de tres miembros de Hizbulá ha derivado en intensos combates entre facciones rivales, la peor crisis interna desde la guerra civil (1975-1990).

El “Partido de Dios” no parará su lucha hasta lograr que Jumblat  abandone la dirección PSP y dimita el Ejecutivo de Siniora, nos explicó una fuente del grupo chií, que quiso guardar el anonimato.

El movimiento de “resistencia” libanesa dio un ultimátum al líder druso para que trasfiera la presidencia a su hijo, Taimur Jumblat, considerado prosirio. “si no acepta nuestras condiciones tomaremos a la fuerza todas las sedes del partido para debilitarlo políticamente”, sostuvo la fuente.

“No dejaremos las armas, es nuestro derecho a la resistencia”, amenazó el entrevistado.

Ahora la pelota está en el tejado del frágil Gobierno del primer ministro suní, Fuad Siniora.  Pero la mayoría parlamentaria ha condicionado el diálogo interlibanés a que el grupo Hizbulá se comprometa a no volver a recurrir a las armas para solucionar los problemas del país. El peor error del Ejecutivo ha sido rechazar el diálogo con el movimiento chií.

El futuro político del Líbano es cada vez más oscuro. Difícilmente, el Gabinete de Siniora aceptará que Hizbulá, al que acusa de haber dado “un golpe de Estado” tenga representación en un gobierno de unidad nacional como demanda la oposición.

Y aunque no se habla de guerra civil en el Líbano, desde luego no es lo que los libaneses perciben.

Como un incendio incontrolado, los enfrentamientos entre chiies, sunies y drusos se extienden por todo el país.  Al menos un centenar de personas han muerto desde que comenzó el conflicto sectario hace más de  una semana.

Todos los pasos fronterizos que unen Siria con el país de los cedros están cerrados, a excepción de Jedeit Yabous  que conduce al Valle de la Bekaá,  al este del país, están cerrados. Para poder llegar a Beirut hay que atravesar las montañas y circular por carreteras secundarias porque las vías principales están bloqueadas por milicianos de ambos lados.

“Estamos en guerra civil.  La situación es más peligrosa, incluso,  que la guerra entre Hizbulá y el Ejército israelí, en el verano de 2006”, asegura a Tiempo Alí Muqdad, un conductor chií.

“El Líbano ha quedado partido en dos”, lamenta Muqdad, que se confiesa seguidor de Hasan Nasrala. “Yo soy árabe y por eso apoyo a Siria e Irán y no como el Gobierno de (Fuad) Siniora que es un títere de Estados Unidos”.

Para Muqdad, el jeque Nasrala es el político “más honesto” del Líbano. “Ellos (el Gobierno) han arruinado al país con la corrupción” denuncia. El precio del combustible ha doblado su precio -pasando de 10 a 20 dólares-,  y en todo el país hay cortes de luz cuatro horas diarias.

“Yo esperaba que el Gobierno cayera después de que la oposición bloqueara durante un año y medio el  poder del Ejecutivo. Si Siniora y su Gabinete aceptaran la dimisión, no correría sangre en las calles”, apostilló, mientras agregó que el bloque prosirio “ha ganado la batalla y el Gobierno se niega a ceder”, criticó.

La profunda crisis política que atraviesa el Líbano se remonta al asesinato  del ex primer ministro Rafic Hariri, el 14 de febrero de 2005. Desde el magnicidio de Hariri, el país de los Cedros no ha dejado de desangrarse. Una cadena de atentados contra personalidades políticas antisirias ha socavado los frágiles cimientos que han sostenido al país después del conflicto sectario que finalizó a principios de los noventa.

“Ahora estamos más divididos que nunca”, dice afligida, Dana Jaber, una libanesa chiita de 27 años de la localidad sureña de Nabatiye, que acaba de casarse con el santanderino Manuel Álvarez, de 35 años.

Poder encontrarse con los profundos ojos negros de Dana y su enorme sonrisa que irradia felicidad en medio de este desdichado Líbano, donde la mala suerte parece haber enraizado, es la mejor recompensa.

Su boda simboliza el acercamiento entre culturas y una verdadera muestra de convivencia entre las diferentes confesiones del Líbano, ya que entre los invitados había tanto musulmanes –chiíes y suníes- como cristianos –católicos, ortodoxos y maronitas-. Esta joven, de irresistible belleza y rebosante vitalidad, pertenece a esa generación de libaneses que creció bajo las bombas, la violencia y el odio engendrado durante 15 años de guerra civil. Quizás, por este motivo vive cada día como si fuera el primero del resto de su vida.

A Dana no le duele rememorar aquellos años. Cuando está con su hermana menor Wafa intenta a toda costa no hablar de su niñez, porque se pone triste. “Mi hermana y yo nos escondíamos en el armario para no escuchar el estallido de las bombas”,  recuerda, mientras explica que tuvieron que cambiar cinco veces de domicilio: “Primero nos fuimos a vivir a las montañas en Aley, pero nuestra casa fue destruida durante los bombardeos en 1985. ¡Lo perdimos todo! Entonces, nos fuimos a Beirut y cambiamos varias veces de casa hasta instalarnos definitivamente en el barrio Zkak Blat, cerca de la torre Mur –el principal rascacielos de Beirut oeste, que fue el cuartel general del grupo chiita Amal durante la guerra.

Y aunque Dana intente borrar sus recuerdos, la situación actual le traslada al pasado

De nuevo, Aley está siendo escenario de cruentos combates entre chiíes y drusos. Los milicianos chiíes han decidido acabar con la influencia de Jumblat en esta localidad, feudo de esta familia drusa.

Esta libanesa,  sin ser simpatizante de Hizbulá , denuncia como chií que se está cometiendo una injusticia contra esa parte de la sociedad libanesa.

“El Gobierno está marginando a todos los chiíes y esto ha provocado un sentimiento de rencor que divide más a la sociedad”, advierte.

“La gente está harta de vivir asustada. Nunca sabes cuándo habrá una guerra, una bomba o un atentado”, denuncia.

“Como madre, que seré algún día, quiero que mis hijos crezcan en un ambiente de paz y estabilidad”. Pero los deseos de Dana están muy lejos de hacerse realidad. Por eso, muchos jóvenes están abandonando el Líbano ante el futuro incierto.

El camino hacia la reconciliación nacional es cada vez más largo de recorrer. El Gobierno libanés, enfrascado en discusiones eternas por las grandes diferencias que separan a las dos coaliciones parlamentarias, las Fuerzas del 14 de Marzo, la mayoría antisiria,  y las del 9 de Marzo, la oposición prosiria, ha desencantado a la población y le ha hecho perder las pocas esperanzas en sus líderes.

“El país necesita sangre nueva para romper con la oligarquía política”, dice en referencia a Saad, el hijo del ex primer ministro Hariri, que junto con el ex presidente Amin Gemayel, padre del ex ministro de Industria asesinado, Pierre, el  ultraderechista Samir Geagea y el líder druso, Walid Jumblat, se reparten todo el pastel.

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