Nace un nuevo Egipto

El Cairo, 11 de febrero de 2011

La misma plaza, la misma gente pero diferente escenario. A las cinco de la tarde,  hora local,  miles de egipcios volvieron a inundar las calles del centro de El Cairo pero, esta vez, no para pedir la dimisión de Hosni Mubarak,  ni exigir un cambio de régimen sino para celebrar la salida del rais y el fin de treinta años de dictadura autoritaria. “Es el triunfo del pueblo egipcio”, coreaban una exultante multitud que bloqueaba todos los accesos a la plaza de Tahrir o “la liberación” que ahora más que nunca recobra el significado de su nombre.

“Ahora nos vamos nosotros porque tú ya te has marchado”, continuaban las consignas, en un guiño a las protestas. Uno de los clamores contra Mubarak más pronunciados en la plaza era precisamente: “Nosotros no nos vamos, tendrás que irte tú.

Desbordados por la emoción, el sentimiento patriótico se apoderaba de la gente que cantaba el himno nacional a ritmo de “darbuka” –instrumento de percusión de origen árabe-, mientras las mujeres animaban con sus típicos gritos de boda. Las banderas ondeaban en lo alto de los leones de piedra que flanquean el puente de “Qasar el aini” o encima de los tanques de Ejército apostados a las entradas de Tahrir o recorrían las calles aledañas a la plaza como si se tratara de dragones chinos a lomos de los jóvenes.

Los que decidieron venir en coche provocaron atascos en el centro del Cairo, y durante la espera aprovechaban para tocar el claxon y emitir pitidos rítmicos.

El ambiente festivo que se vivió en esos momentos de la tarde contrastaba con el aire enrarecido que se respiraba en la mañana cargado de suspiros de frustración colectiva.

Tarek, un joven activista, nos había dicho por la mañana que había comprado una botella de champaña para descorcharla el jueves por noche. “Es como si se hubiera dirigido a la gente de otro país; no nos has escuchado; nos a tomado el pelo a todos. Estoy tan enfurecido”, criticó entonces. Por la tarde, lo buscamos con toda intensidad para poder ver como descorchaba por fin esa botella.

En 48 horas los egipcios pasaron de la expectación a la decepción,  tras el anuncio de Mubarak de que se quedaba hasta completar su mandato, y de la desilusión a la más radiante felicidad.

Ahmed, un chico de 23 años, que llevaba de la mano a su novia para poder cruzar juntos entre la multitud que atascaba una de las entrada controlada aún por los tanques del Ejército nos dijo que “hemos hecho realidad un sueño inalcanzable. Este es el primer paso para conseguir un gobierno civil y una democracia”.

La fuerza inquebrantable que ha demostrado tener el pueblo egipcio durantes estos 17 días de revueltas, marcados por el caos y la violencia, servirá de ejemplo para el resto de regímenes árabes totalitarios.

La neutralidad del Ejército ha jugado un papel clave en el desarrollo de esta revolución del pueblo egipcio que ha conseguido dar un golpe mortal al régimen.

Por eso muchos manifestantes cantaban consignas de: “el Ejército y el pueblo somos uno”.

Uno de los presentes sujetaba entre sus manos un dibujo que representaba a un miliar que acunaba entre sus brazos a Egipto. Otros vitoreaban a los militares cuando pasaban cerca de los tanques.

Por primera vez en 18 días, en las calles ya no hay rastro de tensiones, ni check point en las avenidas, ni toque de queda.

El ambiente festivo se extendió desde la plaza Tahrir hasta los barrios periféricos y atravesó la capital. La televisión ofreció imágenes de otras ciudades de Egipto, donde decenas de miles de personas celebraban la salida de Mubarak . La fiesta se filtró por las ventanas de cada casa, en todo Egipto.

Quizás hoy cuando amanezca el país, en plena resaca, llegará la hora de la reflexión, de plantearse todos los interrogantes que abre la marcha del Rais.

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