Un mercado popular de Mogadiscio_3_web

Mogadiscio: sobrevivir de segunda mano

Mogadicio, 04 de febrero de 2007

La capital somalí carece de todo tipo de infraestructuras: ni electricidad, ni agua potable, ni servicio de recogida de basura – El ocio apenas existe y las «salas de cine» son carpas mugrientas.

 

Mogadiscio- Receta para la preparación del cóctel «Ciudad de Mogadiscio»: Mezclar en una coctelera a partes iguales 200 mililitros de corrupción, violencia, caos y fundamentalismo islámico, y añadir tres cucharaditas de esperanza y paciencia al gusto. Agitar vivamente durante unos minutos y servir en un vaso ancho con una bola de helado de plátano, ligeramente regado con sirope del mismo sabor.

Dieciséis años de guerra civil entre tribus, clanes y subclanes han convertido Somalia en un país ingobernable. Su capital, Mogadiscio, dejada de la mano de dios

ante la imposibilidad de establecer cualquier forma de gobierno, resulta una

estampa desoladora: casas derruidas, edificios abandonados, carreteras destrozadas y aceras sin pavimentar , donde acampan tranquilamente vacas, cabras y perros abandonados.

En esta caótica ciudad sobreviven, como buenamente pueden, cerca de 400.000 habitantes. En Mogadiscio no hay infraestructuras de electricidad, ni redes de canalización de agua potable, ni servicio de recogida de basura ni de limpieza de las calles. Únicamente, los barrios controlados por el señor de la guerra de un poderoso clan poseen un depósito de agua corriente que abastece a algunas viviendas. El resto de los habitantes tiene que comprar diariamente bidones de agua o llenar sus propias garrafas en las fuentes.

Vuelta a la Edad Media

Caminar por un atestado mercado de Mogadiscio es como retroceder a la Edad Media. Burros escuálidos tirando de carretas cargadas con sacos de leña, bidones de agua, mujeres transportando canastos de paja llenos de plátanos y verduras, vacas y cabras caminando libremente entre la multitud y los puestos del mercado que venden, indistintamente, verduras, pescado cocinado, zumos de frutas, cacharros de cocina, ropas y objetos de segunda mano.

En Mogadiscio no hay ocio. Apenas se encuentran cafeterías y sólo están los restaurantes de los hoteles. Tampoco hay teatros, ni salas de cine con butacas y pantalla grande. El Teatro Nacional permanece cerrado desde que estalló la guerra civil en 1991.

En los futuros planes del Gobierno Federal de Transición (GFT), que recientemente se ha instalado en la capital, está la reapertura de este teatro. La única distracción que tienen los somalíes es la de consumir compulsivamente cintas de video de películas indias o norteamericanas. Lo que aquí se conoce como «salas de cine» son

unas carpas mugrientas que carecen de medidas higiénicas y de cualquier tipo de comodidad, en donde se sientan, mayoritariamente las mujeres y los niños,

a ver películas de vídeo. La entrada cuesta entre 1.000 y 2.000 chelines falsos

somalíes y se pueden ver películas desde las 8.00 a las 20.00 horas, ininterrumpi-

damente.

La proyección de vídeos estuvo prohibida durante los seis meses que gobernó la Unión de Cortes Islámicas (UCI).

 

Esta medida restrictiva afectó más a los señores de la guerra,

dueños del negocio de la caja tonta, que a la población civil.

Ahora que el GFT controla la capital, las salas de cine vuelven a estar abarrotadas de niños y jóvenes que no van a la escuela. La enseñanza es privada -10 dólares al mes por alumno-, un lujo que no se pueden permitir, teniendo en cuenta que el sueldo medio de una familia somalí ronda los 100 dólares mensuales.

Los somalíes también dedican muchas horas del día al consumo del khat -una planta cuyos tallos tienen efectos estimulantes-.

Prácticamente toda la población adulta toma khat, y su consumo está aceptado socialmente a pesar de estar considerada como una droga.

Por el contrario, el consumo del tabaco no pasa por los intransigentes ojos del Islam. El «régimen talibán» de los tribunales islámicos prohibió la venta del khat y su precio aumentó de 20 a 100 dólares el kilo.

Mejor un coche viejo y destrozado

Cuando la vida humana vale menos que 1.000 chelines somalíes falsos, cualquier signo de ostentación es una provocación que puede costarte la vida.

Por esta razón, las pocas familias acaudaladas de Mogadiscio saben que «cuando salen a la calle tienen que vestir de forma sencilla y circulan con un coche de segunda mano, lo más viejo y destrozado posible». También deben contratar el servicio de un guardaespaldas y llevar siempre una pistola cargada en la guantera del coche, porque nadie está a salvo en este violento país -donde el número de kalashnikovs supera al de habitantes-, a excepción de los «intocables» señores de la guerra que caminan a sus anchas por sus dominios.

Así nos lo explicó el corresponsal de la BBC para el servicio en Árabe, Ali Halane, cuando nos vino a recoger al hotel en un cuatro latas de color azul para invitarnos a comer a su casa.

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