Mataron a mi marido y a mis hijos, nos robaron y nos forzaron a irnos de casa

Mogadiscio, 25 de enero de 2007

Tres mujeres somalíes describen el régimen de terror impuesto por los radicales en Mogadiscio

Nora Abdulahi y sus hermanas, Fatma y Soad, viven juntas con los niños y la madre enferma en un diminuto y destartalado apartamento en el distrito de Ankara, al sur de Mogadiscio. Esta zona, conocida como el kilómetro cinco, pertenece al señor de la guerra Abdi Qeybdid del clan de los Hawia, rival de la Unión de las Cortes Islámicas (UCI) de Somalia.

Nora, de 33 años, perdió a su marido y a sus tres hijos, de 8, 10 y 12 años, hace siete meses cuando combatientes islámicos atacaron su Nora Abdulahi, con sus hermanas Fatma y Soad, edificio. «Mi marido y mis hijos varones en la casa donde viven en Mogadiscio, durante la fueron asesinados a sangre fría por los entrevista

guerrilleros la noche del 12 de junio», relata con la voz ahogada por la tristeza. Esa

noche fueron asesinados 250 de sus vecinos.

«Desarmaron a los hombres, los torturaron, y después mataron tanto a niños como a hombres», explica. Mientras nos enseña los agujeros de bala en las paredes desnudas del cuarto, prosigue: «Los islamistas después amenazaron a las mujeres, nos obligaron a abandonar la vivienda y robaron todas las pertenencias».

Nora tuvo que huir con el resto de su familia a otra zona de la ciudad porque era más segura. «Durante 15 días nos escondimos en casa de unos conocidos, pero tuvimos que marcharnos por miedo a que hicieran daño a nuestros hijos. Cuando bajó la tensión y se calmaron los enfrentamientos volvimos a casa, aunque siguiera siendo peligroso», continúa, y agrega: «¿Adónde íbamos a ir si no?».

En la familia Abdulahi, sólo hay mujeres. Los tres hermanos de Nora murieron durante la guerra civil en 1991. Eran guerrilleros de «Saad», la milicia más violenta del clan de los Hawia.

Con enormes dificultades pagan los 30 dólares del alquiler. Sobreviven «gracias a la ayuda de Dios» y a los cien dólares que les envían cada dos meses unos familiares que viven en Italia. Sus condiciones de vida empeoraron desde que murió el marido de Nora, que trabajaba como transportista y era el único salario que entraba en la casa. Su hermana Fatma está divorciada y su ex marido vive en los Emiratos Árabes. Soad, la hermana pequeña, sigue soltera.

Estas tres mujeres también consiguen algo de dinero vendiendo «khat» -una planta considerada droga que consume la mayoría de la población-.

El «khat» estuvo prohibido en Mogadiscio durante los meses que gobernó la UCI. La venta ilegal continuó, pero el precio se cuadruplicó. No era la primera vez que se prohibía su consumo. Durante la dictadura de Mohamed Siad Barré, todas las plantaciones de «khat» fueron quemadas. Ahora, el producto llega de Etiopía o Kenia.

Nora y su hermana Fatma no son optimistas sobre el futuro. «Los somalíes siempre decimos que tenemos esperanza, pero caemos una y otra vez. El futuro está vacío», lamenta Nora.

«Vivimos en un Estado sin Gobierno. ¿Cómo vamos a tener seguridad, si no hay un Ejército que nos proteja?», se pregunta Fatma, que cree que las tropas etíopes deberían permanecer en el país hasta que se forme un Gobierno estable: «No me gustan, son nuestros enemigos naturales, pero los necesitamos porque pueden mantener la seguridad hasta que haya estabilidad». Su opinión enerva a Nora que la recrimina por apoyar a las fuerzas etíopes. «Cómo puedes decir que los necesitamos, si son los asesinos del islam», la increpa.

Las tropas etíopes, que desde hace un mes se encuentran desplegadas en

Mogadiscio, comenzaron a retirarse gradualmente el martes. Etiopía se comprometió con el Gobierno de transición a retirar a su Ejército una vez que éste hubiera recuperado el control de la capital somalí tras haber estado casi un año bajo el poder de los islamistas.

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