Malala, símbolo de la lucha por la educación de las mujeres en Pakistán

Mingora, 20 de abril de 2013

Son las cuatro de la tarde y la escuela privada para niñas Khushal está cerrada. Un gran verja de metal negro protege el colegio que fundó  Ziaudin Yusufzai, el padre de Malala,  y donde estudió su hija hasta que dos desconocidos armados la tirotearon dentro del la furgoneta escolar a la salida de clase. El ataque ocurrió el 9 de octubre de 2012, a sólo dos calles de la escuela, a plena luz del día, cerca de dos puestos de control del Ejército y un campo de cricket abandonado.  Además de Malala,  también resultaron heridas de gravedad, Shazia Ramazan, de 13 años y  Kainat Ahmed, de 16 años.

el legado de MalalaTres agentes de Policía y un guarda de seguridad custodian el edificio, situado en un oscuro callejón, donde a penas entra un rayo de luz. A los agentes no les hace demasiada gracia la presencia de unos periodistas extranjeros merodeando por el lugar.  Vamos acompañados por dos militares que nos han guiado hasta la escuela, con la orden estricta de no dejarnos entrar al centro educativo. De pronto, una de las puertas de abre y uno de los militares, sin mediar palabra, pero con mirada de complicidad, nos hace un gesto para invitarnos a pasar.  Todo está en silencio.

Tras subir unas escaleras se llega al recinto escolar, abierto a un gran patio cuadrado y las aulas repartidas alrededor.

Nada más abandonar el rellano de las escaleras está el aula de noveno grado. Junto a la puerta hay una fotografía de clase con todas las alumnas y debajo una foto de Malala.  La puerta está entreabierta, pero como a penas hay luz dentro del aula no se puede ver casi nada. El oficial abre la puerta de par en par y con el dedo señala un pupitre rojo, situado en la primera fila, en el que hay escrito en la parte superior: “Malala clase de noveno grado”.

Por unos segundos, una fuente de luz  baña aquel pupitre vacío que parece haber tomado vida propia.  Solitario, alicaído, esperando a que vuelva su dueña tras una larga ausencia. Pero Malala no podrá regresar nunca más a su Mingora natal, en el valle de Swat, porque su vida podría volver a correr peligro.

Sin embargo,  cada mañana, el pupitre vacío de Malala llena de coraje y fuerzas a sus compañeras, decididas a continuar con su lucha.
Esta valiente niña, de 15 años, no tuvo miedo a alzar su voz para defender el derecho a la educación de las niñas paquistaníes, pero su desafío la colocó en el punto de mira de los extremistas.  Muchos piensan que si Malala no hubiera captado atención mediática tras la publicación en el servicio en Urdu de la BBC de un blog sobre la situación de las niñas cuando los talibanes gobernaron con puño de hierro el valle de Swat (2007-2009), no se habría convertido en blanco de los insurgentes.  Por aquel entonces, Malala solo tenía 11 años, y ya mostró el talento y la fuerza de sus palabras en sus relatos.

El mulá Fazlulá, conocido como el mulá FM, sembró el terror en el valle, y prohibió, mediante una fatwa –decreto religioso-, la educación de las niñas . Las huestes salvajes del mulá FM quemaron y destruyeron cerca de 200 escuelas para niñas y  amenazaron de muerte a las maestras para que no enseñaran en los centros educativos. El Ejército paquistaní tardó dos años en lanzar una operación a gran escala para liberar el valle de Swat de los talibanes. A sangre y fuego, los militares combatieron a los insurgentes durante tres largos meses, provocando una gran crisis humanitaria con dos millones de desplazados internos.  Este hermoso valle, coronado de altas montañas, que tiempos atrás fue conocido como la Suiza de Pakistán,  se libró de la pesadilla de la barbarie talibán en septiembre de 2009.

Su lucha a favor de la educación le valió a Malala el galardón Nacional de la Paz en 2011 y,  ahora es candidata al premio Nobel.

Pero no sólo Malala se ha convertido en el símbolo de la lucha por los derechos de la educación de las niñas paquistaníes,  también Shazia y Kainat , las otras dos supervivientes del ataque talibán, son un referente.

A pesar de la prohibición por parte de la dirección de la escuela de conceder entrevistas a periodistas, las dos niñas accedieron a hablar en un hotel de Mingora

Vinieron acompañadas con sus padres y escolta policial. Las esperábamos en el restaurante del hotel para no levantar sospechas. El mero hecho de ir a sus casas era poner en peligro sus vidas.

Kainat es la mayor de las dos, y ya tiene el cuerpo desarrollado como el de una mujer. La joven utiliza gafas de vista, que le dan un aspecto de madurez.

Era época de exámenes y Kainat estaba especialmente contenta aquel día. “Tuve que hacer un examen con seis preguntas y no me dio tiempo a terminarlo, pero la profesora me dio tiempo extra y pude contestarlas todas. Subí al autobús y Shazia estaba sentada al lado de Malala, así que yo me senté detrás. Íbamos hablando de los exámenes cuando, de repente, el conductor paró bruscamente”, rememora Kainat.

“Todo sucedió muy rápido”,  agrega.  Un hombre enmascarado y armado subió al vehículo y preguntó en voz alta: “¿Quién es Malala? Y comenzó a disparar,  según su relato.

El atacante disparó cinco tiros: Dos de las balas fueron a parar en la cabeza y el cuello de Malala. Otras dos, en el hombro derecho y la mano izquierda de Shazia y el último en la espalda de Kainat, que yacía agachada.

“No podía creer lo que estaba sucediendo. Vi a Malala y a Shazia sangrando y después me di cuenta que yo también estaba herida. La maestra gritó: “Quién está herida? Y unos vecinos nos llevaron al hospital”, detalla la superviviente.

Las tres niñas recibieron tratamiento de primeros auxilios en el centro hospitalario de Mingora, y después fueron trasladadas al hospital “Combined Military” donde estuvieron ingresadas un mes.

“Shazia y yo estábamos estables, pero Malala estaba muy grave y, por miedo a no poder salvarla, fue evacuada a un hospital en Birmingham, Reino Unido”, explica Kainat, que nos muestra las cicatrices de su hombro.

La joven sueña con ser médico el día de mañana. “Las mujeres paquistaníes tenemos pocas oportunidades. Yo quiero ir a la Universidad y estudiar Medicina”, declara Kainat.

“También es el deseo de mis padres que tenga un título universitario. Ellos me han apoyado para que estudie”, continúa la misma.

“Me siento más fuerte ahora”, declara Kainat, mientras agrega que “fue una situación desafortunada, pero me dio coraje. Me hizo darme cuenta de que es el deber de todas las chicas para fomentar la educación. Ahora que Malala está en el Reino Unido, tenemos que cumplir con su misión”.

Shazia es la menor, y se la ve un poco alterada delante de los periodistas.  Sin poder evitarlo, suelta una risita nerviosa.

Cosas del destino, pero el asiento que ocupó aquel fatídico 9 de octubre no era habitualmente su sitio. “Había discutido con Kainat por la mañana, por eso me senté con Malala para dejar sola a Kainat”, relata la niña superviviente.

Al igual que su compañera, Shazia no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que pasaba. “Malala tenía la cara llena de sangre. Grité para pedir auxilio y me di cuenta que la sangre de mi  pañuelo no era de Malala sino mía. No podía mover la mano. Tenia dos dedos abiertos en carne viva y el dolor era insoportable”,  el recuerdo de aquel incidente la llena de sufrimiento.

Shazia nos muestra la mano herida, que se le ha quedado un poco deformada, y explica que ha perdido la movilidad de dos dedos.

El día que regresó de nuevo a la escuela  fue “el más feliz” de su vida.

Todas las compañeras y maestras de la escuela las recibieron con una emotiva bienvenida. “Todo eran besos y abrazos. Estaba tan contenta de volver al colegio después de seis semanas y ver a todas mis compañeras, pero al mismo tiempo echaba mucho de menos a Malala”,  explica Shazia, ante de exclamar: “cómo me hubiera gustado compartir aquel momento con ella”.

Shazia asegura que el hecho de que le hayan disparado no me frenará de seguir estudiando. “Aunque me atacaran dos o tres veces más, siempre volvería a la escuela”,  asevera con determinación.

“La educación es un derecho tanto para hombres como mujeres. El Islam da a las mujeres el derecho de la educación. Ha sido un gran sacrificio para nosotras no poder estudiar durante el tiempo en el que los talibanes estuvieron en Swat y no vamos a dejar que nadie nos lo impida ahora”, declara desafiante Shazia.

“Nuestras escuelas fueron destruidas. Algunas profesoras han sido ejecutadas por desobedecer a los talibanes y seguir dando clases a las niñas.  Tenemos que mostrar que no les tenemos miedo. Nuestra manera de luchar contra los radicales es yendo a la escuela”, insiste la compañera de Malala.

“Pakistán es un país conservador, pero tenemos mujeres con carreras universitarias que están ejerciendo. También hay mujeres parlamentarias, incluso ministras”, reivindica Shazia, que se pregunta porqué los talibanes actúan así:

“¿No tienen hermanas, ni mujeres como nosotras?”.

A pesar de su valentía y decisión, Shazia reconoce que las cosas no siguen igual.

“Después de aquel incidente empecé a tener miedo de que alguien me volviera a atacar”,  descubre la superviviente.

Shazia y Kainat ya no toman el autobús para ir a la escuela. En su lugar, utilizan “rickshaws” (carro motorizado), escoltado por vehículos de la Policía.

Desde el ataque, agentes de Seguridad armados montar guardia en sus viviendas.

Shazia reconoce que todavía no ha podido regresar al lugar donde las tres niñas fueron tiroteadas. “A pesar de que está de camino hacia la escuela, ni Kainat ni yo nos hemos atrevido a acercarnos al descampado junto a la carretera donde fuimos atacadas. “No, no quiero ir allí. Nunca más”, dice la niña, mientras se frota la mano con cicatrices que le recuerda a aquel día terrible.

“Si volviera a encontrarme con el hombre que me atacó le diría que le he perdonado. He rezado por él para que entienda que lo que hizo estuvo mal”,  manifiesta Shazia, antes de agregar que “ yo tengo que ser valiente para mostrar a mis compañeras que todas podemos serlo también”.

Shazia es muy buena estudiante y su asignatura favorita es Biología. “Me gustaría ser medico militar. El Ejército ha hecho mucho por nosotros en el valle de Swat. Gracias a los militares, las niñas podemos ahora ir a la escuela. Ellos han reconstruido todas las escuelas que fueron destruidas por los talibanes”,  agradece la compañera de Malala.

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