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Los vecinos toman la seguridad de los barrios de El Cairo

El Cairo, 08 de febrero de 2011

A lo lejos cae el crepúsculo y el silencio envuelve a la ciudad. Desde hace dos semanas la bulliciosa noche cairota parece un campo santo. Mohamed Abd El Aziz se calza sus botas de montaña, se coloca un gruesa suéter de lana y una chaqueta acolchada para amortiguar el frío en calle. Antes de marcharse, coge una larga vara de madera y un termo de té que le ha preparado su madre.

Mohamed baja a la esquina y se apoya en un coche a esperar a su compañero Amer. Por la lejanía se acercan Habib y Husein con aire misterioso. Los cuatro amigos se saludan: “Salam aleikum”. Con sonrisa socarrona Husein abre su abrigo y les enseña a los tres una pistola que lleva amarrada a la cintura. “Ahora si que nos podemos defender”, le dice al grupo. Los cuatro jóvenes, entre 19 y 23 años, son voluntarios que dedican la noche a salvaguardar el barrio ante la ola de pillaje y robos que se suceden en El Cairo desde que las fuerzas de seguridad se retiraron de las calles tras el toque de queda decretado el 28 de enero, fecha de inicio de las protestas.

Mohamed se toma muy enserio su nuevo asignación. Orgulloso nos explica que Dokki “es el barrio más seguro” de todo El Cairo. “Nuestra obligación es prestar seguridad a los vecinos porque se ha ido la Policía”, nos explica el joven, estudiante de Derecho en la Universidad de El Cairo.

A los cuatro chavales  les han asignado la vigilancia de la calle “al sadd al-Ali”, una de las vías de acceso a la plaza “fini”.

“Toda la vigilancia es insuficiente”, advierte Husein, mientras exhibe el arma de su padre, un militar retirado, mientras recuerda lo peligrosas que se volvieron las calles de EL Cairo después de que se escaparan más de 3000 criminales de las cárceles de la capital los días posteriores al inicio de las revueltas antirégimen.  Corren rumores de que fueron las mismas autoridades quienes permitieron la huida de presos para provocar el caos y atemorizar a los vecinos, con el objetivo de poner a la ciudadanía en contra de los manifestantes.

Vándalos, atracadores, bandidos aprovecharon la ausencia de autoridad para hacerse con verdadero botín. Centenares de establecimientos, agencias de viajes, oficinas fueron saqueados y destrozados por hordas de delincuentes, algunos de ellos miembros de la propia policía.

Entonces, los vecinos organizaron patrullas de vigilancia nocturnas para evitar sufrir los robos y asaltos que se han extendido a causa del desorden reinante. Desde muchas mezquitas, en el rezo de la tarde y la noche, el imam llamaba a los musulmanes a cumplir con su deber de vigilar sus barrios para traer la seguridad.

Detrás de un kiosco de prensa cerrado hay unas viejas sillas, un par de tablones de madera, y dos vallas, que han estado guardadas durante el día para después utilizarlas por la noche de puesto de control improvisado. El grupo se pone manos a la obra y en un momento tienen montado un control de seguridad para revisar a cada coche o viandante que pasa por la calle. En la esquina norte de la calle, un grupo de seis chicos fornidos vigila el acceso a la plaza.

“Yo me uní a ellos y el primer día estuve toda la madrugada en la calle, en la barricada. A partir de la segunda noche nos hemos ido turnando por horas. Algunos vecinos bajan cada día con espadas, cuchillos, palos con una punta de metal y armas de fuego. Yo les

acompaño ”, Rahim, de 53 años, que trabaja de vigilante nocturno en los alrededores de la plaza.

En las barricadas, algunos disparan al aire cada rato para que los asaltantes sepan que estamos armados y no vengan a saquearnos”, insiste el vigilante.

A medida que avanza las horas la noche se vuelve más fría y los “policías de barrio” encienden hogueras para calentarse, mientras otros vecinos les llevan algo de comida caliente para reconfortarse.

Estos jóvenes se han hecho con el control de la seguridad en la ciudad y el Ejército aplaude su trabajo. Los ciudadanos concienciados de que ellos son ahora los que implantan el orden obedecen y respetan sus indicaciones.

Un taxi con dos pasajeros se aproxima a poca velocidad con la intención de pararse. Mohamed le pide al taxista que se identifique. Obediente el conductor saca de la guantera del vehículo su carné de identidad y los papeles del coche que minuciosamente inspecciona Amer, mientras Habib y Husein hacen lo mismo con la documentación de los dos pasajeros.

Tras comprobar que todo está en regla, retiran las sillas para que pueda circular el coche.

Los “bataguia” o matones de Mubarak han aprovechado el caos reinante en la ciudad y también han levantado sus propias barricadas y controles con el fin de aplacar las protestas e intimidar a los extranjeros, especialmente a los periodistas,  que han vivido momentos de mucha tensión.

Parece que Egipto quiere regresar a la normalidad, y esperemos que no sea una calma momentánea, sino un proceso de paz entre Gobierno y oposición.

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