Los últimos días del doctor “Muerte”

El Cairo, 06 de febrero de 2009

Dicen los que lo conocieron en El Cairo que Aribert Heim, apodado “Doctor Muerte” por sus prácticas atroces en el campo de concentración de Mauthausen, era un hombre amable, musulmán devoto y buen deportista.

Miembro de las tropas de asalto de Hilter (SS) huyó de Alemania en 1962 y se instaló en la capital egipcia en 1963, según un documento al que tuvo acceso este periódico. El criminal nazi ingresó al país como turista y obtuvo su primer visado por un año el 23 de noviembre de 1963. Durante los primeros años, Heim residió en un modesto hotel en número 19 de la calle Ramsis, en el popular barrio de Ataba. Quizás, el mejor lugar para pasar desapercibido, porque es un autentico hervidero de gente que se agolpa en la enorme plaza comercial. Tras convertirse al Islam en los años 70, el doctor Heim adoptó el nombre de Tarek (Farid) Hussein. Poco se sabe de aquellos años, pues la viuda del dueño del hotel es reacia a hablar con la prensa. A finales de los 80 se mudó al hotel “Kaser Al Medina”, en el mismo vecindario, y en aquella destartalada pensión se forjó una fuerte amistad entre Tarek Hussein y Mahmud Doma, el dueño del alojamiento.

Desde hace unos días, los vecinos y comerciantes de los locales aledaños han revivido la historia de aquel musulmán alemán, enfermo de cáncer de colon que falleció en 1992 en un hospital público egipcio lejos de sus familiares. Y es que ninguno de los egipcios con los que coincidió y convivió podía imaginarse que detrás de ese tipo delgado pero de complexión atlética, con mirada desafiante, pero con modos amables, estaba uno de los criminales nazis más buscados por haber torturado a más de 300 prisioneros judíos.

Haj Nabil no daba crédito cuando se enteró por la prensa de la verdadera identidad del Doctor Muerte. Nabil, sentado en una de las sillas de su modesto restaurante de kebab, nos dijo que lamentó la muerte de “am” (tío) Tarek.

En los últimos años se volvió una persona más reservada, a penas bajaba de su habitación para comprar en un establecimiento cercano un poco de pan, queso y yogures. Al principio, continúa Nabil, salía a caminar todas las mañanas, después de la oración del fager (madrugada), y recorría tres kilómetros desde el hotel hasta la plaza de Abbaseya. “Pero en los dos últimos años su aspecto empeoró gravemente y siempre decía que estaba cansado”, puntualiza. Nabil nos confiesa que un empleado del Kaser Al Medina se encontró a Heim muerto en la habitación. “Por lo menos llevaba dos días muerto, porque el cadáver olía”. Lo cierto es que los lugareños dan rienda suelta a su imaginación a la hora de hablar del tío Tárek, que se ha convertido en una leyenda en el barrio. Uno de los sobrinos de Mahmud Doma, que se identifica como Mohamed, asegura que el alemán yacía desmayado en el suelo cuando lo encontraron y que cuando llegó la ambulancia aún estaba con vida. También Abu Ahmad, que trabaja en uno de los bajos del hotel, ahora convertido en oficinas y apartotel, cree que ya estaba muerto cuando se lo llevó la ambulancia. Las declaraciones de los vecinos y conocidos de Heim contrastan con las de su hijo, Rüdiger Heim, quien dijo, según cita la cadena alemana ZDF, que estuvo junto a su padre cuando murió, el 13 de octubre de 1992, mientras veía por la televisión los Juegos Olímpicos de Barcelona.

El sobrino de Mahmud Doma afirma que vio a Rüdiger en el hotel en una sola ocasión: “Yo fui a visitar a mi tío y a Aziz (el hijo de Doma). Un empleado me dijo que estaban en la azotea del hotel jugado al ping-pong con el alemán y su hijo, que había venido a visitarlo”. “Tarek nos sacó una fotografía a los tres (él, su primo y Rüdiger), añade, mientras nos muestra la fotografía.

Mohamed nos explica también que el Heim era muy amigo del gerente del hotel, que hablaba alemán, y que éste era el que se encargaba de cambiar el dinero que le enviaba su hermana desde Alemania.

Tarek, según revela el documental de la ZDF, fue enterrado en una fosa común en un cementerio de El Cairo. Según las declaraciones de Rüdiger su padre quería donar su cuerpo a la ciencia, pero al tratarse de un país musulmán las autoridades no lo permitieron. Lo más oscuro de esta historia es  que en 17 años ningún miembro de su familia haya venido a Egipto a exhumar el cadáver de Heim.

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