Los soldados de Alá se preparan para frenar la invasión israelí en Gaza

Gaza, 05 de julio de 2006

Cuando cae la noche en la franja de Gaza, los lugareños se retiran presurosos a sus casas y las calles se quedan a oscuras porque no hay luz eléctrica para iluminarlas -desde que el Ejército israelí bombardeo la principal central eléctrica, la población sufre restricciones diarias de luz y agua-. Entonces, en medio de ese silencio perturbador, los milicianos de los Batallones de Azedín Al-Kasem, el brazo armado de Hamás, salen a custodiar las ciudades de Beit Hanún, Beit Lahia, o el campamento de refugiados de Jabalia. Desde que el 25 de junio comenzó la ofensiva israelí “lluvia de verano” en la franja de Gaza -para presionar al Gobierno de Ismail Haniye a liberar al soldado hebreo Guilad Shalit, de 19 años,  secuestrado por rebeldes palestinos-, los 15.000 reclutas voluntarios de las milicias de Hamás se han preparados para contraatacar al ejercito “enemigo”. Duermen durante todo el día y por la noche vigilan las ciudades. Preparan barricadas hechas con sacos de arena y cemento para impedir que los tanques avancen hacia el interior de la ciudad y cuelgan lonas entre los edificios para no ser descubiertos por los aviones espía israelíes.

Los milicianos tienen entre 18 y 30 años, están en buenas condiciones físicas y mentales, son profundamente religiosos y practicantes, están preparados para cualquier misión que les ordenen sus dirigentes y no tienen miedo a morir. Las brigadas de Azedín Al-Kasam son las más numerosas y mejor organizadas de todas facciones de la resistencia palestina. El ingreso es siempre voluntario y se preparan  durante un año en los campos de entrenamiento para ser guerrilleros. Una vez terminada la instrucción tienen que superar una prueba final. Después, el jefe del pelotón los elige para un tipo de operación, ya sea religiosa o bien militar. No todo el que es “muyahidin” (guerrero santo) tiene que inmolarse. El soldado destinado a las misiones suicidas debe cumplir unas condiciones precisas -tener más hermanos varones, si están casados, no tener hijos y recibir la aprobación de sus padres para el suicidio-. El que decide convertirse en “shahid” (mártir) recibe un curso especial para preparase de manera eficaz. Cuando no están de servicio, los milicianos trabajan como funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina o en los cuerpos de seguridad,  también incluidos los tres mil agentes de policía de Hamás. Algunos se han añadido al grupo de guardaespaldas de los dirigentes políticos, como ministros y parlamentarios, para reforzar la seguridad, después de que Israel responsabilizara al Gobierno de Hamás del secuestro del soldado israelí y detuviera en Cisjordania a nueve ministros, 23 diputados y dos alcaldes.

Ahora los Batallones de Azedín Al-Kasam se han desplegado por toda la franja de Gaza y han doblado la guardia para vigilar las 24 horas del día. Se dividen en áreas y en cada una de ellas hay un centro de comunicaciones y otras cuatro bases más pequeñas. Para que los zepelines espía  no puedan localizarlos, utilizan otros términos, que sólo conocen ellos, para nombrar a las ciudades. Además, durante el día se visten de civiles y  se comunican entre ellos utilizando un código de signos para no levantar sospecha.

Dos “muyahidines” encapuchados del brazo armado de Hamás, empuñando siempre sus armas, nos reciben en un salón de una casa en el campamento de refugiados de Jabalia. Los dos parecen muy jóvenes por el tono de su voz, aunque ellos rechazan decir su edad. Uno de ellos, Abd Alá (el siervo de Dios), es el interlocutor, mientras su compañero, siempre silencioso, permanece alerta. “Estamos preparados y armados lo mejor posible”, asegura este guerrero santo. “Durante los últimos meses hemos fabricado cientos de Kasam -cohetes caseros-, más potentes, y nos hemos aprovisionado de fusiles y minas lapa”, explica, mientras agrega con tono amenazante, “esta operación la teníamos preparada desde hacía tiempo. Sólo era cuestión de encontrar el momento”. Según cuenta tardaron aproximadamente dos meses en excavar un túnel de 300 metros hasta llegar al puesto militar de Telem, cercano al cruce de Kerem Shalom, al sureste de la frontera con Gaza. Después, siete milicianos armados mataron a dos soldados y capturaron a un tercero.

Este miliciano de Hamás nos explica cómo han diseñado su plan de estrategia para detener la invasión israelí: “En cada uno de los centros de comunicaciones se quedan siempre dos reclutas para informar al resto de los batallones. En las zonas donde hay muchos habitantes, los milicianos se colocan en primera línea de fuego para detener a los soldados israelíes y en las ciudades colocan barricadas para frenar a los blindados y los tanques. En las zonas abiertas y deshabitadas entierran minas horizontales y en las carreteras ponen minas verticales. También preparan emboscadas colocando siluetas de madera con forma humana para confundir a los militares y atacarlos por sorpresa”.

“Nuestro plan militar es bueno” asegura orgulloso, al tiempo que precisa que “aunque tenemos la experiencia de las anteriores incursiones y estamos preparados,  nuestro ejército y nuestras armas nunca se podrán comparar con la tecnología de las armas ni el número de militares que tiene el Ejercito sionista”. “Esta es una guerra injusta, militares contra civiles”, sentencia. “Nosotros tenemos un cautivo israelí y ellos tienen 10.000 prisioneros palestinos”, denuncia indignado. “Pedimos a la comunidad internacional y sobre todo a Europa que haga reflexionar a Israel para que lleguemos a un acuerdo”, reclama este militante de Hamás, porque si no “estamos dispuestos a todo y lo podemos hacer”, amenaza.

Totalmente convencidos de servir a la “causa palestina” y con el apoyo y el respeto de la  mayoría de la población -los ciudadanos ofrecen donaciones a las facciones políticas palestinas para pagar a sus milicias armadas- los soldados de Alá, vistos en occidente como terroristas o suicidas, son la única defensa que tiene este país sin ejército y sin estado.

“Servir a Dios y morir por Dios, porque sólo él nos da y nos quita la vida”, resumía así su dolor, con estas palabras cargadas de resignación,  Abdel Manam, de 75 años, en el funeral de su hijo Shabah, de los Batallones de Azedín Al-Kasem, que murió abatido por un misil israelí cuando patrullaba las calles de Jabalia la noche del 3 de junio. Shabah, de 33 años, ha dejado desamparados a una mujer y cuatro niños pequeños. Su padre explica que no murió en el acto. “En su cuerpo estaban incrustados trozos del misil”, detalla afligido Abdel Manam, mientras recuerda que las últimas palabras de su hijo fueron “no hay más dios que Alá”. “Ahora mi hijo será un mártir. ¡Éste ha sido mi regalo de Dios por ser un buen musulmán!”, dice orgulloso, al tiempo que reconoce que aunque lo echa de menos, no puede dejar que sus nietos le vean llorar: “tengo que ser fuerte”.

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