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Los “chicos malos” de Mogadiscio

Mogadiscio, 08 de febrero de 2007

En una sociedad tan tradicional e islamizada como es la somalí, a la persona que piensa o actúa de forma diferente se le llama “gal” (pro-occidental) y se le considera una amenaza para la identidad cultural.  Si además este individuo se viste  de forma provocativa, cambia el “maawis” (falda tradicional para hombre) por unos pantalones anchos con el talle bajo o unos vaqueros, y en lugar de cubrir la cabeza con una “qufiyya” (pañuelo palestino) lo hace con una gorra americana, se convierte en un “Jo-Jo” y es rechazado por su comunidad. El movimiento contracultural “Jo-Jo”, asociado al “Rap” afroamericano,  emergió a finales de los años noventa como reivindicación de  las minorías sociales que no pertenecen a la etnia “somalí”.  Los “Jo-Jo” son jóvenes, de entre 16 y 20 años, fascinados por la cultura Hip-Hop -la música, el baile y la moda-. Estos chicos y chicas viven en los barrios más deprimidos y peligrosos de Mogadiscio, desprovistos de la protección de un señor de la guerra al estar excluidos de un clan.  La división social de Somalia se realiza en base a los clanes. Los descendientes de los primeros doce habitantes del país son étnicamente somalíes. A su vez,  estos doce clanes se organizan en subclanes, con los que el somalí se siente mucho más identificado. A los que nacen fuera de uno estos clanes no se les considera somalíes. Estos grupos marginales son descendientes de esclavos negros del Antiguo Egipto – como los wabari o los jarer-  o de esclavos libertos durante la colonia italiana -los bantú-, y reciben el  nombre de “Adoon” (esclavo) en lengua somalí o  “Abid” en árabe.

En un hotel de Mogadiscio nos reunimos con Abdel Aziz, Yusuf Abu Baker y su hermano Ismail: los componentes del grupo “Bad Boys”. Los tres hablan perfectamente el inglés, pero como la mayoría de los jóvenes somalíes no tienen estudios de grado medio. La guerra civil les obligó a dejar las clases, y como además la educación en Somalia es privada -10 dólares al mes por alumno-, un lujo que no se pueden permitir.

Abdel Aziz, alias “Rambo”, va vestido con pantalones anchos, camiseta de licra ajustada y lleva una gorra puesta del revés y gafas de sol oscuras. Este rapero nos dice, orgulloso, que él ha aprendido inglés escuchando casetes de música de sus grupos favoritos de “Rap” -Ice Cube y MC Ren- y viendo vídeos de películas norteamericanas en los cines de Mogadiscio. “Todo los días escucho una canción, traduzco la letra y después la memorizo. También voy al cine por la noche cuando echan una película americana”.  Las salas de cine en Somalia son unas carpas mugrientas, que carecen de medidas higiénicas y de cualquier tipo de comodidad, en donde la gente se sienta en el suelo a ver películas de video. La entrada cuesta entre 1000 y 2000 chelines, falsos, somalíes y se pueden ver películas desde las 8.00 a las 20.00 horas. Los somalíes son adictos al cine indio, consumen diariamente decenas de películas de Bollywood. Por el contrario, las superproducciones de Hollywood  a penas  llegan al país.

Estos chicos “malos” viven en la zona conocida como el “Triangulo de las Bermudas”. Un hormiguero de callejuelas estrechas y sin asfaltar, casas que parecen deshabitadas, con las paredes desconchadas y las ventanas rotas. Un lugar dejado de la mano de Dios o devastado por 16 años de guerra civil.

Los “Bad Boys” suelen juntarse los viernes por la noche con otros grupos para hacer competiciones de Hip-Hop. El lugar donde se dan cita es secreto, y para no ser descubiertos por sus padres o vecinos utilizan un código lingüístico especial, que sólo ellos conocen. Normalmente, acuden a una vivienda abandonada, lejos de la zona habitada del barrio.

“Nuestro único delito es querer ser como cualquier joven occidental”, denuncia Abdel Aziz,  mientras añade que “incluso los niños de mi barrio me insultan por la calle por ir vestido de forma diferente”. “Solamente nos sentimos libres cuando llega el viernes por la noche y nos juntamos los chicos y las chicas para bailar y cantar”. Durante unas horas, ellos se trasforman  en Eminem y ellas en Beyoncé, y mientras bailan se despojan de sus inhibiciones.

Los Jo-Jo se toman muy en serio sus competiciones de baile. El que gana se convierte en el líder del grupo. Cada día hacen una tabla de ejercicios para mantener el cuerpo musculoso, y poder bailar mejor.

“Me gustaría recibir clases de baile de canto y de música, pero no hay profesores ni escuelas especializadas en Mogadiscio”, dice con tono desconsolado Abdel Aziz, porque en Somalia “murió la cultura hace 16 años”. El Teatro Nacional de Mogadiscio está cerrado desde que estalló la guerra civil en 1991,  por lo que no hacen representaciones, ni espectáculos musicales,  ni conciertos. El Conservatorio superior de música también está cerrado. En Mogadiscio, no hay músicos profesionales ni estudios de grabación, ni producción musical. Todos los cantantes, grupos musicales y compositores somalíes viven en la diáspora. Artistas de la talla de Mohamed Soliman, Hassan Adem Samatar y Mariam Mursal, están afincados en Estados Unidos. Las únicas actuaciones musicales que se hacen en el país son las de los grupos de música tradicional que tocan en los banquetes de boda y fiestas religiosas.

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