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Los carteles electorales no traen empleo a los afganos

Kabul, 17 de agosto de 2009

Como cada mañana, bien temprano, Daga Khan sale de su casa y se dirige  a la plaza de Koti Shangi con la esperanza de que le den trabajo. Allí se sienta, pacientemente, junto a decenas de compañeros de espera también desempleados.

La imagen, desoladora, es reflejo de la latente realidad del país: una multitud de hombres parados sin nada que hacer, alrededor de una destartalada rotonda sobre la que cuelgan carteles electorales con promesas de un futuro mejor. Mientras los candidatos a la Presidencia apuraban ayer las últimas horas de la campaña electoral con mítines multitudinarios para atraer a más votantes, los jornaleros de la plaza de Koti Shangi esperaban, un día más, una oferta de trabajo.

Daga Khan no votará ni a al presidente Hamid Karzai ni a su rival Abdulá Abdulá, porque “no le convencen la promesas políticas”. Su única preocupación es poder llevar algo de comer a sus hijos. Cuando trabaja, que son menos veces de las que desearía, gana cuatro dólares diarios.

“Si lo hubiera sabido antes, no habría vuelto a Afganistán”, nos dijo. Khan es uno de los millones de refugiados afganos que regresaron al país después de la caída del régimen Talibán en 2001. Esos a los que Karzai, tras asumir la presidencia en 2004, hizo un llamamiento para que regresaran, asegurándoles estabilidad y un futuro.

A unos metros de la plaza hay una gasolinera. Mir Mohamed Shafi trabaja en ella. Su salario es de cien dólares al mes y sus gastos familiares, entre el alquiler del piso, la comida y la ropa para sus cuatros hijos, ascienden a 300 dólares. “Estoy desesperado ¿qué puedo hacer? “, lamentó Shafi, antes de  afirmar que en treinta años Afganistán “no ha conocido un buen dirigente”.  En los tiempos de los talibanes, continuó Shafi, “había más seguridad, pero no había trabajo”. Ahora, con el presidente Karzai, criticó, “ni hay seguridad, ni hay trabajo”.

“Más del 40 por ciento de la población vive bajo el umbral de la pobreza”, indicó Nadir Nadari, de la Afghanistan Human Rights Organization. Además, Afganistán se sitúa en “el quinto lugar” de los países más corruptos del mundo, subrayó Nadari.

El futuro de Afganistán no pinta mejor, parece como si estuviera condenado a la corrupción, la pobreza y la violencia.

El cierre de la campaña electoral  se ha convertido en una lucha de titanes. Los principales candidatos recurrieron a sus seguidores para hacer una demostración de fuerza. El principal rival de Karzai, Abdulá Abdulá, entró ayer al Estadio Nacional Olímpico custodiado por un grupo de guerreros tayikos que empuñaban kalashnikovs. Bajo una enorme imagen del admirado Ahmed Shah Masud -el líder de la Alianza del Norte asesinado por los talibanes, Abdulá se dirigió a más de 10.000 personas para exigir un cambio.

El otro protagonista fue el ex ‘señor de la guerra’ uzbeco Abdul Rashid Dostum que, tras haber regresar del exilio en Turquía, anunció su respaldo incondicional a Karzai.

La victoria electoral no dependerá del voto de los afganos, sino del efecto de la intimidación de los talibanes sobre la población y de las alianzas con antiguos señores de la guerra.

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