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Los cabeza de rata, entre el mito y la explotación

Gujrat, 02 de marzo de 2010

Las primeras luces del día comienzan a iluminar las callejuelas laberínticas que conducen al santuario de Shah Daula,  en la localidad de Gujrat, a 100 kilómetros de Lahore.

Nadia, aún con cara de sueño, se sienta en el suelo junto a su vieja caja de madera para donativos.  Con aires nerviosos se balancea hacia atrás y hacia delante, mientras Ali Raza, su protector y centinela del mausoleo, abre el robusto portón que protege la tumba del santo sufi del siglo XVI.

rat heads_005Nadia tiene 25 años, aunque parece una niña por su cuerpo pequeño y enjuto cuerpo. Su cabeza es más pequeña de lo normal, lleva el pelo muy corto de color negro, y el rostro marcado por cicatrices. Viste con una bata ancha de color azul que le disimulan sus formas de mujer. Debido a su retraso mental, las funciones del habla también se ven afectadas y, para comunicarse,  hace aspavientos con las manos.  No logra llamar la atención de Raza, así que junta sus manos como si sujetara una taza de té para indicarle que está hambrienta. El cuidador le da una mirada de reprobación y Nadia se enfada y gira su cabecita hacia otro lado.  Aún es muy temprano, y todavía no se ha llegado el encargado de preparar el té  y cocinar el “dal” (crema espesa de lentejas con curri) para los cuidadores del templo.

Nada más nacer con una malformación cerebral fue entregada por sus padres a los guardianes de Sha Daula para prestar sus servicios de por vida.

Nadia es una “chuha”, una cabeza de rata, como se conoce popularmente a las personas con microcefalia – un trastorno neurológico en el cual la circunferencia de la cabeza es más pequeña que el promedio para la edad del niño y de adultos esta anomalía se hace más evidente-, que son vendidas a las mafias locales para la mendicidad. Se calcula que en Gujrat y alrededores hay un centenar de ellos.

Raza asegura que una noche depositaron al bebe a las puertas del mausoleo, él la recogió y la cuida como a su propia hija. “Es un mensajero de Alá, una bendición para todos nosotros”,  exclama con gestos dramáticos, pero no convence.

Nadia vive esclavizada, encerrada durante la noche en un cuartucho habilitado, dentro del recinto del mausoleo, y durante el día sentada junto a su caja de donativos delante de las estanterías para los zapatos que depositan los devotos que entran a rezar al santo.

Raza hace de mediador entre las redes de mendicidad y los padres desesperados que, a falta de recursos económicos, han optado por vender a sus hijos discapacitados por una cantidad entre 800 y 1000 euros.

rat heads_002Durante siglos se ha asociado al santuario de este místico sufí el milagro de la fertilidad.  Donde ahora yacen los restos del iluminado se construyó un centro de acogida, conocido como “Masub Chock”,  para los niños que nacían con este trastorno neurológico. Y así nació el mito de los “hijos de Shah Daula” que se ha mantenido durante generaciones hasta la actualidad.

Según esta creencia popular,  las mujeres con problemas para concebir hijos iban a rezar a la tumba de Shah Daula. Pero el milagro de la fertilidad se pagaba caro y el primero de los hijos nacía con microcefalia y como tributo era entregado al templo.

Reliquias de todo tipo, pequeños anillos, muñecas de estaño con la cabeza reducida y pétalos de rosas se compran en la plazoleta por cientos de devotas que esperan recibir la bendición del santo.

Sentada en la entrada del mausoleo, junto al arco que conduce a la explanada que rodea la tumba del místico sufi, con ojo avizor controla el movimiento incesante de peregrinos. Al acercarse las devotas, Nadia mueve su caja de madera para recordarles que tienen que  depositar un donativo.

Más allá del mito, y a sólo unas calles de este centro de peregrinación, decenas de personas con esta malformación son explotados como mendigos.

En medio de una multitud, entre autobuses y puestos de vendedores ambulantes, Adel, de 15 años, y ciego, va de la mano de Amyed Ali,  su protector. Vestido con túnica verde, el color sagrado de los musulmanes, Adel bendice a los que se le acercan poniendo la mano sobre sus cabezas. Cada mañana, Ali recoge a Adel, que vive con otros tres cabezas de rata en la aldea de Tasil Qaria, a 30 kilómetros de Gujrat. De la mano recorren un caminito de tierra que lleva a la carretera general y esperan, pacientemente, a que llegue el microbús que los conducirá hasta la estación central de autobuses, donde le obligan a trabajar hasta el atardecer. El niño suele recaudar unos 5 ó 6 euros al día, una fortuna en Pakistán, teniendo en cuenta que el sueldo medio es de 40 euros al mes.

rat heads_019En la misma estación está Dulan Wala, de 17 años, que se divierte encendiendo incienso que porta en una cajita de madera agujereada, siempre cargada entre sus manos. Con destreza, la joven cruza entre la multitud que espera el autobús y avienta el humo del incienso hacia los pasajeros para que le den alguna moneda. Su túnica es más larga que ella, por lo que,  a veces, se tropieza y tambalea. Su centinela es un anciano que camina enjuto y apoyándose en un bastón. La mendiga vive con otra familia humilde en una casa de adobe en un área deprimida de Tasil Qaria. Su protector, que no revela su nombre, nos invita a acompañarles de vuelta a la aldea por un puñado de euros.

Esta vez Dulan no viaja en microbús sino en un coche particular y el cambio la pone nerviosa. Emite unos sonidos estridentes como si fuera a gritar, y el anciano la agarra fuertemente del brazo para calmarla. Ante la figura de su protector la niña reacciona obedientemente.

En la vivienda de Dulan nos esperan cinco hombres que ya estaban advertidos de nuestra visita. Nos dan la bienvenida e invitan a sentarnos en un tradicional “charpai” (camastro de madera con lona de rafia). En el patio de la casa acampan las gallinas a sus anchas. La vivienda tiene dos estancias con apenas muebles y la cocina es de leña. Abu Saleh se presenta como su padre adoptivo. Su aspecto físico recuerda al de un gitano de pelo negro largo de las cuevas de Albaicín en Granada.  “Me la trajeron cuando era una niña y la cuido mejor que al resto de mis hijos, porque es especial; un regalo de Allah”, exclama el mafioso.

Saleh tiene siete bocas que alimentar y Dulan es la principal fuente de ingresos para la familia. “Tenemos un acuerdo con los cuidadores de Sha Daula y todos los meses debemos entregarle una parte del dinero que ella nos trae a casa”, continúa.  Uno de los hijos ha traido una botella de gaseosa para ofrecerla a los invitados. Saleh también le sirve un vaso a Dulan y su rostro se llena de sorpresa.  Parece que es la primera vez en su vida que bebe una limonada. Antes de dar un trago mira a su protector para recibir una mirada de aprobación.

Sohail, otro cabeza de rata, lleva 40 años viviendo en una desgastada tienda de campaña que comparte con la familia que lo compró de niño,  al lado de un vertedero a las afueras de Gujrat. Las condiciones de miseria que le rodean le han hecho envejecer de forma prematura y sus arrugan le hacen aparentar al menos 10 años, pero su mirada es inocente como la de un niño. Al no poder hablar,  sus ojos han aprendido a ser muy expresivos.  Desde que murió,  Hussein, su padre adoptivo, Hamid, de 30 años,  hace de cabeza de familia. Ahora él es el que controla el dinero que trae el mendigo deficiente a la familia. Tras una larga jornada de trasiego en las calles de Gujrat , Sohail suele recaudar unos 7 euros al día, de los cuales se debe guardar una parte para entregárselo al mafioso que lo vendió. “ Los guardianes de Shah Daula nos piden entre 20 y 30 euros al mes”, se queja Hamid.

Aún así, el beneficio que sacan con Sohail es mucho mayor que todo el trabajo de los cuatro hermanos juntos. “Él es una bendición para nosotros. Gracias a Sohail no pasamos hambre”, exclama el cuidador del mendigo.

rat heads_001La explotación de personas con esta malformación ha llevado a sospechar que el mito de Shah Daula fue fabricado para engañar a los devotos . Anush Husain, director de Sahil, una organización que lucha contra la explotación infantil va más allá y denuncia que  los niños “cabeza de rata”, lejos de ser un fenómeno natural, “son deliberadamente deformados por estas mafias que los recogen de bebés de sus padres”.

Una vez finalizado el proceso, varios años después, explica Husain, los niños son vendidos o alquilados como mendigos. Aunque no hay pruebas que lo verifiquen, Husein asegura que las mafias locales utilizan “artefactos medievales”  para desfigurar los niños. “He escuchado que usan anillos de hierro que se colocan en la cabeza del bebé para que deje de crecer”, insiste el director de Sahil, que aclara que la microcefalia es un trastorno congénito y en muchos de los casos, “no hay antecedentes de familiares que hayan sufrido esta enfermedad”, por lo que “es imposible” .

Al tratarse de un tema muy delicado, comenta el director de la ONG, “es muy difícil investigar sobre los artilugios que emplean para provocar a los bebes esta malformación”.

El gobierno paquistaní prohibió hace más de 15 años que el templo de Shah Daula acogiera a niños abandonados con microcefalia. Sin embargo, “las mafias locales explotan el nombre del místico sufí  para engañar a los creyentes”, se quejó Husain, antes de agregar que “si estos delincuentes se acercaran al mausoleo serían inmediatamente detenidos”.

“Estás prácticas van en contra del Islam. Ensucian el santo nombre de Shah Daula”,  denuncia el trabajador social, al tiempo que insiste en que “las autoridades no se están tomando en serio este problema que atenta contra la integridad de las personas con anomalías físicas”.  “Esta práctica es ilegal y la justicia debería castigar a estos criminales que explotan a incapacitados”,  reitera Husein.

Mendigos para muchos, pero para otros los “hijos” de Shah Daula son “mensajeros de Dios”.

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