Las fuerzas de seguridad mercenarias del Regimen de Bahrein

Manama, 04 de marzo de 2011

Decenas de miles de manifestantes volvieron a ocupar ayer noche la Plaza de la Perla, en el centro de Manama, para exigir la renuncia del primer ministro Sheikh Khalifa bin Salman al-Khalifa, en el poder desde hace 30 años.

Los dramáticos acontecimientos de la madrugada del jueves cuando la Policía,  sin previo aviso,  lanzó toda su fuerza bruta contra los miles de opositores acampados en esta emblemática plaza, radicalizó las exigencias de la oposición, que está dispuesta a no dar marcha atrás hasta caiga el régimen, incluido el monarca de Bahrein.

“faltaban cinco minutos para las tres de la madrugada. Mire la hora porque mi niño quería ir al baño y me despertó”, relató aún alterada Mariam Ibrahim Abdalá, que pudo escapar gracias a su hijo de la carnicería de aquella noche. Mariam acompañó a su hijo al baño en un restaurante cercano al lugar de las protestas. “Oí una fuerte ráfaga de disparos y sirenas de coches de policías que se acercaban para cercar la zona. Fue una emboscada. Regresé al campamento asustada y tuve que caminar sobre cuerpos de gente que yacían en el suelo”, explicó la mujer.

“Aquella noche desaparecieron mujeres e incluso niños”, aseguró Aisha, que fue testigo del desalojo del campamento. “Encontré abayas (túnicas largas negras con las que se cubren las chiies) tiradas en el suelo”, puntualizó Aisha, que vio cómo  metían en un furgón de la policía a unos adolescentes y se los llevaban detenidos a la oficina de comisaría Al Galaa, contigua a la Plaza de la Perla.

La represión policial dejo la cifra de medio millar de heridos y media docena de muertos. El ejército tampoco actuó con neutralidad y sofocó varias revueltas a la entrada del hospital Salmaniya donde se encuentran ingresados los heridos de las protestas.

El activista por los Derechos Humanos, Mohamed Alí Mohkati, explicó que a la salida del centro hospitalario, una multitud se dirigía a acompañar a una de las víctimas mortales de la madrugada del jueves al cementerio, cuando los militares dispararon contra la caravana de vehículos que seguían al coche fúnebre y en el tiroteo resultó otra victima fatal. “En este país no nos podemos fiar ni del Ejercito”, critica, entre otras razones, porque “muchos de los oficiales no son ni siquiera de Bahrein”, en referencia a gran número de extranjeros de otros países del golfo o de Egipto y Libia, que entran el los cuerpos de Seguridad porque no dejan alistarse a los chiíes, que suman entre el 70 y 80 por ciento de la población.

A solo unos metros de la abarrotada plaza, una hilera de altos edificios y carteles monárquicos conducen al hospital Salmaniya, refugio improvisado que atiende gratuitamente a los heridos por las protestas. A la entrada del centro hospitalario centenares de madres protestan contra las fuerzas de seguridad mientras los heridos se agolpan en los pasillos por falta de camas.

Sadeq Alquir ha vuelto a nacer. Sus heridas reflejan la pesadilla vivida hace unos días. Un coágulo de sangre en su ojo izquierdo apenas le permite ver con claridad mientras Abdul, su padre, no se separa de él.  De nada le sirvió mostrar su acreditación de médico voluntario cuando una densa nube de humo envolvió la plaza. “De repente me vi rodeado de amenazas, preguntas y coacciones. Me tiraron al suelo, me apalearon  y,  tras cubrirme la cara con un trozo del pantalón me subieron a un autobús. No veía nada. Caí al suelo. Al no perder la consciencia siguieron insultándome. Al poco rato me soltaron” explicó ante la mirada de preocupación de su padre, después de agregar que “éste es mi país, es mi pueblo. Moriría por él”.

Bajando las escaleras se repite la misma historia. Las mismas heridas que recuerdan esa noche trágica. Abdul Ridha no tuvo tanta suerte como Sadeq. Una bala le impacto en su cara. Los médicos aún guardan la esperanza. Su familia reza al lado de su cama. Sólo tiene 32 años.

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