La suerte de ser alauita

Ekdim, 10 de diciembre de 2012

El teniente coronel Abu Ahmad cumplió su palabra y nos llevó a visitar una aldea alauita, bajo control del Ejército Libre de Siria. La salida se presentó complicada, ya que los rebeldes a penas tienen vehículos para moverse y se enfrentan a la escasez de combustible. Después de un par de horas de espera en casa del militar desertor conseguimos un “kia rio” sin cristales en la luna y ventanas del coche, que improvisaron cubriéndolas con plásticos. A penas 15 kilómetros separan Salma de Ekdim, la aldea alauita, rodeada de otras pequeñas poblaciones suníes.

Lo primero que una le llama la atención es la actividad en el pueblo, acostumbrados a visitar aldeas prácticamente desiertas. En Ekdim, de sus 800 habitantes solo se han marchado 100 por motivos laborales. Los vecinos no han sufrido los bombardeos ni las redadas nocturnas ni enfrentamientos entre fuerzas leales al régimen y los rebeldes. Simplemente, la vida en Ekdim transcurre con normalidad, aunque como en el resto del país tienen problemas de cortes de luz y escasez de agua corriente. En Ekdim no se ven viviendas destrozadas por los obuses del régimen o impactos de metralla en muros y caminos. En Ekdim se escucha el griterío de los niños jugando en la calle o el motor de los tractores o camionetas. Sus habitantes son gente sencilla que vive, principalmente, de la agricultura. Los campos están cubiertos de redondas manzanas y granadas, y los olivares cargados de aceitunas a punto de ser recogidas, a diferencia de las aldeas suníes, donde las cosechas se están echando a perder.

En Ekdim los niños han ido a la escuela con regularidad durante todo el año. El teniente coronel Abu Ahmad nos dijo que la aldea alauita estaba bajo su control, pero en realidad, sus vecinos han decidido no buscarse problemas y permiten a los rebeldes utilizar sus carreteras cuando circulan por aquí. Su relación es simplemente de respeto. Los vecinos de Ekdim no son, precisamente, amistosos con los forasteros y  no se fían demasiado.  A nuestra llegada, muchas mujeres entraron, rápidamente, a sus casas y cerraron las puertas y ventanas.

El general rebelde nos presenta a un vecino que está descargando cajas de manzanas de su tractor. Lo primero que pide es que no le hagamos fotos, y tampoco quiere darnos su nombre. “Ninguno tenemos queja del Ejército Libre de Siria, ellos nos han tratado bien. Nuestros vecinos siempre han sido sunies, somos una gran familia”,  declara el campesino alauita, un tanto presionado por los cuatro hombres armados que nos acompañan.  El vecino añade: “únicamente ha habido un caso de secuestro en la aldea, pero no sabemos si fue o no el Ejército Libre de Siria quien se lo llevó”.

En todo momento la situación es tensa. Cuando les pedimos a los rebeldes que nos dejen dar una vuelta por el pueblo para poder hablar con la gente sin su presencia, declinan nuestra petición. “Este pueblo no es seguro para vosotros; hay informadores  del régimen y shabihas”, advierte el teniente coronel Abu Ahmad.

Tras negociaciones con los rebeldes conseguimos caminar hacia una fuente, acompañados por ellos, donde hay un grupo de mujeres con niños llenado garrafas de agua.

Saludamos y nos responden con amabilidad.  “Gracias a Dios, vivimos en paz. Este pueblo es muy tranquilo y seguro”, explica una mujer de unos 35 años que se identifica como Maisa.   Como el resto de los sirios, Maisa se queja de los cortes de luz y la escasez de agua. “Tenemos que venir un par de veces al día a traer agua de la fuente, porque algunas veces por la noche cortan el agua”, insiste la mujer.

Cuando le preguntamos de si teme por la seguridad de su familia o que se produzcan enfrentamientos entre las fuerzas del régimen y los rebeldes, Maisa contesta que “en alguna ocasión ha caído cerca del pueblo algún obús pero ha sido por error”.  “Aquí vivimos en paz”, insiste la mujer. El régimen es consciente de que no puede llevar la guerra a las localidades alauíes, porque no puede permitirse perder el apoyo de esta minoría, que es la comunidad a la que pertenece el presidente Bashar al Asad.

En otros pueblos suníes que hemos visitado los cortes de luz y de agua son permanentes. Aldeas como Sermania, Duar al Akrad o Qoum, no hay electricidad ni agua corriente desde hace meses, debido a que el régimen ha bombardeado los generadores de electricidad o los depósitos de agua para castigar a la población civil. Todas las noches se escuchan al menos cinco o seis explosiones de obuses de mortero o proyectiles que lanza el Ejército sirio desde los checkpoint.

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