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La Siria liberada intenta restablecerse

Azaz, 10 de agosto de 2012

La localidad de Azaz, que se ha multiplicado por el número de desplazados que huyen de Alepo, cuenta únicamente con un médico, que es en realidad un anestesista.  Esta clínica privada en la que trabajan voluntariamente el doctor Anas al Haraki y tres enfermeros (uno de ellos, farmacéutico) asiste a todos los enfermos de esta localidad, fronteriza con Turquía .  Una enorme cola de mujeres veladas cargadas con niños va desde la entrada de la clínica hasta la sala del consultorio, donde el doctor al Haraki reparte recetas a troche y moche, que escribe en catones, a falta de recetario médico.  Con la consulta a rebosar, el médico rebelde tiene la destreza de responder las preguntas a la periodista mientras con una mano osculta a un niño y con la otra, le toma la presión a una anciana.

“Cuando empezó la ofensiva del régimen en marzo, todos los doctores se marcharon, pero yo me quedé para ayudar a la revolución”, declara orgulloso, antes de explica que  en la clínica solo atendemos casos de primeros auxilios; los heridos graves los mandamos a Turquía”,  explica el doctor.

Desde entonces,  al Haraki mantiene abierta su clínica las 24 horas al día, y hace turnos para dormir de cuatro horas con los tres enfermeros.

“No he ido a mi casa en 20 días. Ayer regresé por la noche y encontré la puerta cerrada. Mis padres se habían marchado con unos familiares al noroeste de Alepo (dónde no han llegado los combates),  porque nos bombardearon desde el aeropuerto militar de Minha (a 5 kilómetros)”, explica Musa Ahmad, el farmacéutico. Desde hace una semana, el Ejército sirio está bombardeando las localidades vecinas en respuesta a un ataque de los rebeldes a esta base aérea. El jueves 15 la tragedia llegó a las puertas de Azaz. Un MIG-21 bombardeó un barrio residencial del centro de la ciudad y colapsó 20 viviendas. Más de treinta personas, entre ellas mujeres y niños, fallecieron y 200 resultaron heridos tras el derrumbe de los edificios.

La clínica también recibió el impacto de la explosión. Los cristales de la puerta de entrada de la clínica habían saltado por los aires. Con apenas suministros médicos e instrumental de cirugía, el equipo medico atendió como pudo a los heridos que llegaban en decenas.

Azaz se organizó rápidamente cuando fue liberada por el Ejército Libre de Siria, el 27 de julio.

La destrucción de los edificios todavía es visible. Algunos lugares como la mezquita que sirvió de cuartel al Ejército sirio o el hospital general los conservan tal cual como una especie de edificios de “memoria histórica”, al igual que los seis tanques abandonados por las tropas, que los utilizan los niños para jugar.

En lo que queda del Hospital General, los rebeldes han montado una especie de exposición con trofeos de guerra en la entrada del edificio, entre los que hay municiones, trozos de proyectiles, un cartel de Hizbulá con el jeque Hasan Nasrala, junto a unas botas militares y la fotografía enmarcada de Bashar Al Asad, sobre la que la que han estampado una chancla.

“La ciudad estaba arrasada, no había agua corriente, ni electricidad. Así que nos organizamos para poder limpiar los escombros y restablecer los servicios básicos de la ciudad”, apunta Hamid Hayamat, líder del Comité Político.

“Les pedimos a los funcionarios que no abandonaran sus puestos de trabajo y que siguieran prestando sus servicios a la comunidad”,  explica el alcalde rebelde de Azaz.

Los funcionarios todavía reciben su salario del régimen, pero “muchas veces el Gobierno nos corta el agua y la electricidad para que los habitantes se molesten y dejen de apoyar a la revolución”, indica Hayamat.

Para poder atender la ola de desplazados que están llegando de Alepo y las localidades vecinas se organizó un comité para los refugiados, desde donde se organizan los alojamientos para las familias que llegan de Alepo.

“Hasta el momento, se han inscrito 400 familias (unas 1500 personas), que hemos recolocado en dos escuelas vacías. En cada aulas del colegio hay alojadas tres a cuatro familias, que duermen sobre una esterilla en el suelo.

Halima llegó con sus tres hijos y su esposo, después de que un MiG-21 bombardeara una panadería gubernamental en el barrio de Saladino, que mató a 12 civiles, entre ellos mujeres y niños. “Nuestra vivienda está al lado. Del impacto del misil se rompieron los cristales. La situación era terrible. Había cadáveres esparcidos por el suelo, heridos sangrando, pidiendo auxilio”, relata todavía en estado de choque.

“No se que vamos a hacer. Hemos venido con lo puesto. Aquí no tenemos leche en polvo para los niños, ni pañales.  Mi bebé tiene una alergia en la piel y no hay medicinas para curarle. Llora todo el tiempo”,  lamenta la mujer que coge en su regazo al pequeño para calmarlo.

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