La clase alta de Egipto no quiere la revolución

El Cairo, 12 de febrero de 2011

Los nuevos ricos apoyan al régimen porque se benefician de la corrupción en el Gobierno.

En la isla de Zamalek, uno de los barrios pudientes en el centro de El Cairo, la revolución se hace con palos de golf, raquetas de tenis o sentado sobre una silla montar.

En el club deportivo Al Gezira se reúne la clase alta de Egipto. Este club de élite, el más antiguo de la capital que se inauguró en 1882,  es uno de los pulmones verdes de la ciudad con 610 metros cuadrados rodeados de acacias, árboles y césped.

A solo 20 minutos andando de la plaza Tahrir, epicentro de las protestas, se encuentra esta asociación de relajo para las elites cairotas, donde se pagan 150 mil libras egipcias (25 mil dólares) para hacerse miembro.

Hassan elije un palo para su siguiente golpe de golf. Mientras, su país se juega el futuro en unas revueltas callejeras que han puesto contra las cuerdas al régimen de Hosni Mubarak y sacado los tanques a las calles.

“Aquí viene gente rica, muy rica, está lo mejor de la sociedad egipcia. Muchos de los que hay aquí no quieren que se vaya Mubarak, pero otros se han dado cuenta de que es necesario que desaparezca para que prospere el país”, explica a EL TIEMPO Husein El Habrouk, editor jefe del diario gubernamental Al Ahram.

Los problemas de la mayoría de los egipcios para llegar a fin de mes contrastan con el estilo de vida de sus elites acomodadas que, sin embargo, no mantienen una línea compacta a la hora de apoyar al dictador.

“A mi no me importa quién gobierne, mientras mi familia pueda vivir bien y mis hijos tener una buena educación”, asegura Ahmed un empresario del sector turístico y socio del club Gezira,

“Coincido con que Mubarak se tiene que ir, aunque el proceso de transición debería no alargarse para no arruinar la economía. La gente que ha empezado las revueltas son como nuestros hijos, jóvenes formados”, aseguró una mujer de 63 años, ex–actriz, que se disponía cambiarse de ropa para practicar gimnasia.

Mientras cientos de adolescentes que hablan inglés con acento americano o británico practican fútbol, squash, tenis o monta de caballos, sus padres leen los periódicos, debaten de política o toman café, pasteles y té.

Uno de los empleados del club Gezira, cuyos sueldos no superan los 150 dólares al mes, lucía una venda en la cabeza. “Me lo hice en las revueltas. Fui a defender a Mubarak, es nuestro líder. Fui a pelear por él, que es el benefactor de nuestro club”, manifiesta.

Dentro del enorme recinto deportivo hay también varios restaurantes de comida occidental, como un Mc Donalds, en el que los hijos de la jet-set piden menús con patatas fritas y refrescos.

“Casi todos los sectores de la economía están controlados por nueve familias, casi todas con relación de parentesco o amistad con Mubarak”, explica Mohamed, un joven de clase alta que es abobado, y cuyo “buffet” está cerca de una de las residencias del “rais” en Heliópolis.

“Tengo un problema personal con Mubarak porque muchos días se bloquea mi calle. Cada vez que sale de casa lo hace con una escolta de 64 coches, incluida una de las ambulancias más caras del mundo, que parece una nave espacial. A veces ni siquiera va en ninguno de esos autos, sino en helicóptero”, aseguró.

Según cálculos publicados la semana pasada por la prensa anglosajona, el patrimonio personal del “rais” ronda entre los 40 y los 70 mil millones de dólares.

“La corrupción ha llegado a niveles imposibles de soportar. El país no puede seguir aguantando algo así, esto es demasiado, por eso mucha gente aquí quiere que se vaya aunque sus familias se beneficiasen en el pasado de los privilegios concedidos”, agregó El Habrouk.

 

En una zona de terrazas en el paseo fluvial de Zamalek, un arquitecto que dice haber trabajado para varios magnates egipcios, narra cómo son las mansiones de la elite del Ejército y el Gobierno.

“He hecho casas con el granito traído de Italia, piscina olímpica, una perrera para más de 15 perros, cine privado, gimnasio con decenas de máquinas y maderas de Escandinavia”, asegura.

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