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La ciudad liberada donde se organizó el asalto rebelde a Alepo

Al Bab, 08 de agosto de 2012

Una multitud se agolpa contra una camioneta de la que sacan dos cadáveres y, con cuidado, los colocan sobre una sábana blanca y los cargan a hombros. Gritos de rabia y disparos al cielo acompañan a la comitiva funeraria. Abdallah Ben Omar, de 25 años, y Nafe Qudairani, de 22,  murieron cuando un misil impactó contra la mezquita principal del barrio de Salaheldin, en Alepo. En Al Bab, a unos 20 kilómetros al norte de Alepo, se organizó el asalto rebelde a la milenaria ciudad. Desde hace nueve días esta localidad de 100.000 habitantes fue liberada por el Ejército Libre de Siria tras una semana de asedio al cuartel del Ejército de Asad, que desde hacía siete meses se había instalado en una escuela secundaria a la salida de la ciudad. “Rodeamos el cuartel y dejamos a los soldados del régimen incomunicados, sin luz, agua o comida. No hubo enfrentamientos en las calles, simplemente se rindieron”, explica orgulloso Khaled Jalij, que fue herido por las esquilas del misil que cayó en la mezquita de Salahedin.

Jalij se despidió de sus dos compañeros caídos. En el cementerio hay una treintena de tumbas vacías, reservadas para los mártires de Alepo.

El combatiente rebelde nos invita a visitar las instalaciones que ocuparon los soldados del régimen.  La escuela está totalmente destrozada. En la entrada hay un camión de carga que portaba municiones, completamente calcinado. “El camión fue bombardeado desde el aire con un MiG-21, antes que huyeran los soldados, para que no pudiéramos hacernos con las municiones. Pero les hemos arrebatado tres tanques, siete baterías antiaéreas, cohetes y muchos fusiles K-42”, asegura Jalij.

En los barracones, (las aulas del colegio), quedan los restos de bolsas de comida esparcidos por el suelo, mezclados con los cristales rotos de las ventanas.

Tras liberar la ciudad, las siete “katibas” (batallones) rebeldes de Al Bab se organizaron para formar un comité militar que se ocupa de las funciones de la municipalidad. Al mando está el ex capitán del Ejército sirio, Abd Rauf Atman.

“Cuando tomamos la ciudad organicé a los rebeldes y un grupo de 100 combatientes marcharon hacia Salaheldin la misma noche”.

“Al principio tuvimos mucha resistencia; nos enfrentábamos a más de 4000 shabihas del clan Barri. Pero cuando capturamos a Zaino Barri y otros tres miembros de  familia en Bab el Naira, la gente empezó a apoyarnos”, relata el capitán rebelde.

Cada Katiba cuenta con un comité islámico y un sheij (clérigo musulmán) que se encarga de juzgar a los detenidos del régimen, según las leyes islámicas.

Según el comandante del ELS, “capturamos a 105 soldados,  mientras el resto huyó a través de los campos, cubiertos por helicópteros de combate y cazas rusos”.

Muchos de los detenidos fueron rápidamente liberados porque se unieron al Ejército Libre de Siria.

“Aquellos que no han cometido crímenes de guerra les damos a elegir.  La mayoría dijo que querían desertar y unirse a nosotros”, asegura Rauf Atman.

Halil Ibrahim estaba haciendo el servicio militar desde hace un año y medio en el cuartel de Ranusa, en Alepo, y lo destinaron a Al Bab. “Estábamos incomunicados, no nos dejaban salir del cuartel en todo el día. Nuestros superiores nos decían que el país estaba bajo la amenaza del terrorismo y teníamos que combatir a los terroristas”, explica Ibrahim, de 20 años.

“Vivíamos en una prisión. Nos obligaban a disparar y si nos negábamos nos mataban a nosotros”, denuncia el soldado desertor, antes de agregar que cuando sospechaban de algún soldado que tenía la intención de desertar, “lo colocaban en primera línea de batalla para sacrificarlo”.

“Muchos queríamos desertar pero no sabíamos como hacerlo. Dos compañeros fueron fusilados frente al resto del pelotón, cuando intentaban saltar el muro del cuartel por la noche para huir”, explica Omar Multabi, desertor de Alepo.

Sama Khalifa era conductor de tanques del Ejército Sirio en la ciudad de Alepo. Ahora es prisionero de guerra y está herido en la pierna por un disparo.

“Antes de ser capturado quería desertar. No he matado a nadie, ni torturado a nadie, sólo recibía ordenes de mis superiores de disparar artillería con el tanque”, explica, tumbado sobre una mesa de la biblioteca pública que se ha transformado en  una prisión improvisada para soldados del régimen.

“He visto cosas terribles”, confiesa el prisionero, que relata como un superior violó a una mujer y fue descubierto por un soldado al que amenazó de muerte si contaba algo. Al  día siguiente, su compañero Basan Raja “fue tiroteado por el superior porque no se fiaba de él y temía que pudiera denunciarlo”, agrega Khalifa, quien asegura que no tiene miedo por lo que le pueda pasar: “cualquier cosa es mejor que estar con el Ejército”.

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