huérfanos de la guerra

Huérfanos de la Guerra

Mingora, Valle de Swat, 17 de julio de 2010

«Tres, seis, nueve, doce (…)», responde Amán-e-Rum a la maestra embozada de negro que le pregunta la tabla de multiplicar del tres. A primera vista parece un chico normal, pero sus ademanes retraídos y su mirada triste son el reflejo de una vida traumática.

Amán, de 6 años, es uno de los 43 huérfanos especiales de la escuela y hogar Parwarish, en las afueras de Mingora, capital del distrito de Swat (noreste de Pakistán). Su padre, Rashidulá, fue un combatiente talibán que murió en un ataque aéreo del Ejército paquistaní en la ofensiva contra la insurgencia en el valle de Swat, en mayo del 2009. Los militares se emplearon a fondo durante casi tres meses para eliminar a las huestes del clérigo radical Fazlulá, que como mala hierba habían enraizado profundamente en las montañas de Swat. Los talibanes habían tomado el control de la región –millón y medio de habitantes–, en diciembre del 2008, con mano de hierro: cerraron las escuelas para niñas, impusieron el burka a las mujeres y prohibieron a los hombres afeitarse la barba.

Éxodo masivo

Tras la muerte de su padre, Amán fue abandonado a su suerte. Su madre se marchó del bastión talibán de Kabal para casarse de nuevo en la provincia de Punyab (este). El pequeño caminó durante horas hacia ninguna parte hasta que fue recogido por un camión en el que viajaban familias que se habían visto forzadas a huir para ponerse a salvo de los combates.

La ofensiva del Ejército para recuperar Swat, la mayor operación militar en los últimos años, provocó un éxodo masivo. Dos millones de desplazados internos se refugia- ron en campamentos fuera de la zona de conflicto. Naem Ulá, el director de Parwarish, tras su regreso de un campo de refugiados se encontró ante un desolado valle de casas destruidas, escuelas bombardeadas y establecimientos cerrados por falta de suministros. Además, los cuatro orfanatos de Mingora habían sido transformados en barracones para albergar a las tropas del Ejército paquistaní. Entonces, pensó para sí Ulá, ¿qué les deparará el futuro a esos niños abandonados, víctimas de la violencia?

Ante la crítica situación, algunos jóvenes voluntarios de la zona decidieron unirse a Ulá para formar la oenegé Parwarish, con el objetivo de abrir un centro para ofrecer educación y refugio a niños huérfanos. La oenegé contabilizó un total de 2.213 niños abandonados en 25 de las 65 aldeas de Swat. Bajo los talibanes, muchos menores «fueron reclutados en madrasas [escuelas coránicas]» en las zonas rurales o «separados de sus padres a cambio de pequeñas cantidades de dinero» para recibir una educación islámica, explica el director de Parwarish.

Gracias a las donaciones de una asociación de empresarios paquistanís que tienen negocios en los Emiratos Árabes Unidos, Ulá alquiló los terrenos para edificar el centro. El orfanato abrió en noviembre del 2009: es un edificio con tres aulas –jardín de infancia y dos clases de primaria–, cuatro dormitorios y un comedor. «Con las ayudas que recibimos solo hemos podido acoger a 43 niños, a los que seleccionamos teniendo en cuenta sus difíciles condiciones», explica.

Contra la marginación

Aimad e Imdad, hijos de Taj Muhamad, de 3 y 5 años, respectivamente, fueron entregados por sus padres al muftí Gafar, el clérigo radical que controlaba la localidad de Shamozai, a cambio de recibir unos 10 euros por cada uno de los hijos. «Cuando recogimos a los hermanos estaban traumatizados», afirma Nur Paras, la psicóloga del centro, que agrega: «Ahora da gusto verlos relacionarse con sus compañeros». Lo que busca el centro, continúa Nur, es que los menores «no se sientan marginados, que crezcan en un ambiente normal y reciban una educación».

La educación de los huérfanos es un gran problema en Pakistán, ya que a partir de los 10 años no son admitidos en los colegios estatales. «Es intolerable que el Gobierno les niegue la posibilidad de recibir una formación», denuncia Ulá, que pide a oenegés y otras organizaciones internacionales que ayuden a Parwarish a financiar el proyecto. «Necesitamos más donaciones para el mantenimiento del centro. Con los fondos que tenemos ahora solo podremos cubrir los gastos hasta marzo del 2011», advierte el director de orfanato.

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