Hay 20 mil personas adentro

Naher al Bared , 25 de mayo de 2007

Después de horas de negociaciones con los militares, nos adentramos unos 500 metros en el campamento de Nahr Al Bared, en las afueras de Trípoli, donde, desde el pasado domingo, el ejército libanés y milicianos radicales sunitas del grupo Fatah Al Islam sostuvieron intensos combates. Desde allí, pudimos ver las casas bombardeadas, destrozadas. La mezquita, aledaña al edificio Semat, totalmente destruida.

Los cerca 40.000 palestinos que quedaron en medio del fuego, con el miedo aferrado al alma, aprovecharon la tensa calma de la noche para huir.

Comenzaron el éxodo la madrugada del miércoles. Muchos, caminando; otros, fueron recogidos por ambulancias de la Cruz Roja que pudieron aproximarse al lugar.

Ahora se cobijan en la escuela de las Naciones Unidas del campamento de Badawi, a 7 km de allí, donde ya hay más de 5.000 familias.

En Nahr Al Bared aún permanecen unos 150 insurgentes, armados con fusiles M-16, lanzagranadas clase ARPG, y una cantidad indeterminada de municiones, con la intención de disparar hasta la última bala.

‘El techo cayó sobre mis nietos’ En la mañana de ayer, las fuerzas armadas les permitieron marcharse a más refugiados. Pero quedan adentro miles sin posibilidades, muchos de ellos niños y minusválidos.

Según informó a EL TIEMPO la portavoz de Cruz Roja Internacional, Virginia De La Guardia, “unos 20.000 refugiados no se han marchado y viven sin comida, sin agua y sin medicinas”.

Destrozada, Hihab Bader nos dijo que por tercera vez en su vida ha vuelto a vivir la amargura del éxodo: “Nos echaron de Palestina, vinimos a Ain Helu, (el mayor campamento palestino de Líbano, a 40 km de Beirut); después, en 1982, a Nahr Al Bared, y ahora, de nuevo perdimos nuestro hogar”.

Ella estaba en el Hospital de Badawi cuidando a su hija Naima, que acababa de perder a su bebé en el último de los bombardeos. No solo perdió al bebé, sino a sus otros dos hijos, que fallecieron cuando la artillería del Ejército alcanzó su vivienda.

“A las 12 de la noche del domingo bombardearon la casa –narra Hihab–. El techo se desplomó sobre mis nietos y murieron en el acto. Mi hija quedó malherida y perdió al niño. Anoche una ambulancia nos pudo sacar de aquí”.

Abu Husein, médico del campamento de Badawi, reportó haber atendido a más de 85 heridos, 22 de ellos graves. Once eran embarazadas y abortaron.

Zur Awad, de 50 años, relató que en los tres primeros días estuvieron incomunicadas, sin luz, ni agua, ni comida. “No podíamos escapar de allí. Si salías a la calle te disparaban”, explicó.

Su hija Asisa agrega que tuvieron que acoger a dos familias vecinas que perdieron su casa: “Nos metimos en un cuarto más de 30 personas”.

Dunia, su hija de 11 años, vio a unos vecinos morir de-sangrados en la calle, pues nadie pudo ir a rescatarlos.

Los milicianos, afirman, irrumpieron repentinamente en sus vidas y convirtieron este campamento de refugiados en campo de batalla. “No sabemos quiénes son, nadie los conoce –asegura Abdel Muid, de 67 años–. Llegaron hace unos meses y se establecieron en el Semat, un edificio cercano a la playa”.

Anoche, la tensa calma de los últimos días dió paso a la reanudación del fuego.

EL FUEGO VUELVE CON EL ANOCHECER NAHR AL BARED (LÍBANO) Todos los accesos al campo de refugiados estaban cerrados desde primera horas de la mañana. Visiblemente nerviosos, los soldados de las Fuerzas Especiales libanesas ordenaron evacuar la zona.

Allí, en la entrada sur del campamento, cientos de periodistas agolpados retrocedieron, fuera del perímetro de seguridad.

Un coronel de las Fuerzas especiales dijo que su división estaba preparada para atacar, “a la espera de recibir la orden”. Mientras cerraban la carretera con una alambrada de púas, unas pocas familias de refugiados abandonaban caminando el campamento, portando un pequeño petate al hombro y con la tristeza en la mirada. Poco después, al cierre de esta edición, el retumbar de las bombas se volvió a oír en las afueras de Trípoli.

VIDAS INOCENTES ”A la medianoche bombardearon la casa El techo se desplomó sobre mis nietos y murieron en el acto. Mi hija quedó malherida y perdió al bebé”.

Hihab Bader por tercera vez en su vida vive la amargura del éxodo.

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