vivir entre el fuego cruzado

En la encrucijada talibán

Kabul, 14 de agosto de 2011

Unas novecientas familias de las conflictivas provincias sureñas de Helmand y Kandahar viven en improvisadas casas de adobe, sin luz y agua corriente, entre el polvo del camino, los excrementos y desperdicios, a las afueras de Kabul. Quizás,  pese a las condiciones poco confortables,  el campamento de desplazados de Charah-e-Qambar es,  para muchos, el lugar más seguro en el que han vivido en años.

Rahmatullah, de 37 años, llegó hace un año y cuatro meses con su mujer y ocho hijos, después de haber perdido a su padre, madre y sobrino en un ataque aéreo de la OTAN.

La familia proviene de una aldea en el distrito de Sangin, al norte de Helmand. Desde que el 1º batallón, 5º regimiento de los Marines instaló una base avanzada, en mayo de 2010,  la aldea se volvió “insegura y violenta”, aseguró Rahmatullah.  Una noche,  en una emboscada, un comando talibán atacó a un blindado de la OTAN y ejército estadounidense respondió con un bombardeo sobre la aldea. Un misil impactó en la vivienda de Rahmatullah y mató a tres miembros de su familia. “No sabemos que hacer. Estamos atrapados en una encrucijada. Si apoyamos a las autoridades recibimos amenazas de muerte por los insurgentes y si no lo hacemos la OTAN o el Ejército afgano cree que colaboramos con los talibán. La única opción para salvar a mi familia era la de huir de allí”,  explicó angustiado este desplazado.

La historia de Rahmatullah se repite una y otra vez con diferente nombre, con otra voz. Estos afganos son víctimas colaterales de la OTAN o usados como escudos humanos de los talibán.

Thura, de 42 años, es viuda y madre de ocho hijos. Huyó hace cinco meses con su hermana, su cuñado y los hijos de la localidad de Zarai en la provincia de Kandahar y se instalaron en el campamento de Charah-e-Qambar.

vivir entre el fuego cruzadoUnos soldados estadounidenses entraron en la casa, durante una incursión nocturna, en busca de insurgentes y confundieron a su esposo con un talibán.  “Entraron cuatro americanos, sacaron a mi esposo fuera y le dispararon”, relató Thura.  La mujer intentó proteger al marido y en el forcejeo cayó al suelo y del golpe se le desplazó el abdomen. Thura no ha recibido tratamiento medico y tiene el vientre hinchado como si se hubiera tragado un balón de rugby. “No somos talibanes, Allah es mi testigo. Tengo mucho miedo de los americanos. El gobierno de (Hamid) Karzai tampoco nos protege”, se quejó la desplazada.

Shir Mohamed era imán de una mezquita de Mian Roda, en el distrito de Sangin (Helmand).  Ahora ha retomado su oficio en la mezquita-madrasa de Charah-e-Qambar, un habitáculo de barro sin ventilación y lona de plástico con alfombras en el suelo para rezar.  Además de los rezos y el sermón del viernes, el mulá Shir enseña a los niños el Corán. “Los talibán no son buenos musulmanes. Pero tenemos la obligación de trabajar con ellos si las tropas extranjeras atacan a nuestras mujeres e hijos y el Gobierno no nos protege”, increpó el clérigo musulmán, que perdió su vivienda y a una de sus cuatro mujeres en un bombardeo aéreo de la OTAN.

Mohamed Jousef, de la aldea de Kashu, en Helmand, es el maestro tejedor de Charah-e-Qambar. A su cargo tiene a dos aprendices en un pequeño taller instalado en una de las laberínticas callejuelas del campamento. Hace dos años, los talibanes atacaron un camión cisterna de la OTAN. Cuando las fuerzas de extranjeras atacaron la aldea, los insurgentes ya habían abandonado el lugar y en el bombardeo murieron 100 personas. Entre los fallecidos se encontraban su padre, su tío y su sobrino.

Abdel Gani, de la localidad de Nazaka, también en el distrito de Sangin, escapó de su aldea hace un año porque las fuerzas de seguridad afganas iban a detenerlo.  Gani ya había cumplido condena de dos años, en 2002 en la prisión de Bagram, a 25 kilómetros de Kabul y después fue trasladado a la cárcel kabulí de Pol-e-Charki.

vivir entre el fuego cruzado“Visto con turbante negro y me confundieron con un talibán. Lo he llevado siempre y no me lo voy a quitar porque es el color de los pashtunes”, argumenta el desplazado para aclarar que no milita con la insurgencia.

Como la mayoría de los hombres de Charah-e-Qambar trabaja en la construcción, aunque desde hace unos meses está desempleado porque, según dijo: “no me contratan por mi aspecto”.

Personas poderosas como Gulagha Shiazai, gobernador de Jalalabad, nacido en Kandahar, visita a los desplazados una vez al mes y les entrega “generosas” donaciones. La ONG Ashiana, con sede en Kabul, que se dedica a alfabetizar a menores necesitados, proporciona profesores para impartir clases en dos carpas,  una para niños y otra para niñas, donde estudian en turnos de mañana y tarde.

Estos son los otros rostros de la guerra afgana, que nada tienen que ver con la insurgencia, la OTAN o el conflicto armado.

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