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En el infierno de Saladino

Barrio de Saladino, Alepo, 14 de agosto de 2012

Los rebeldes controlan barrios fantasmas en Alepo. Es tal la destrucción de Hanano, Sukari o Saladino, que es imposible describirlo. Al olor nauseabundo de la basura en las calles o de las frutas y verduras podridas en los puestos abandonados, se suma el olor a sangre, a plástico quemado o a pólvora.

El Ejército Libre de Siria tiene su cuartel general al norte de Alepo, y va cambiando de lugar cada tres días por si los MIG-21 lo bombardean. La actividad en el cuartel general, bajo la dirección de la Liwa (brigada) Al Tauhid, es mínima porque muchos de los rebeldes han estado combatiendo toda la noche en Saladino.  El comandante Mohamed Abdu nos explica que los barrios de Saif Al Dawla y Tariq al Bab “están controlados y la situación está tranquila”. Durante la madrugada han bombardearon siete veces en los alrededores de la mezquita de Madfaiya (al este de Alepo), continúa el comandante rebelde, que asegura que “resistiremos en Alepo hasta el final” .

En Bab al Nasser al norte de la Ciudadela, en el centro de Alepo, se registraron combates entre las tropas del régimen y las fuerzas rebeldes.  De camino a Sukari, aledaño a Saladino, (al suroeste de la ciudad), cruzamos varios distritos, dónde no han llegado los combates, y la vida trascurría con normalidad. Lo que más llama la atención es como en esta ciudad de tres millones de habitantes, la segunda más poblada de Siria, algunas zonas siguen funcionando como si no pasara nada, mientras otros barrios están arrasados y desiertos.  El tráfico en las calles, comercios abiertos,  largas colas en las panaderías y de repente todo es silencio.

En el puesto de control en la entrada al barrio de sukari, un rebelde se levanta perezosamente de su silla de plástico y se acerca al vehículo para inspeccionar a los pasajeros. Saluda solemnemente a los periodistas en árabe. A unos pocos metros está el cuartel de la katiba Rasul Allah. En esta escuela, que los rebeldes han tomado como base de operaciones hay 27 combatientes.  Todos los rebeldes son civiles. “La mayoría de los militares que han desertado han huido a Turquía. Aquí solo estamos civiles defendiendo las posiciones”,  se queja Abu Abdala, comandante del batallón de Sukari.  “Desde las siete de la mañana nos están bombardeando con cazas, helicópteros, obuses y fuego de artillería”,  explica con parsimonia mientras le pega un trago a su té y le da una calada al cigarrillo.

A pesar de ser musulmanes convencidos, muchos rebeldes han optado por romper el ramadán, porque no se puede luchar con el estómago vacío. Mientras compartimos varios tés y decenas de cigarrillos con los rebeldes, una fuerte explosión rompe la tranquilidad del momento. Un grupo sale a la calle para observar y regresa, rápidamente.  “Ha sido un proyectil”, indica un rebelde a su comandante, y todo regresa a la normalidad. “ A pesar de que nuestro ejército no cuenta con armas pesadas, la moral de nuestros hombres es muy alta”, confiesa el comandante Abdala, que detalla que “a penas tenemos tres baterías antiaéreas, algunos lanzacohetes y granadas de mano” para luchar contra carros de combate, francotiradores,  morteros, y aviones de guerra.

El comandante organiza una patrulla de cuatro rebeldes para acompañarnos a Saladino.

A penas tres calles separan estos dos barrios, arrasados y desiertos. Al final de la calle principal hay un cuartel de Ejército sirio que mantiene la bandera roja, blanca y negra del régimen.  En los soportales de las casa o en las puertas de los garajes hay reducido grupos de hombres armados. Caminamos entre montículos de tierra, escombros y cristales rotos.  Los rebeldes caminan pegados a los edificios o en motocicleta para no ser interceptados por los aviones que sobrevuelan continuamente.  Después de quince minutos caminando y siempre en alerta, llegamos a la peligrosa calle 15, que divide los dos frentes de batalla. A sólo 500 metros, detrás de los edificios que nos rodean se encuentra el estadio de fútbol de Hamdaniye, que las fuerzas del régimen han tomado como base en Saladino.  “Un tanque se acerca por el norte de la calle”, alerta un rebelde.  Todos los demás se ponen en guardia, agazapados en las esquinas y apuntando con el kalashnikov.

Mohamed Omar, un campesino de 35 años, que se unió al ELS,  explica que cuando el Ejército lanzó su ofensiva terrestre hace una semana, todos los rebeldes huyeron de Saladino porque “sometieron el barrio a intensos bombardeos durante 48 horas”. “Desde hace tres días hemos regresado a Saladino”,  comenta Omar, antes de explicar que las fuerzas sirias “utilizan a civiles para expiar nuestras posiciones y luego nos atacan”.

Omar nos acompaña a visitar edificios vacíos, que fueron abandonados después de que el régimen los bombardeara con los MiG-21.

Caminamos por una calle estrecha, pegados a los edificios para no ser divisados por  los francotiradores apostados en los tejados. Al final del callejón hay un puesto de control de los rebeldes; parece seguro.  Avanzamos unos metros más y un tanque asoma su cañón y dispara. En décimas de segundo una potente explosión ensordece los oídos, corremos despavoridos sin mirar atrás entre una nueve de humo negro y polvo que se levanta del suelo, y  la lluvia de cristales rotos que caen desde las ventanas de los edificios tras el impacto del proyectil.  La situación empieza a ponerse demasiado peligrosa. Los rebeldes se cubren en las esquinas y comienzan a disparar sus fusiles.

Regresamos rápidamente a la furgoneta que nos espera en el puesto de control de Sukari, y con el corazón en un puño y sin aliento nos marchamos del infierno de Saladino.

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