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El voto “invisible” de la mujer paquistaní.

Peshawar, 11 de mayo de 2013

Delshad tiene 66 años, la misma edad que la República Islámica de Pakistán, y nunca ha votado. Esta mujer de facciones marcadas y cuerpo enjuto no entiende de política ni democracia ni de derechos de la mujer. Hasta ahora, los confines de su mundo son los muros de piedra de su vivienda en Nisatta (Charzada). La sociedad patriarcal en las zonas rurales de Pakistán mantiene a la mujer fuera de la vida publica.

ethelbonet_PAK_004En la mayoría de las aldeas de conservadora provincia de Khyber Pakhtunkhwa, que limita con las áreas tribales fronterizas con Afganistán, los mulas (líderes religiosos) asesoran a los cabezas de familia para que sus mujeres no vayan a votar porque se considera “anti-islámico”.

Pakistán celebra mañana las primeras elecciones para la transición hacia un gobierno civil, tras décadas de dictadura militar, y varias organizaciones locales y gubernamentales se han puesto en la tarea de romper esta barrera para dar a la mujer un espacio en la sociedad paquistaní.  Pero aún queda mucho camino por delante. A estás elecciones se presentan sólo 36 mujeres candidatas para los 272 escaños en la Asamblea Nacional.

En las elecciones generales de 2008, a penas entre un 10 y un 15 por ciento de los 37 millones de mujeres inscritas en el registro electoral ejercieron su derecho al voto. Para que esto no vuelva a repetirse, la Comisión Electoral de Pakistán y otra organizaciones civiles están trabajando en la campaña “Puerta por puerta” para informar a las mujeres de su derecho a votar, además de comprobar si poseen el documento de Identidad.

La activista Annie Zaman de la plataforma PakVote denuncia que “hay 11 millones de mujeres en edad de votar, marginadas, simplemente, porque las autoridades no les han concedido las tarjetas de identificación nacional”.

ethelbonet_PAK_002En los jardines traseros de la mansión del ex ministro de Fomento, Arbab Alamgir Khan, en Peshawar, un grupo de mujeres toma el té, mientras se organiza para continuar la jornada. Todas ellas son voluntarias de diferentes localidades de Khyber Pakhtunkhwa que trabajan en la campaña “Puerta por puerta”, que  dirige Asma Alamgir, esposa del ex ministro del Partido Popular de Pakistán (PPP).

“Gracias a estos cinco años de gobierno del PPP se ha prestado más atención a los asuntos de la mujer en Pakistán. Estamos viendo una mejoría porque la mujer está levanto su voz contra estas injusticias”, declara Alamgir.

“El voto femenino es importante en Pakistán. Debemos educar a las mujeres para que vayan a votar el día de las elecciones”,  defiende Riggie Khan, de 22 años. Khan parece la líder del equipo y habla perfectamente inglés.

La mujer reconoce que la presencia de talibanes en la región es una gran amenaza para ellas, pero “nuestra responsabilidad es llegar a todos los hogares para animar a las mujeres a votar”.

Además de las amenazas de los insurgentes, el equipo femenino de la campaña se enfrenta a la mentalidad machista de los pashtunes, que no permiten a sus mujeres ir a votar. “Les decimos que es por el futuro de sus hijas; por la educación de la mujer”, recita Khan, como si se tratara de un discurso aprendido.

La realidad es muy diferente. Muchas de estas mujeres se han visto forzadas a cooperar con Alamgir si quieren seguir recibiendo el subsidio de 1000 rupias mensuales (unos 10 euros) que ofrece la Fundación Benazir Bhutto, un proyecto de ayudas sociales a los desfavorecidos que desarrolló el gobierno saliente del PPP. “Es nuestra cultura tribal y los hombres se justifican que así ha sido durante siglos. Ellos no quieren cambiar la situación porque así seguirán dominando a las mujeres” lamenta Shazya, otra voluntaria. “Los hombres no permiten a las mujeres salir de la casa. Nos tratan como si fuéramos ganado”, critica la misma, antes de relatar que la última vez que estuvo visitando a mujeres en un barrio, “un vecino salió con su arma y disparó al aire para asustarnos y que nos fuéramos”.

Para muchas mujeres pashtunes se trata una batalla perdida.  “Tenemos miedo de los talibanes. Nuestros maridos se oponen a que vayamos a votar, ¿por qué debemos asumir el riesgo?”, se pregunta Misha Tanvir.

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