El Islam político en crisis

Beirut, 14 de agosto de 2013

A finales de enero de 2011,  más de un millón de egipcios inundó la Plaza de Tahrir para pedir la caída del presidente Hosni Mubarak. La Revolución del 25 de Enero dio paso a la transición democrática de Egipto y la celebración de las primeras elecciones libres post-Mubarak. Los Hermanos Musulmanes ganaron por mayoría las elecciones parlamentarias y  el islamista Mohamed Morsi fue elegido presidente en julio de 2012. Un año después, unos catorce millones de egipcios salieron a las calles del Cairo para pedir la dimisión de Morsi.  Egipto se encuentra de nuevo al comienzo de su revolución y el balance de este corto gobierno islamista ha resultado más negativo que positivo. Muchos de los que participaron en la “primavera egipcia” y que dieron su voto a los Hermanos Musulmanes, especialmente los jóvenes que representan la mitad del electorado, sienten que la Hermandad no ha cumplido con sus objetivos y que su “plan de juego se basa principalmente en la explotación de la religión y las campañas de desprestigio contra todos los oponentes”, explica Azmi Ashour, de la revista Democracia.

Para el analista egipcio,  la violencia cíclica en las calles y las manifestaciones masivas de las últimas semanas son señales de que “la revolución aún esta en curso, aun cuando la opinión pública, ahora satisfecha con la caída de Mubarak, quiere estabilidad y un regreso a la normalidad”.

Para poder entender la victoria de los islamistas en el primer gobierno democrático de Egipto hay que tener en cuenta varios factores.  A pesar de la desigualdad de condiciones y el poco tiempo para organizarse, muchas fuerzas políticas participaron en las elecciones, pero la Hermandad Musulmana era la única fuerza bien organizada y con una larga experiencia en la campaña electoral.

Tan pronto como los islamistas obtuvieron la mayoría en la Asamblea del Pueblo, y el Consejo de la Shura, el país comenzó a prepararse para las elecciones presidenciales. Ninguno de los candidatos expresó los deseos de los jóvenes de la plaza Tahrir, pero los revolucionarios decidieron participar en el proceso electoral y apoyar al candidato con el que sentían que era el más cercano a los ideales de la revolución. Desafortunadamente, los dos candidatos que habían apoyado, Hamdeen Sabahi y Abdel-Moneim Abul-Fotouh, fueron eliminados en la primera vuelta y la elección fue entre Ahmed Shafiq, considerado como representante del antiguo régimen y el candidato de la Hermandad Musulmana, Mohamed Morsi.

A pesar de fuertes reservas contra los islamista, la mayoría votó por Morsi, que fue percibido como el menor de dos males, ya que la victoria de Shafiq habría representado el fracaso de la revolución.

Los primeros 100 días de Morsi en el cargo pasaron sin avances significativos en el cumplimiento de sus promesas, y aprovechó para promover los objetivos políticos y la ideología de los Hermanos Musulmanes. Si bien abrió el país a políticas económicas de corte neoliberal, y de apertura a las privatizaciones, también promovió políticas de corte sectario y antidemocrático que pretendieron restringir los derechos políticos y sociales de las minorías religiosas, además de limitar los derechos de la mujeres egipcias.

Un punto de inflexión se produjo en noviembre del año pasado, con la declaración constitucional de Morsi, que le dio los poderes legislativos. Esto desató una nueva ola revolucionaria y contribuyó a empeorar la situación económica y política de Egipto.

“No olvidemos que el lema de la revolución fue: Pan, libertad y justicia social. La gente quería libertad, pero sobre todo quería mejorar sus condiciones de vida, tener acceso a más recursos, en definitiva, tener oportunidades de futuro”, lamenta Ashour .

Además, el turismo, fuente de ingresos para muchos egipcios, no se ha recuperado. El paro es un problema latente en la sociedad egipcia, que llevó a muchos jóvenes y otros sectores de la población a apoyar las protestas.

No hay que olvidar que la mayoría de la población consigue llegar a fin de mes gracias a los subsidios a los alimentos y productos básicos, desde el pan hasta la gasolina.

La revolución cambió la forma de pensar de los egipcios, y ahora saben que pueden reivindicar sus derechos y que el Gobierno debería  escuchar las demandas.

Los Hermanos Musulmanes es el movimiento más importante de todas las agrupaciones políticas pertenecientes al llamado “Islam Político”, que hoy ha perdido el control del poder en Egipto, y posiblemente lo perderá en Túnez y otros países de la región como efecto dominó.

Desde el principio de su formación, la Hermandad Musulmana ha desarrollado las ayudas financiera a la economía informal, los servicios de beneficencia (escuelas, mezquitas, dispensarios médicos, alimentos), acciones que han logrado ganarse el corazón de muchos y que induce a la dependencia de los más humildes del pueblo egipcio a ese movimiento.

Pero, en realidad, “el Islam Político no se interesa por la religión que invoca”, afirma el analista egipcio. No se trata de un movimiento religioso sino de un movimiento político que se sirve de la religión para defender los intereses del grupo social que la promueve, impidiendo el desarrollo de un gobierno civil.

 

 

 

 

 

 

 

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