El ejército rebelde se convierte en una fuerza regular adiestrada

Bengasi, 05 de abril de 2011

“¿Se parece esto a un campo de entrenamiento de Al Qaeda?”, interpeló a esta periodista, el capitán rebelde Ali Abdala, mostrándose desconfiado hacia la prensa extranjera por las informaciones que circulan sobre que la red terrorista internacional estaría recibiendo armas de los rebeldes.

Abdala es un veterano de la guerra de Chad que entrena a los nuevos reclutas del ejército revolucionario. El cuartel general Garyunes, rebautizado como 17 de Febrero por los rebeldes, sirve de centro de entrenamiento militar para los civiles devenidos en milicianos. “Gadafi nos ha obligado a tener que usar las armas”, manifestó Ahmad, de 31 años que trabaja como mecánico de coches. “Nunca había hecho esto antes. Al principio tenia reservas, no quería ir al frente porque mi mujer acaba de tener nuestro primer hijo. Pero mi deber es luchar para que mi hijo pueda crecer en una Libia libre sin Gadafi y su familia”, continuó Ahmad con cierto nerviosismo al coger un AK 47 por primera vez.

Unos mil reclutas, desde barbudos, tipos panzudos hasta adolescentes, de todos los estratos sociales, y profesiones, aprenden a marchas forzadas las normas básicas para manejar un fusil, un lanzagranadas y baterías antiaéreas.

Con disciplina militar, los soldados comienzan su entrenamiento con ejercicios físicos. Resulta cómico ver correr torpemente a hombres de mediana edad que jamás han pisado un gimnasio, pero que intentan darlo todo. El mando militar grita a los cadetes, les insulta para que se esfuercen al máximo.

“No todos los que están aquí irán al frente”, puntualizó el teniente Haled Mansur, mientras explicaba que sólo los que tienen experiencia militar previa lucharán en el campo de batalla y los demás defenderán las posiciones en las ciudades y los puertos.

Ibrahim, de 23 años, que había estado ya en el frente de Brega, le tocó volver para recibir el curso de preparación pues sin el certificado, no le dejaron avanzar.

“Yo se manejar un fusil. He estado más de cuatro luchando en Brega, pero ahora ya nos dejan ir libremente por nuestra cuenta. Necesitamos un permiso del ejército para poder volver al frente”, criticó el rebelde, con el rostro cubierto con una pañoleta palestina.

Entre los reclutan también hay libios expatriados que han decidido volver a su país para unirse a la revolución y luchar contra el dictador. Este es el caso de Farah Al Yalal que dejó su beca de estudios de Medicina en una universidad de Irlanda y volvió la semana pasada.

El entrenamiento es de tres horas diarias y dura entre una y dos semanas. En el acuartelamiento del 17 de Febrero se dan las clases teóricas y después, los soldados enseñan su destreza en el manejo de armas en el campo militar de Al Yaruza, a 20 kilómetros de Bengasi.  En este tiempo los reclutas deberán demostrar que están cualificados y se les dará un permiso para ir al frente. A diferencia de las semanas precedentes de caos y desbandada de rebeldes, ahora los que están entrenados lucharán contra las tropas gadafistas.

Después de un mes y casi tres semanas de guerra en Libia, el flamante ejército rebelde empieza a parecer una fuerza regular adiestrada, aunque no convenientemente armada. Una de las principales quejas tanto de los representantes políticos como castrenses opositores es la falta de equipamiento militar preciso y moderno para equipar a los insurgentes. “Nuestras armas son ligeras e insuficientes para repeler el avance de las tropas gadafistas. La OTAN no está llevando a cabo ataques contra las posiciones gubernamentales en el este”, criticó Nasser Al Shaj, otro portavoz militar rebelde, que confesó que “estamos llevando armas a nuestros compañeros de Misrata”, ocultas en los barcos de ayuda humanitaria.

Precisamente, ayer por la mañana, una embarcación que se dirigía hacia esta localidad asediada en la Libia de Gadafi,  fue interceptada por la armada turca, obligando a la tripulación a regresar a Bengasi tras varias horas retenidos.

Halem, que regresó de Holanda hace 15 días para ayudar a su pueblo, dijo a ARA que “no hemos podido llegar. Pero no nos vamos a dar por vencidos. Dónde está la OTAN. Misrata está llena  de heridos y no hay cómo llegar”. Tras la pregunta retórica de si llevaban armas en la barca, Halem respondió con fue un largo silencio que acompañó con una mirada de complicidad.

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