El drama de los refugiados de Damasco en el Líbano

Masnaa, 22 de julio de 2012

Sentado en una silla de plástico, junto a la carpa que han instalado para registrar a los refugiados sirios que llegan de Damasco, Firad Khaldi observa el transito de vehículos y personas que cruzan el paso fronterizo de Masnaa.

Más de 20.000 personas que han huido de los combates en la capital siria han cruzado en los últimos días al Líbano. “Solo el jueves registramos a 5.000 familias –con un promedio de entre 7 y 10 miembros, cada una-”, asegura Khaldi, simpatizante del movimiento “Future”, liderado por el ex primer ministro Saad Hariri.

“Aquí los únicos que estamos ayudando a nuestros hermanos sirios somos la gente de Hariri”,  declara exaltado este libanés suni, mientras señala una enorme fotografía del ex primer ministro asesinado, Rafiq Hariri, que cuelga a la entrada de la carpa.

“El gobierno libanés prometió abrir las escuelas para recolocar a los desplazados sirios pero todas siguen cerradas”, critica Khaldi, antes de explicar que los vecinos de las localidades de Majdal Anjar y Bar Elias, aledañas a la frontera, han acogido en sus casas a 400 familias. El gobernador de Majdal Anjar ha decidido abrir, por cuenta propia, un colegio para alojar a siete familias nuevas”, precisa.

Otros, se han marchado hacia Trípoli (norte), Beirut (centro), o Saida (sur) “dependiendo de su confesión religiosa, la situación económica, o las amistades”, agrega el voluntario suní.

Khaldi acogió en casa de su madre a seis familias más de Damasco.

Abu Ahmad, su esposa y seis hijos pequeños huyeron el jueves por la noche del céntrico barrio damasquino de Kafr Sousa, bombardeando intensamente por las tropas gubernamentales. “Era el infierno. Nos bombardearon con aviones, tanques, ametralladoras….las tropas y las milicias shabiha rodearon el barrio para que nadie pudiera salir y desplegaron francotiradores en las azoteas de las viviendas”, relata Abu Ahmad.

Es ramadán y todo está muy tranquilo. Las mujeres cuecen toneladas de arroz y cortan kilos de verdura para prepara “tabule”, ensalada típica libanesa, que comerán tras la ruptura del ayuno.

Sana, la esposa de Abu Ahmad, vestida de negro de los pies a cabeza, nos cuenta que los pequeños estaban “aterrorizados” por las explosiones y no paraban de gritar: ¡fuego! ¡fuego!

“No tengo ideales políticos. Vivíamos tranquilos, pero después de ver como las fuerzas militares matan a inocente, violan a mujeres enfrente de sus maridos,  solo deseo que el régimen lo pague muy caro por tanta sangre derramada”,  manifiesta la mujer, sentada frente a una montaña de hojas de espinacas.

Asma, de 20 años, llegó sola a la frontera a medianoche.  “Soy activista desde el inicio de la revolución. Mi trabajo consistía en traducir al francés los textos y comunicados de los opositores para la web “Message to the world from Syrians”. Por 21 días estuvo detenida por las fuerzas de Seguridad por activismo político. “Cuando me liberaron me obligaron a abandonar el país, inmediatamente. No me dejaron despedirme ni de mis padres”, lamenta Asma.  “Aún queda mucho tiempo para recuperar la normalidad. No creo que el régimen vaya a caer todavía”, sostiene la activista siria.

Los hombres están sentados en el porche, discutiendo sobre la situación en Siria.

Mohamed, de 19 años, llegó a Majdal Anjar con sus tres hermanas y sus padres, y la familia de su tío. Residen en el barrio Malkia, cerca de la zona de Rauda, donde se encuentra el palacio presidencial. “En las calles de mi barrio se libraron fieros combates entre el Ejército Libre de Siria y las fuerzas de Asad. Durante toda la noche se escuchaban fuertes ráfagas de disparos. Mi madre y mis hermanas tenían miedo, querían huir de allí. Primero pensamos en irnos a otra zona más segura de Damasco, pero ahora ya no hay zonas seguras. Así que vinimos al Líbano”.

Mohamed colaboraba con la revolución. “Prestaba ayuda a los médicos con el instrumental y también evacuaba a los heridos”, explica el joven. “Yo quería quedarme, pero soy el único varón de la familia y mis padres me pidieron que fuera con ellos”, lamenta el opositor, que asegura que regresará pronto a Damasco “para tomar las armas contra el régimen”.

Un desconocido interrumpe la conversación. Se trata de un miliciano del ELS que viene a comprar municiones. Khaldi, además, es traficante de armas y entre su arsenal tiene kalashnikov, minas antitanques, artefactos explosivos que se activan por control remoto. La situación se vuelve un tanto incómoda. “Todos aquí somos del Ejército Libre”, nos dice Khaldi con tono de complicidad.

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