Wounded person in a secret hospital in the province of idlib.

Cucharas y paletas para operar de urgencia a los heridos

Taftanaz, 21 de marzo de 2012

Mohamned Gazni Hatib, de 68 años,  no tiene miedo, habla abiertamente y no le importa mostrar su rostro ante la cámara. Este valiente anestesista jubilado se ha convertido por circunstancia en el cirujano de urgencia de Taftanaz. Ante la falta de personal médico cualificado y de instrumental, el doctor Hatib ha improvisado una sala de operaciones en una mezquita de la localidad y utiliza una cuchara que hace las veces de lanceta y una espumadera para separar las costillas. Para cortar la piel se sirve de cuchillas de afeitar ante la falta de un bisturí, y ha inventado un aparato de anestesia con reparando viejas piezas que tenía en su casa. “Cuando entraron las fuerzas de seguridad a Taftanaz, en noviembre del año pasado, registraron mi casa y destruyeron todo el instrumental que tenía en mi consulta”, se queja el anestesista, que trabajó durante más de 40 años en el Hospital Internacional de Idlib.

Antes de que empezara la revolución había cuatro médicos en la localidad, dos de ellos cirujanos que trabajaban en un hospital de Alepo. “Muchos doctores han huido a Turquía porque la policía secreta registra las casas para arrestarlos. Los médicos que no se han marchado colaboran con el régimen en los hospitales”, explica el anestesista. “Los hospitales sirios no son seguros para los heridos. Los doctores y las enfermeras torturan a los pacientes. Les clavan agujas en la piel o le queman el cuerpo con cigarrillos para que confiesen”, denuncia Hatib, antes de revelar que en el hospital de Idlib, donde él trabajaba, “las enfermeras ponen inyecciones letales a los heridos que ingresan por disparos del régimen”.

Por ese motivo, en las ciudades bajo control del Ejército Libre de Siria no hay personal medico cualificado ni hospitales ni ambulatorios en funcionamiento, únicamente los heridos son tratados en improvisadas clínicas clandestinas en viviendas particulares o mezquitas. “No podemos decir que tenemos una centro médico porque seríamos atacados por las fuerzas de régimen”, advierte el anestesista.

Son las diez de la noche y el doctor Hatib recibe una llamada de urgencia. Se coloca su bata blanca, coge de un cajón de su despacho una cajita de latón donde guarda su rústico instrumental médico y nos marchamos deprisa en su coche. La mezquita-hospital está en una zona alejada del centro de la ciudad. Varios rebeldes que empuñan una AK-47 protegen la clínica clandestina. Un vehículo que viene a toda velocidad frena bruscamente. Un grupo de hombres corre hacia allí para auxiliar al herido. Entre varios lo sacan en brazos con mucho cuidado porque cada minuto que pasa puede ser fatal. Un francotirador disparó al coche en el que viajaba a la salida de la localidad de Atari (provincia de Alepo). Él iba sentado en el asiento de atrás y con tan mala suerte, la bala atravesó el maletero, penetró por su espalda, traspasó su pulmón y salió por el pecho. Sangra a borbotones, mientras lo trasladan al interior del templo para someterlo a una operación de vida o muerte deja tras de si un reguero de sangre.

El doctor Hatib le administra la anestesia que controla con el aparato que ha fabricado y sin que le tiemble el pulso introduce con unas pinzas unas gasas por el agujero de bala para detener la hemorragia. “La herida es muy profunda, la munición ha perforado el pulmón. Tiene un neumotórax. Aquí no puedo hacer nada más que suturar la herida, necesita ser evacuado a un hospital en Turquía porque si no morirá”, declara preocupado.

El anestesista se siente impotente y en un momento de ira lanza la cuchara al suelo.  “Está vida es miserable. Somos médicos nuestra ética es salvar vidas, sean de un bando u otro”, exclama Hatib, que ha salvado ya diez vidas en su quirófano de urgencia, pero dos mujeres han muerto en la intervención.

Es media noche…Los dos ayudantes y el médico vuelven a vestir al herido para trasladarlo ilegalmente a Turquía. Dos hombres esperan fuera con el coche en marcha. Deberán viajar por carreteras secundarias hasta llegar a la frontera y después atravesarán en burro o llevándolo a hombros campo a través. “Siempre viajamos de noche para evitar ser detectados por el ejército. El viaje es muy lento y los heridos son trasladados por grupos reducidos de hombres. Desde Hama o Homs podemos tardar una media de dos días en cruzar la frontera, aunque dependemos, como siempre, de la vigilancia y los puestos de control que vayamos encontrando por el camino”, explica el conductor del vehículo. Al otro lado le espera otro coche con voluntarios del “Alto comité para la Ayuda a Siria”, una ONG que se encarga de recoger a los heridos en la frontera y trasladarlos a los hospitales de Antioquía.

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