Auge y caída del delfín del exprimer ministro Ariel Sharon

El Cairo, 04 de agosto de 2008

Quizás el declive del primer ministro israelí, Ehud Olmert, no se deba a su mala gestión en la guerra contra Hizbulá, en el verano de 2006, y a la docena de sospechas de corrupción cuando ocupó otros cargos en anteriores gobiernos, sino a su falta de pasión. En sus más de dos años al frente del Ejecutivo, Olmert no ha sabido ganarse la complicidad de los ciudadanos israelíes.

El discípulo del ex primer ministro Ariel Sharon siempre ha actuado con pragmatismo, lejos de los discursos vehementes a los que están acostumbrados los electores israelíes.

Olmert se convirtió en el líder accidental del Kadima tras el derrame cerebral que sufrió Sharon en enero de 2006 y, después de que su partido ganase las elecciones parlamentarias en marzo de ese año, ocupó el cargo de jefe de Gobierno.

Con cierto complejo de inferioridad ante su maestro -Olmert no destacó por las condecoraciones militares- ordenó la campaña militar contra la milicia libanesa Hizbulá. La derrota de Israel en Líbano supuso la mayor humillación del invencible Ejército hebreo, y eso la opinión pública israelí no lo perdona.

“La sociedad israelí ya no está dispuesta a sacrificarse más… se está desgastando. Cada vez son menos los jóvenes que quieren incorporarse a las Fuerzas Armadas”, explicó a Meir Margalit, del Comité Israelí contra la demolición de Viviendas.

La popularidad de Olmert cayó en picado tras el fracaso de su gestión en la guerra. Y así comenzó el largo calvario del  primer ministro israelí. De nada sirvió que la Comisión Winograd, que estudió el conflicto bélico entre Israel y Hizbulá, le declarase inocente, la cuenta atrás para la ejecución política de Olmert había comenzado. Todo ello se aderezó con el escándalo de corrupción que acabó por minar su imagen pública. El testimonio ante la justicia israelí del multimillonario estadounidense Morris Talansky, que reconoció haber entregado 97.000 euros a Olmert  para financiar sus campañas durante 15 años, desencadenó una campaña persecutoria contra él: el acoso dentro de su partido, por parte de sus socios de gobierno y la moción de censura en su contra presentada por el partido opositor Likud que amenazaba con la disolución del Ejecutivo y la convocatoria anticipada de elecciones.

Pero Olmert demostró tener madera de superviviente y, contra viento y marea, se sostuvo en el poder. Pero con el último escándalo fiscal bautizado “Olmertours”, por el que se acusa al primer ministro de haber cobrado varias veces la factura de un mismo viaje oficial y luego utilizar el resto para financiar viajes familiares, recibió la cornada mortal.

Para salvar la dignidad que le quedaba, Olmert anunció su futura dimisión el pasado 30 de Julio, después de pactar con su principal socio de coalición, el partido Laborista, una salida digna del Gobierno. El primer ministro convenció al líder de los laboristas y ministro de Defensa, Ehud Barak, para que no votara a favor de la disolución de la Keneset (el Parlamento israelí)  porque afectaría también a sus propios intereses, a cambio de su renuncia.

Olmert ha abierto el camino de la sucesión en el Kadima. Los dos candidatos favoritos para la jefatura del partido son la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, con un pasado activo en los servicios secretos israelíes, y el ministro de Transporte, Saul Mofaz, con un pasado heroico en el campo de batalla. Después, habrá que ver, gane quien gane las elecciones primarias previstas a mediados de septiembre, si podrá formar Gobierno en un plazo de 42 días.

Algunos analistas consideran que no habrá tiempo suficiente, por lo que Olmert podrá ejercer como primer ministro en funciones hasta que se celebren nuevas elecciones en marzo. Y para que la historia no lo recuerde como un dirigente corrupto, acelerará las negociaciones de paz con los palestinos y entablará relaciones directas con el Gobierno sirio.

La conferencia de Anápolis ha dado pasos significativos para la paz en la región. “Desde que se celebró Anápolis se ha parado la construcción del muro de separación”, indica Margalit, aunque precisa que los palestinos “siguen sufriendo en los Checkpoints en Cisjordania”.

“Hasta que no se termine la ocupación no podremos ser un país democrático”, sostiene, mientras agrega que “la ocupación no permite a los israelíes llevar una vida normal”.

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