Ahmadíes, minoría musulmana bajo amenaza en Pakistán

Lahore, 06 de febrero de 2012

Resulta paradójico que la comunidad Ahmadi, que se declara musulmana, y cuyos principios religiosos abogan por la paz y la tolerancia de cultos,  sea uno de los grupos religiosos más perseguidos y castigados en Pakistán. La intolerante sociedad paquistaní, mayoritariamente musulmana sunita, los acusa de apostatas y con total impunidad, ya que el Gobierno no hace nada para protegerlos, son perseguidos, intimidados e incluso asesinados.

Los ahmadíes se concentran, principalmente,  en Pakistán –que suman más de dos millones- y la India, pero también tienen presencia en Europa.

El movimiento Ahmadi, fundado por Mirza Ghulam Ahmad en 1889 en la India,  es una corriente reformista del Islam que difiere con los otros musulmanes sobre la definición del profeta Mahoma, y cree que Jesús (también profeta del Islam, con el nombre de “Isa”, -el que sana-) no murió en la cruz y resucitó,  sino que huyó a la India para predicar entre las tribus perdidas de Israel,  y su tumba se encuentra en Cachemira.

Los ahmadis defienden la teoría de que el último profeta en la tierra no fue Mahoma sino su primer líder espiritual Ghulam Ahmad, que comparte, según la creencia ahmadi, los atributos del Mesías y el Mahdi (el doceavo imán oculto, según el credo chií).

Esta polémica rama del Islam, que fue ilegalizada por la Liga Mundial Musulmana en 1974, tiene prohibido en Pakistán el derecho a culto en mezquitas que no sean ahmadis, predicar su fe en público, o declararse musulmanes.

El propias autoridades alientan a la discriminación religiosa, aplicando contra las minorías de Pakistán la controvertida “Ley de la blasfemia”, por la que se condena  a la pena de muerte por ahorcamiento o cadena perpetua por “difamar” al Islam.

Esta infame ley está tan extendida que los grupos islamistas radicales se toman la justicia por su mano y,  en nombre del Islam,  cometen atentados suicidas contra los lugares de culto de estas minorías.

Adul Rabwan levanta la mirada hacia la pared, donde cuelga una tablilla de madera con los nombres de los 94 mártires que perdieron la vida en los atentados contra varias mezquitas ahmadíes en Lahore, en mayo de 2010.

“Han pasado cerca de dos años desde aquel trágico suceso y todavía tengo presentes el miedo y el dolor”,  lamenta Rabwan, líder local de la comunidad ahmadi de Chenab Nagar, una pequeña población situada a 160 kilómetros de Lahore,  y atalaya espiritual de esta castigada minoría religiosa.

“Nadie hizo nada para impedir aquella masacre”, denuncia, antes de explicar que, tras recibir serias amenazas de muerte de grupos religiosos fanáticos, pidieron protección al ministro Federal, Rana Fanaula, pero éste rechazó darles seguridad.

El 29 de mayo de 2010, en un ataque coordinado, varios terroristas suicidas se inmolaron en las mezquitas de Nur Baitul  y Darul Zikr, en la ciudad de Lahore y mataron a cerca de un centenar de fieles. Al día siguiente, una turba de islamistas armados llegaron a las puertas del hospital de Jinnah, donde estaban ingresados los heridos de los atentados,  y  otras 12 personas murieron en un tiroteo entre la Policía y los asaltantes.

“Durante años estamos sufriendo las persecuciones y amenazas de los extremistas. No creemos que la venganza sea el camino para acallar esta tristeza, no profesamos el odio”,  insiste Rabwan.

El representante de los ahmadíes vivió durante cuatro años en España, pero regresó hace siete a su ciudad natal porque “mi comunidad me necesitaba”.

Condenados a vivir en el ostracismo, los ahmadíes encuentran dificultades a todos los niveles.

“Sufrimos el acoso de los musulmanes radicales, la discriminación laboral e incluso, nuestros hijos tienen dificultades a la hora de inscribirse en los colegios y universidades”, indica el representante de los ahmadíes.

Su hija mayor, Zaina, ha sido rechazada durante dos años para matricularse en la Universidad técnica de Ingeniería y tecnología de Lahore,  a pesar de haber obtenido una alta puntuación en los exámenes de ingreso.

“Le dijeron a mi hija que si renunciaba a su profeta (Ghulam Ahmad) y declaraba que Mahoma es el único profeta del Islam, podría optar a una plaza en la Universidad”, señala Rabwan. “Nosotros somos musulmanes, igual que el resto de musulmanes y Allah es nuestro dios, pero seguimos al profeta Ghulam Ahmad”, insiste este ahmadi.

Rabwan está muy preocupado por el futuro de su comunidad. Hace unos días,  en Rawalpindi, ciudad vecina de Islamabad,  unos ahmadíes recibieron amenazas de extremistas que amenazaron con quemar sus casas.

“La Policía no va a hacer nada para protegerlos y serán asesinados”, advierte antes de agregar que “los ahmadíes,  por desgracia,  nos convertimos en blancos fáciles en tiempos de inseguridad política y religiosa”.

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